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Monjes pirados

Se metieron a la fiesta por la puerta trasera,
nos han traído el malestar de lo sagrado,
gesticulan con un revólver caliente.

Bailan en las diez direcciones,
no son los bienpensantes,

son los monjes pirados

que venden boletos
a la salida de los teatros.

Cuando por fin les agarramos cariño,
los muy cabrones se van a buscar
a viejos amigos al lejano Damasco,

o juegan fútbol y meten goles, dejándonos huérfanos,

o se quedan con nosotros pero nos avergüenzan
al no aceptar nuestros novillos sangrientos,

al hundir sus largos dedos ardientes
en las suaves vaginas de las piedras.

No atinan; serán santos, pero no atinan.

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