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El Cuarto

Hongo, reptil, mamífero, humano, deidad: estás en el cuarto. 

A veces el cuarto es vasto como el universo, a veces insignificante. En ciertas ocasiones está cundido de ángeles; pero luego apesta como fosa séptica.

La vida es fácil y no lo es. El orden nace y muere. Te aburres y te excitas.  

Lo realmente difícil es rascar, seguir rascando, de instante en instante. Lo difícil es la sed.

El asunto es que ya no sabes pedir piedad: estás seco como un carbón.

Hasta que alguien te descubre, te dice no te preocupes, todo va a estar bien, te susurra ciertas cosas al oído; y ese alguien soy yo. 

Ese alguien soy yo, explicándote cómo funciona el cuarto.

Es cierto que el cuarto pareciera estar cambiando. Pareciera que no es un solo cuarto sino muchos, y en cada uno de ellos avanzas –esquina a esquina, muro a muro, milímetro a milímetro– arrastrando los cabellos ebrios y largos, entre otros incorregibles tarados. 

Pero por otro lado da lo mismo moverse, porque el cuarto en suma es uno y en suma el mismo.

Tú mismo estás en cierto modo en perpetuo modo de transformación, engendrando toda clase de personalidades y formulaciones. Pero has de saber que todas tus tragedias se reducen a una. ¿Cuántas veces has movido los muebles, los signos de lugar? Piénsalo. ¿Cuántas veces te han hecho cosquillas los bichitos, o te han cortado sin remedio? Piénsalo. ¿Cuántas veces has recorrido este bazar, en busca de un espejo que en realidad ya compraste incontables veces? Por el amor de Dios, piénsalo. Todas estas configuraciones, destinadas a repetirse una y otra vez, no varían sustancialmente en nada.

Por supuesto, no estás solo en el cuarto, otros te acompañan, con sus animales domésticos, y si te acompañan es porque están tan obscenamente desesperados como tú, o porque son tú, en todas tus formas y voces, del mismo modo que tú eres ellos. 

Del mismo modo que tú eres yo.  

Pobres criaturas, con sus morales torcidas. Hay que verlas patinar y caerse torpes sobre su propio líquido amniótico. Ay, como caen, cómo hacen el ridículo, cómo tratan de sobrevivir al cuarto... Pero nadie puede sobrevivir al cuarto, realmente. Y eso es porque el cuarto nunca muere… El cuarto respira, sangra y es eterno. El cuarto siempre está naciendo, siempre es nacido.

¿Me escuchas? El cuarto jamás morirá, y tú tampoco de hecho, porque tú y el cuarto son una misma cosa. Y dado que tu misma substancia es la substancia del cuarto, y el cuarto tu propio cuerpo, estás condenado tú también a no morirte. 

Por tanto ni te molestes en quitarte la vida. Salir del cuarto es seguir estando en el cuarto. Cortarse las venas es volver, una y otra vez, al cuarto.  

¿Que si el cuarto es una maldición? Puede ser. Es una manera de verlo. 

También podemos decir que el cuarto es extraordinario. Y en verdad es extraordinario, el cuarto. En verdad lo es. Está lleno de milagros, de ocurrencias imprescindibles. Cuando pones tu oreja contra la pared y escuchas lo que hay del otro lado, lo que escuchas es a ti mismo del otro lado poner la oreja contra la pared. ¿No es eso de veras increíble?

¿Que para qué has venido al cuarto? No hagas preguntas tan retóricas y tan estúpidas. Lo único que te puedo decir es que por tu culpa el cuarto está aquí. Te gusta el cuarto, y lo has mandado a llamar. Y ahora el cuarto está aquí, y ahora estás en el cuarto. 

También podemos decir que el cuarto ha enviado por ti. ¿Por qué dices todas esas cosas tan hirientes, a veces? Porque el cuarto te lo ha pedido. ¿Por qué ríes y ríes hasta perder esencialmente tus dientes? Porque el cuarto es como una caricia larga y propicia, una brisa infinita que calma a las bestias. 

Claro que todas estas explicaciones carecen de importancia. En última instancia, no hay nadie en el cuarto, ni siquiera tú. ¿Qué eso ya lo sabías, dices? Si realmente lo supieras, no estarías en el cuarto. 

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