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Sencillez dinámica

A lo mejor eso que llaman “angustia” no es otra cosa que la tensión bifurcante que se da entre la diversidad y la integración en  todo sistema dado.

            
Sin diversidad e integración, sin emergencia y normalización, sin búsqueda y estabilidad, sin transcendencia y contenimiento, sin complejidad y sencillez, sin creatividad y rutina, sin transformación y ortodoxia, sin trascendencia y conservación, sin caos ni orden, la realidad muy sencillamente no sería factible. 
            
Es la coexistencia de estos dos principios globales –propiedades fundamentales e inteligentes de la experiencia– la que garantiza que las subjetividades, los organismos, las culturas y los sistemas puedan, entonces, ser. Por supuesto, ambos estados–cualidades no viven siempre en armoniosa sociedad. Sabemos que cada uno ama su propia idiosincrasia y compite por erigirla en el seno inagotable de la existencia.  
            
De una parte tenemos el principio de la complejidad, que busca amasar alternativas y conexiones. Su naturaleza es básicamente dinámica, exploradora, reorganizadora y vanguardista. El principio de la complejidad nos permite salir de medios clausurados y estancos, desmantelar las cáscaras muertas de lo real, cartografiar nuevos ambientes operativos, así como encontrar recursos y factores inéditos para enfrentar los retos interiores y ambientales, y en términos generales engendrar acción. Es un principio muy estimulante, aunque, a veces, sobreestimulante, lábil. En efecto, un exceso de complejidad emana caos y anula toda arquitectura. Y por supuesto hay que preguntarse: ¿de qué sirve estar en contacto con toda suerte de campos de información y comportamiento cuando no podemos enraizarlos y darles soporte alguno? 
            
El principio de la integración de su lado tiene aversión por esta clase de volatilidad. Su rol es más bien sustentador y centralizante. Por tanto nos permite adquirir seguridad y raigambre psicofísica y contextual, ofreciéndonos reinos rutinarios y coherentes reafirmadores y muy nutricios. También nos permite profundizar en una específica manera de ser y absorber a fondo determinados conocimientos y competencias. Por supuesto, la integración posee su propia patología, que deriva en una cualidad de repetición, quietismo, tedio, letargo. De modo que se corre el riesgo de que nuestro medio se vuelva congelado y endogámico y pierda oportunidades de apertura, de reciprocación, de liminalidad, de riqueza generativa. Y si bien nos permite profundizar y tunelizar en tal determinada dimensión, renuncia en cambio a la amplitud horizontal, y el dominio de las preguntas y las interacciones se reduce notablemente. 
            
Para que complejidad e integración puedan coexistir funcionalmente, sin fricciones represivas y contradicciones performativas de ninguna clase, debe darse un tercer principio mediador que sepa cuándo es más importante sofisticar el argumento y cuando es más importante simplificarlo. Entonces lo que surge es la sencillez dinámica o elegancia, garantizando una evolución armónica superior.


(Buscando a Syd publicada el 27 de abril de 2017 en El Periódico.)

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