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Plenitud laboral

Es extremadamente difícil que un regular ser humano se sienta pleno en su trabajo.
            
¿Por qué? Porque para que la actividad laboral traiga plenitud debe tener al menos cinco características esenciales: 1) utilidad; 2) gozo; 3) conexión; 4) integridad; y 5) sentido.
            
Por utilidad, comprendamos por igual funcionalidad y rédito. Eso que hacemos deberá tocar tierra de alguna manera, darnos alguna suerte de propósito práctico y estabilidad concreta. Sin esta cualidad térrica, derrapamos en el aire. Le pasa a no pocos poetas por cierto: sus letras están grávidas de belleza, voz e inspiración, pero muy pocos (más bien ninguno) conocen lo que es vivir de su oficio, y eso es frustrante como ninguna cosa. Es algo que inclusive nos puede hacer perder la cabeza, puesto que todo trabajo que carece de raíces pragmáticas conduce, en mayor o menor grado, a la locura.  
            
Otra condición para la plenitud es que disfrutemos lo que hacemos, que nos traiga gozo, magia y esplendor. Todos conocemos personas que hacen cosas muy útiles, cosas que sirven al prójimo, que son básicamente correctas, incluso nobles, pero de otra parte son cosas extremadamente aburridas o clónicas. Entonces una especie de moho o marchitamiento general se apodera pronto de sus venas. Uno puede imaginar fácilmente aquí a un funcionario, a un burócrata perdido en un Ministerio. Desde luego, está el caso contrario: labores que provocan increíbles dosis de ansiedad, como podría ser el caso de un periodista hardcore. Pero, como dejó muy claro Csikszentmihalyi, el flow es algo que no está situado ni en la zona del aburrimiento ni en la zona de la ansiedad. Quien no conozca ese placer íntimo de trabajar que es a la vez relajación excitante y exaltada serenidad difícilmente podrá hablar de plenitud laboral. 
            
La conexión es otro factor a considerar, obviamente. La realización propia es importante, quién lo duda, pero siempre viene manca cuando no es una realización compartida, cuando no incluye, en cierta medida, al otro. Hay trabajos tremendamente solitarios que no implican ningún lazo con demás seres. Lo cual es perfecto… hasta que ya no lo es. Oficio aislado puede ser el del freelancer radical, que trabaja implosivamente en casa, cortado de todo entorno vital, o el del programador amurado en un mundo de algoritmos.
            
Por supuesto, sin ética, sin eso que el Buda llamó “rectos medios de vida”, ¿cómo puede ser uno feliz en el trabajo? ¿Es Trump feliz? ¿Lo es un narcotraficante? ¿Un empresario mañoso? Dudosamente. Es crucial mantener la coherencia.

Y por supuesto el sentido. En efecto, nada más horrible que hacer algo sin sentido. ¿Cuántas personas trabajan sin formar parte de un relato particularmente significativo e inspirador, cuántas personas no consideran que están aportando algo ideal al mundo por medio de su obrar? Incluso lo contrario: sienten que están acrecentando el caos y la gratuidad.  Ni doy ejemplo: son tantos. 
            
Cuéntenme, ¿se sienten ustedes plenos, laboralmente? 


(Buscando a Syd publicada el 13 de julio de 2017 en El Periódico.)

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