El documental de 2005 Die große Stille (en español El Gran Silencio) es un filme invaluable sobre la vida monacal profunda.
Documental desnudo: sin música, sin comentarios, sin entrevistas. El director, Phillip Gröning, pasó a vivir al monasterio de La Grande Chartreuse, en los Alpes profundos, para filmar a un puñado de monjes, y captarlos en su quehacer religioso.
En general hacer películas es algo bastante sacrificado. Pero hacer este documental debío ser particularmente tortuoso para Gröning, dado que no había crew que lo acompañase: él mismo hizo todo, sin ayuda ya de nadie.
El resultado constituye una mirada privilegiada a la vida de unos renunciantes cartujos. Resulta que dentro del cristianismo todavía hay personas e instituciones dedicadas a preservar la honda tradición del silencio.
En un principio, los monjes estaba reluctantes respecto a esta película, y eso porque no querían justamente que su precioso silencio fuese puesto en peligro. Dieciseis años tardaron en consentir el proyecto, suponemos que luego de largas deliberaciones (se los imagina uno como los ents de El Señor de los Anillos).
La vida contemplativa no es fácil. He realizado algunos retiros que replican la estructura y rigor monásticos. Son bastante duros. Pero son retiros de diez días a lo sumo. ¡Estos monjes dan su vida entera a ello!
Por supuesto, el presente es un monasticismo muy elevado, no ese de los rituales vacíos. Una profundidad se deja sentir en el documental, y no hay que ser cristiano para percibirla.
Admiro a las personas que deciden recluirse y dedicarse por entero a la actividad interior. Parecerá a algunos una actividad egoísta, con todo lo que está pasando en el mundo. Pero es mi sentir que esta gente, en su perfecta intimidad, está afectando al planeta entero. Yo le llamo activismo contemplativo.
Gröning nos da un documento invaluable sobre este tipo de vida y aquellos que la viven (dándonos unos retratos, unas fotografías verdaderamente sobrecogedoras). Pero es que además Die große Stillees un documento místico en sí mismo, que nos introduce a un espacio meditacional, a una especie de narrativa primordial.
Dicha narrativa nos muestra, por un lado, lo sagrado como manifiesto y sensible, a través de una composición elemental de luces naturales y sonidos puros (dice el director que es una película callada, no silente). Como Lubezki en The Revenant,Gröning se abstiene de usar luz artificial.
Poco a poco entramos a un ambiente y naturaleza sentidos, con paisajes sublimes, en donde el tiempo reina primigenio, con sus ciclos y estaciones. Y a este tiempo natural se agrega el tiempo del monasterio con sus ritos y cotidianidad numinosa: ritmos religiosos y naturales se confunden.
En el zen se dice: “Antes de la iluminación, corta madera y carga agua; después de la iluminación, corta madera y carga agua”. A la par de los ejercicios espirituales, hay toda clase de deberes ordinarios que deben ser realizados. Esta actividad tan concreta parece contrastar con la sacra iridiscencia que se siente dentro y más allá de las paredes del monasterio. Esta cualidad etérea –que algunos llamarán la luz de Cristo– viene de un lugar sin tiempo, de un tiempo que no tiene lugar.
En realidad lo más valioso del filme es que nos muestra cómo lo manifiesto y lo inmanifiesto se encuentran en una danza muda que es un silencio de formas lentas y preñadas. Lo sensible y lo divino no son dos: el mismo poder que humaniza a Dios, diviniza al hombre.
(Buscando a Syd publicada el 17 de marzo de 2016 en El Periódico.)
Comments
Post a Comment