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Flotaremos

(Crónica publicada en Siglo 21 el 04/10/2015.)  


Nos meteremos en el líquido esbelto, altamente salino: flotaremos. 
         
Me han enviado a Float –empresa que se autodescribe como “la primera clínica de flotación de la región centroamericana”– para realizar una terapia de privación sensorial y extraer de ello una crónica. 
         
Otros artículos implican conexión: este, más bien, apartamiento. Lo cual es perfecto, para mí. Detenerme un rato, en estos tiempos hiperdinámicos, con sus exigencias, mores y algarabías, me parece una espléndida idea.
         
De la flotación no tengo mayores referencias. Pero ahora que lo pienso, sí tengo una referencia: la peli de ficción–horror Altered States (1980), con William Hurt. 
         
Estoy a punto de entrar en el tanque de flotación, uno de ambos de los cuales dispone Float. Me quito la ropa (pues esto se hace desnudo) y abro la escotilla, que pudiera ser la de una gran caja fuerte, o la de un considerable refrigerador, con la diferencia de que esta escotilla apenas pesa, y adentro la temperatura es agradable. 
         
Me meto. 


En Float

Momentos antes me encontraba en la sala de espera, hojeando un par de libros: The Book of Floating, de Michael Hutchinson, que explora los usos medicinales del tanque de aislamiento sensorial inventado por el neurocientífico John C. Lilly; el otro, un libro del propio Lilly, titulado The Deep Self. 
         
Fue John C. Lilly  quien –en el siglo pasado– empezó a intrigarse por estas cosas, el pionero definitivo que supo conjuntar privación sensorial con una ambientación casi intrauterina, más la concentración de sal en el agua, emulando el Mar Muerto.      
         
Momentos después, una amable señorita me llevaría a un cuarto espacioso y con atmósfera de spa (baño, lavamanos, regadera). Todo impecablemente sanitizado y, por si alguien tuviera esos pudores, muy privado: aquí nadie puede entrar durante la sesión, a no sea que lo solicite explícitamente. 
         
Los filtros mantienen pulcras las aguas del tanque. La clave es la higiene, tanto del líquido como del aire circulando. No se usanquímicos, ya que estos pueden ser abrasivos para la piel. Por ejemplo cloro, cuyos vapores dañan los pulmones y celulares cerebrales. Ni cloro ni agua oxigenada. El agua se saca completamente del tanque, se filtra, se satura de ozono, luego se limpia aún una tercera vez, con rayos ultravioleta.
         
Explica la señorita que hay que bañarse antes de ingresar a la cámara y bañarse también después. Asimismo ponerse unos tapones de oído, que vienen en bolsa sellada. 
         
¿Cómo sabré cuando sea la hora de salir? La señorita tocará una de las paredes del tanque, a la cual ella tiene acceso, desde fuera del cuarto. 


Adentro

Solo ya, me doy la ducha, me pongo los tapones, me deslizo en el tanque: floto. 
         
Si estiro mis piernas hacia abajo, mis brazos hacia arriba, puedo tocar las paredes de la recámara oblonga, cubiertas de gotas autistas y vaporosas. Si estiro los brazos a los lados, sus paredes laterales. 
         
Esta es una cámara de privación sensorial, pero de hecho hay muchas sensaciones presentes. Privación no total sino selectiva, diría yo. No es que no hayan estímulos obrando en los campos sensoriales: es solo que son pocos y específicos. 

Mundo fenoménico reducido, pero poderoso. Ciertos ruidos, como el de la respiración, o el gorgoteo del vientre, se hacen patentes. El lugar por demás no es que carezca de olor. La oscuridad sí es completa, pero es a su vez una especie de pantalla perceptible. Cuando intenté sentarme, el agua entró en mis ojos, causándoles ardor; se metió en mi boca, dejando una sensación amarga. Desde el punto de vista del tacto, habrá que hablar de la cualidad espesa del agua: como estar en una suerte de útero: espeso, amniótico. Por demás, la temperatura es de 37 grados: la temperatura misma del cuerpo. 
         
Hay algo de primordial en todo esto. Es como estar en una especie de vientre materno. Lo cual se presta a regresiones de toda clase, situaciones embrionarias, fetales. 
         
Una experiencia maternal y sustancial. 
         
Dadas las condiciones del tanque, que facilitan una sensualidad seductora, uno puede alcanzar, a partir de cierto límite, grados estimables de gozo. Está por supuesto la sensación especial que surge a raíz de que muchas fuerzas de gravedad sobre el cuerpo son retiradas. 
         
Experimento con la quietud y la inmovilidad propiamente. Mi cuello no se deja ir del todo hacia atrás, quizá porque cree que se va a hundir, o porque no siente la presencia de una almohada. También noto que esa área misma del cuello guarda un paquete sensible de tensión.
         
Pero la relajación se va dando. El riesgo es quedarse dormido, lo cual sería desperdiciar la experiencia: lo que me interesa son las zonas fronterizas de la consciencia, no la inconsciencia como tal. 
         
Además de experimentar con la inmovilidad, experimento con el dinamismo. Hago ejercicios de stretching (se oye con nitidez el crack crack del estiramiento) y luego ciertos movimientos espontáneos. El cuerpo deriva hacia posiciones no cotidianas, que normalmente no podría hacer, pero que en el tanque son posibles.   
         
Me vuelvo a recostar, buscando la mejor postura en términos de cuello, manos y piernas: pronto la encuentro. 
         
La gente asume que esto de los tanques de privación es tener experiencias–fuera–del–cuerpo, pero yo más bien creo que es un asunto de corporeización armoniosa –no de disociar. En el organismo mismo, no fuera de él, está la libertad que tanto anhelamos. 
         
         
Más adentro

Para ciertas personas el tanque es algo muy paroxístico y trascendental; para otras algo muy anodino y suficientemente estándar: como una sesión de masaje y nada más. 
         
A mí me interesan los rangos de profundidad que puede ofrecer la experiencia. Siendo lo único malo que por estar sumergido no puedo apuntarlas.
         
Si alguien no está acostumbrado a su propio espacio de subjetividad, puede que se vea asediado por la proliferante masa de contenidos mentales, memorias, proyectos, estrategias vidriosas, confesiones íntimas: todos esos gorgojos internos que parecen salir de ningún lado. 
         
Siempre están allí, pero a lo mejor no se les ha prestado atención, y ahora, con la falta de actividad y distracción, semejan una inundación. Es curiosa la cantidad de basura mental que uno produce.
         
Dos rutas, aquí. Una, tratar de ganar control psíquico sobre todo ese material por medio de alguna técnica interior o meditación. La otra, abandonarse a lo que está ocurriendo: soltar el control. Dos rutas muy respetables, cada una con sus beneficios y sus desventajas. Las dos requieren eso sí una curiosidad esencial hacia lo que está ocurriendo. 
         
Cosa apreciable del tanque es la soledad que ofrece: oportunidad de desconexión esencial, que nos permite estar con nosotros mismos, en amor propio. 
         
Puede servir para sanar cosas. Acaso lidiar con problemas como el de la soledad (¿se olvidarán que estoy aquí?) o la claustrofobia (¿me quedaré encerrado en este lugar para siempre?). 
         
En lo personal sentí ligeras oleadas de ansiedad y miedo, lo cual no es extraño puesto que soy un ser un poco paranoico (escenarios perversos de la imaginación: ¿y si la señorita viene con un cuchillo a matarme?, ¿y si aparece un dedo flotando?, ¿pero en qué estoy flotando, exactamente?). 

Quizá una persona demasiado sensible, o ya con determinadas patologías avanzadas, físicas o mentales, no debiera utilizarlo. 
         
Dicho esto, yo diría que esto no es para todo el mundo, pero sí para la mayoría razonable. 
         
De todos modos, si uno empieza a convocar cosas desagradables, más allá de lo tolerable, es tan sencillo como abrir la puerta y salirse del tanque en cualquier momento.      
         
Aunque, como yo lo veo, la idea es trabajar con las experiencias tanto positivas, negativas como neutras (así, el tedio) que puedan surgir. Entre más sesiones de flotación, más puede ir uno lidiando con todo eso. 
         
Creo que la recamara será mejor aprovechada por quien vaya con una intención consciente de utilizarla como medio terapéutico y de desarrollo. En el ámbito de la psicología, habrá quienes se interesan en sus potenciales.  
         
También un lugar propicio para soltar nuestros poderes creativos, resolver problemas, entender cosas, superar escollos, recibir intuiciones, inspiraciones, contraseñas, ajás...  
         
Algo interesante que se da en el tanque es que nuestra experiencia del tiempo y el espacio se dislocan, de varios modos. Por ejemplo, se puede dar la sensación de que el tiempo no pasa. Por tanto hay personas que se salen a los quince minutos, pensando que ha pasado hora y media. 
         

Aún más adentro

El tanque de flotación puede entenderse como una experiencia religiosa, rito de pasaje, iniciación: como la posibilidad de conectar con algo más grande que uno mismo.  
         
En el tiempo que allí estuve me pude dar cuenta que este tanque ofrece posibilidades mágicas de transformación. Ya sin la tensión que imponen el tiempo y el espacio habituales, y pasada la reventazón de contenidos mentales groseros, la persona en flotación podrá accesar contenidos más sutiles, incluso zonas transpersonales de la consciencia. 
         
Con el sistema nervioso en perfecta inmovilidad y silencio, emerge una vivencia numinosa. Con la pérdida del contorno personal, viene, enseguida, la pérdida de la identidad limitada, e inmediatamente uno es inundado por una suerte de expansividad. Surge aquello que es la esencia, la transparencia inapelable y última. 
         
Entrar en contacto con eso es como hacerse una cirugía interior. 
         
En fin, en estas estoy, cuando la señorita me toca la pared del tanque. Palpo hasta encontrar la escotilla, me paro (con cuidado de no resbalarme y romperme la madre) y salgo del tanque. Me baño para quitarme toda esa sal, me visto. 
         
Estoy un poco desorientado, y sin embargo estoy muy despierto.
         

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