No me llama la atención destruir la figura del mentor. Tengo suficiente admiración por aquellas personas que inevitablemente poseen más experiencia que yo. Pero en tanto que autodidacta evito caer en cuencas fijas de heredad y transmisión, y eso me ha dado me parece a la vez carácter y elasticidad. Sobre todo, mis errores han sido siempre míos –de ellos lo he aprendido todo. Cuando los escritores emergentes me envían manuscritos y textos, para que les facilite un comentario, respondo: gracias por pedirme una opinión, pero ocurre que yo creo en la opinión propia.
Con el internet las posibilidades para el autodidacta son fluidas e infinitas (no lo eran en mis tiempos adolescentes, desgraciadamente más feudales). Internet trajo rosas, trajo condiciones inmejorables de autoaprendizaje. En lo personal tiendo mucho a la información en audio: podcasts, webinars, etc. Me he metido al organismo miles de horas de información auditiva, por lo general mientras lavo platos (lavo muchos platos); en mi caso, información relacionada con la consciencia y la espiritualidad –mi rollo. Otros absorben datos de política, branding o paleobotánica. El arte del autodidacta (y en esta era todos somos en una medida autodidactas) consiste en encontrar las fuentes óptimas de conocimiento, las más jugosas.
El internet me ha dado la clase de educación instantánea, directa y caudalosa que jamás me hubiera podido dar una universidad, y menos en un país como éste. Internet, verdadero Prometeo, es una hermosa tierra para hacer trekking sin guía. Por los senderos del conocimiento –y en plan pata de chucho.
(Columna publicada en Buscando a Syd el 9 de mayo de 2013.)
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