Estoy seguro que cada uno de nosotros puede encontrar aunque sea algo de qué sentirse agradecido. En mi caso son tantas cosas. Una de ellas es el espacio.
Cuando hablo del espacio no me refiero nomás al espacio físico. Aunque también. Por ejemplo, soy de la clase de personas que demanda mucha distancia –distancia concreta– de los demás. Nada qué hacer: así estoy cableado.
Me gustaría con todo referirme al espacio en un sentido más genérico. El espacio como eso acomodante. El espacio como fuente perpetua de potencialidades. El espacio como libertad.
Todos los seres necesitamos de espacio. Sin el mismo la vida sería una prisión.
Ese espacio puede manifestarse de muchas maneras. Por ejemplo puede manifestarse como aforo o capacidad material. Nadie puede negar que el dinero nos da cierto tipo de independencia, que el dinero es espacio en sí mismo. Sabina lo dice más bonito: dice que el dinero es poesía.
Por supuesto, de nada sirve el espacio que te da el dinero si no tenés un contexto para disfrutarlo. Alguien me dijo alguna vez que uno no es rico por el mero hecho de tener dinero: uno es rico por tener el tiempo y espacio para gastarlo.
Lo cual reafirma la idea de que tener un espacio personal es crucial. Es esa idea woolfiana de tener una habitación propia, que por supuesto no aplica solo a las escritoras y no meramente a las mujeres. Todas las personas precisan de un lugar contenido, un ámbito en donde no tengan que responder compulsivamente al estímulo externo, un área en donde puedan respirar y moverse y actuar a sus anchas, en donde puedan erigir un universo íntimo.
Por universo propio no queremos decir a puro tubo una suerte de claustro. Aquí estamos hablando de una habitación con vistas, por tomar prestado el título de Forster. Y todavía más lejos: estamos hablando de un espacio de vínculos, de un espacio de intercambios, de un espacio social. La habitación cerrada de pronto está abierta. Incluso puedo considerarse que el mundo como tal es la habitación. Pero ya en este contexto el mundo deja de ser algo opresivo y presionante, y se convierte en algo con lo cual yo puedo tener una relación creativa, y en donde de hecho me siento totalmente cómodo.
Lo es en buena parte porque en cualquier momento dado puedo aplicar distancia física y emocional respecto a cualquiera de sus personas o contenidos: puedo practicar el desapego. La noción de desapego es trascendental, dado que el espacio compartido es necesariamente un espacio de poder, un espacio político, por tanto uno muy quemante.
Me gustaría agregar que la única forma en que el espacio de intercambio puede permanecer como eso –como espacio– es en tanto que espacio de respeto. Respeto al otro y respeto a su propio espacio.
Asimismo respeto a su decir particular. Una vez se ha establecido el espacio fundamental de respeto, la libertad de expresión es posible. En cuenta la expresión ideológica. O bien la expresión creativa. Como escritor, valoro mucho el espacio sentido de la creatividad. Entiendo que un poeta o un pintor, por ejemplo, son criaturas que requieren mucho espacio.
También valoro mucho la libertad de pensamiento. Estoy hablando de establecer un territorio de amplitud para poder generar y desarrollar distintas perspectivas y formas de comprender la realidad. Y asimismo de una atmósfera para poder pensar y generar conexiones sinápticas.
Por último, me gustaría hablar de la importancia de tener un espacio para ser. Para ser lo que cada uno es relativamente y lo que todos somos en profundidad. Pero eso que somos en profundidad realmente no podemos no serlo. La verdad es que ese espacio de ser absoluto no puede ser obstruido por nada.
Cuando tenemos espacio, podemos dar espacio a otros. Consideremos que muchos no tienen el espacio que nosotros, afortunados, tenemos. De ahí la importancia de compartirlo. Solo así podremos empezar a formar un espacio colectivo amplio y digno.
(Buscando a Syd publicada el 17 de noviembre de 2016 en El Periódico.)
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