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Isra


 «Where is the Life we have lost in living?» 

 

T.S. Eliot

 

 

 

«HALO fue una respuesta resonante a una quieta plegaria. 

 

Yo había creído, por mucho tiempo, que tenía la sartén por el mango. Que sabía quién era y para dónde iba. Que estaba forjando el camino que me había trazado –en lo relacional, vocacional, espiritual. Me crié, por cierto, en una tradición de fe cristiana que le dio un sentido hondo a mi vida. Desde niño tuve conciencia de la presencia divina en el mundo, en mi historia. He tenido la dicha de conocer y ser parte de algunas comunidades cristianas vibrantes- mi familia la primera de ellas. Todo esto lo agradezco. Pero lo cuento porque ayuda a explicar la confianza –el exceso de confianza– y por otro lado la presión –interna y externa- que sentía respecto a mi camino. 

 

Con el tiempo –era cuestión de tiempo- me fui enredando, me fui extraviando, y fui a dar como a un pantano. Estancado, no entendía muy bien cómo había llegado a ese lugar ni cómo salir de ahí. “Estoy fracasando”, me repetía angustiado, mientras me esforzaba inútilmente por proyectar hacia fuera lo contrario. En lo profundo me sentía distanciado de Dios y de mí mismo. En lo concreto estaba muy confundido sobre mi vocación y tampoco sabía qué hacer con mi combo personal de perfeccionismo, indisciplina y procrastinación. No todo era crisis- había hallado a la mujer de mi vida, dedicaba tiempo a asuntos que me importaban, y disfrutaba de cierta comunidad. Pero en lugar de confianza me brotaba ansiedad; en lugar de gratitud, insatisfacción; y en lugar de sentirme libre me sentía culpable.

 

Encontré a Maurice en X (Twitter), donde tuiteaba como desde una sensibilidad y sabiduría distintas. Escribía mucho sobre Dios, el camino espiritual, la meditación. Pero no solamente. Desmenuzaba por igual realidades culturales y políticas, confrontando a medio mundo. Yo lo leía y pensaba: “éste es un profeta”. Me emocioné mucho cuando descubrí que tenía un programa de mentoría espiritual, y un espacio disponible. Así comenzó el viaje.

 

HALO me ofreció nada menos que un nuevo paradigma de la espiritualidad –más ancho, más hondo, y más integrado. O sea, un nuevo paradigma de la realidad: lentes para ver nuevo todo y para replantear mi relación con todo. En HALO encontré un lugar espacioso para ser escuchado y revelado; un lugar seguro donde podía -por fin- bajar la guardia. En esa zona fértil, vulnerable, Maurice me ayudó a conocerme en sentidos radicales. A veces fueron comentarios suyos directos, fulminantes, como cuando me dijo, en una de las primeras sesiones: “vos estás completamente desconectado de tu cuerpo”. O, cuando a mitad del proceso sentenció: “el trabajo que vos querés no existe; hay que crearlo”. Ambas cosas profundamente reveladoras para mí. 

 

Maurice me dio muchas palabras certeras, sí, pero lo suyo fue además encauzarme hacia el lugar donde las palabras sobran; a entrar desde distintos frentes en la gracia del silencio. Gracias a HALO descubrí la meditación de atención plena – algo que muy literalmente me voló la cabeza. Y durante el proceso tuve acceso a otras nuevas herramientas: ejercicios de respiración, meditaciones, Chi Kung, por dar solo unos ejemplos.

 

Así, el viaje HALO me brindó muchas oportunidades para el autoconocimiento profundo. Pero HALO no es simplemente un espacio cordial de diagnósticos o buenos consejos. El proceso está diseñado para llevarte a la raíz; para develar, en toda su magnitud, tu particular miseria y tu respectiva luz; para acompañarte en tu cruz y en tu resurrección. 

 

Yo no sabía, por ejemplo, lo atrapado que estaba en la culpa. Culpa moral, espiritual, existencial. Recuerdo que una vez Maurice me preguntó al final de una sesión: ¿te has perdonado a vos mismo? ¿te has pedido perdón? Y yo nunca había hecho eso, nunca me lo había planteado. Yo había aprendido a pedir perdón a Dios sin perdonarme a mí mismo. Y todos los días vivía con alguna culpa.

 

No estaba consciente, tampoco, de cuánto yo operaba desde la perspectiva del “deber ser”, o sea, de la obligación. Si conocen la parábola bíblica del hijo pródigo, yo soy el hermano mayor. Un 1 en el Eneagrama. En HALO descubrí asombrado –aterrado- que en distintas áreas de mi vida –en lo que percibía como mi compromiso ciudadano, o en aspectos del vínculo con mi padre, por ejemplo-, me estaba comprometiendo no tanto desde la virtud o la autenticidad sino desde una resignación disfrazada de sentido de responsabilidad: “alguien tiene que hacerlo”; “¿qué dice de mí si no me involucro, o si dejo de involucrarme?”; “¿Por qué otra gente no está cumpliendo?” El asunto, como Maurice me enseñó a ver, es que yo operaba como si no pudiera tomar una decisión al respecto, evocando mi sentido del deber –como hijo, ciudadano, como cristiano, etc. Y de eso fabricaba una identidad. Vivía en una especie de prisión de “lo correcto”, que se vuelve muy rápido el terreno del resentimiento. El proceso HALO me ofreció el espacio y el impulso para romper con algunos compromisos que yo en serio creía que no podía romper o descontinuar. 

 

HALO, en realidad, me llevó al corazón de todo asunto espiritual: la identidad. De mi parte, yo estaba ansioso por identificarme: con un trabajo o ruta profesional, con una nueva etapa familiar, con una misión real e imaginada de servicio a la sociedad. En fin, con algo que me dijera ¡vas encaminado! ¡esto es!, y me devolviera la ilusión del control. Aunque llegué a HALO con sed de “ser”, yo seguía bien clavado en lo que quería o debería “hacer” con mi vida. Me encantaba pensar que perseguía fines nobles, trascendentes, pero seguía buscando el Sentido de Todo en logros y experiencias, en lugares y personas. En HALO aprendí que eso tiene nombre: vivir al servicio de mi ego –un ego no sanado.

 

Hay tantas versiones de querer ganar el mundo entero; la mía ha sido hacer algo grande por mi país desde el compromiso religioso y la acción política –y de paso ser algún tipo de héroe. Maurice diagnosticó y diseccionó este complejo de redentor de la sociedad; me hizo ver que lo que estaba aportando al mundo no era claridad ni inspiración, sino mi propia neurosis alrededor del cambio. ¿Qué iba a arreglar yo desde semejante confusión interior? HALO me puso a estudiar mis patrones de autodestrucción, y me devolvió a la sabiduría de que el primer paso para encargarse de la realidad es encargarse de uno mismo. 

 

HALO fue entonces la llamada urgente a renunciar a toda identidad relativa: a des-identificarme con aquello a lo que me aferraba; todo eso que puede tener valor -la familia, la vocación, el trabajo, las relaciones, la política, las creencias- pero no nos puede dar la plenitud última. HALO fue comprender, en serio, que la plenitud no tiene otra fuente que el Espíritu; que iluminarse es rendirse a esta presencia, y disolverse en ella en cuerpo, mente y alma. 

 

Una cosa hermosa que me ocurrió mientras iba a la mitad del proceso HALO fue que me convertí en papá. Mientras me hacía de nuevo como un niño, espiritualmente hablando, me convertía emocionado en el padre biológico de una niña, asumiendo nuevas y exigentes responsabilidades. Esa combinación de ciclos fue maravillosa. Y algo que quiero contar es que durante los primeros meses de mi hija llevé para mi propia sorpresa algo así como un diario de paternidad –notas sueltas en el teléfono. Digo para mi sorpresa porque siempre que me había propuesto llevar un diario lo dejaba a los pocos días. 

 

Al final del día me tiraba en el sofá y escribía dos o tres líneas. Solo quería registrar algo de esa jornada: un hecho, una emoción, un pensamiento. Pero no fue la constancia lo que me sorprendió más. Sentí una libertad desconocida de escribir de mis experiencias y sentimientos sin una voz interna censurando o editando para evitar exponerme. Además, en medio de los ritmos caóticos en torno a una recién nacida, estaba poniendo una cuota de atención. Y esto lo interpreto como frutos de HALO. En especial se me reveló, de forma transparente, que ser papá es una de mis auténticas vocaciones; que si me fijaba bien, la vida estaba justo frente a mí.

 

Gracias HALO por devolverme a la Vida.»

 

 

Isra Ortiz

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