El catolicismo carece de prácticas espirituales ligadas al sexo: no integra la sexualidad a la vida religiosa. Inclusive establece un fuselaje de desconfianza en torno a ésta, colocando un gran superyó en forma de gárgola sobre la vida erótica de los devotos, salvo ciertos movimientos alternativos y eclécticos.
Es porque el catolicismo no se relaciona abiertamente con el cuerpo y el placer que muchos católicos en el mundo terminan dirigiéndose a otras tradiciones espirituales, se van a hacer yoga y kundalini. Hoy muchas de esas lácteas técnicas provenientes de la India han sido vulgarizadas, incluso caricaturizadas, pero el hecho de que sean caricaturizadas sólo muestra que están siendo de hecho metabolizadas. El tantrismo budista de su lado trabaja muy profundamente con el gozo –son prácticas interiores que buscan trabajar con el deseo para convertirlo en consciencia iluminada. Unos verdaderos maestros en cuánto a sexualidad sagrada son los taoístas, que saben los secretos de refinar, transmutar y almacenar la esencia sexual.
En realidad, no se trata de que los católicos importen técnicas de otras tradiciones sino que busquen en su universo cristiano un nexo entre teología y erotismo –referencias como el Cantar de los Cantares o las culminaciones de Santa Teresa legitiman el éxtasis como puente hacia Dios.
Una institución religiosa que no sabe trabajar con la lujuria de sus integrantes está condenada a toda clase de patologías. La represión trae consigo grandes perversiones. Esto no implica tener sexo con alguien más o con uno mismo: si la persona espiritual decide abstenerse del contacto genital, es digno y coherente. Pero que trabaje con su energía sexual en estado frío es absolutamente necesario. Es posible que Cristo no haya tenido relaciones carnales, pero es seguro que trabajó con su poder sexual de un modo muy avanzado.
(Columna publicada en Buscando a Syd el 8 de abril de 2010.)
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