En 1997 la Madre Teresa fue sometida a un exorcismo. En todo fenómeno de santidad hay un lado sombra que no es sabio ignorar.
Una forma de explorar ese lado sombra de la Madre Teresa –o su institución– es explorar lo que de ella dicen sus críticos. No hay que sugerir que todos sus críticos lleven por fuerza la razón, pero sería un acto muy poco serio desestimarlos a la primera.
De parte del sector médico, hay a veces reservas respecto al trato que las misioneras dan a los pacientes y moribundos. Viendo un documental sobre el funcionamiento de uno de los centros de las Misioneras de la Caridad –el Kalighat, en la India– es cierto que me pareció que tenía lo suyo de maquila. Una voluntaria alemana –se le ve malaxando a uno de los deshauciados– no dejaba de notar con alguna incomodidad esa abismal diferencia que hay entre el hospicio de las misioneras y un lugar de enfermos terminales en su propio país.
También están las críticas políticas. Así las del acerbo Christopher Hitchens, quien escribió, por ejemplo: «Al viajar por Guatemala, justo en el momento en que las matanzas se multiplicaban a tal grado que estorbaban los intereses de la oligarquía local y de los empresarios extranjeros, en el momento en que la exterminación planificada de los indígenas de Guatemala estaba inscrita en la orden del día, la madre Teresa susurraba: “Todo estaba tan apacible en las regiones rurales que visité... Yo no me meto en este tipo de política...”».
Otros críticos han querido ver en las fuentes y formas de administrar las donaciones ciertas irregularidades.
Naturalmente, los hay que ponen en entredicho la cordura de la Madre Teresa, y la acusan, desde la trinchera psiquiátrica, de megalomanía y masoquismo religioso (especialmente enervante les resulta la frase: “nuestros sufrimientos son caricias de Dios”).
Éstos y otros son momentos de resistencia y desconfianza hacia la figura de la Madre Teresa. El debate, abierto.
(Columna en Buscando a Syd publicada el 26 de agosto de 2010.)
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