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Kármico


Hace un par de semanas me rebané un dedo en la cocina –un accidente tonto de esos. Aunque hubo mucha sangre, al final la cosa resultó ser menor (ni siquiera tuve que ponerme puntos). En vez de sentir desdicha, lo que sentí es gratitud: como si el hecho de haberme cortado de esa manera me hubiera evitado, no sé, un accidente de carro, una enfermedad delicada, o algo peor. Estaba operando bajo esa creencia, si quieren primitiva, de que es hasta cierto punto deseable que le ocurran a uno pequeños accidentes, porque evitan accidentes mayores. Algo así como a veces se cree que los pequeños sismos son buenos, porque despejan un terremoto.
           
En cierto perímetro religioso, es un paradigma prevalente. Así por ejemplo, es normal que durante ciertas prácticas intensas de purificación se presenten toda suerte de calamidades, lo cual es percibido como algo muy auspicioso, porque quiere decir que ciertos obstáculos o deudas están siendo liberados, en un contexto controlado y consciente.
           
Todo esto forma parte de la esfera general de lo que podemos llamar karma. Que para muchos, por supuesto, es pensamiento mágico. Y no tenemos por qué negarles, ciegamente, la razón. Bien puede que esta manera de entender el mundo no sea más que el producto de la ignorancia y la fanfarronería.         
           
Por otro lado, no dejan de fascinarme esos gordos comentarios sobre la causa y el efecto que esos señores orientales, que tampoco son unos imbéciles, han escrito. Pienso en los grandes geshes o doctores en filosofía budista, quienes se han dado la tarea de explorar tales cuestiones durante siglos, hasta el punto mismo de la virtuosidad. Dicho sea de paso, los budistas no creen en el karma como una especie de retribución impuesta por un pretor divino, agencia celestial o principio independiente. Tampoco lo asocian a una especie de determinismo clausurado.
           
En mi fuero interno no dejo de sentir que vivimos en un mundo de episodios amarrados y secuenciales. Tanto que me he vuelto en alguna medida sensible a estas transfusiones y escanciamientos, sus peligros, sus oportunidades. Me parece que al menos ciertas expresiones de la causa y el efecto han de ser aceptadas, en nombre de la sanidad. Por dar un ejemplo plano, si yo le quiebro la nariz a usted de un puñetazo, es seguro que eso abrirá un campo vibrante de impresiones, contingencias, respuestas y consecuciones. No hace falta meterse en aguas especialmente religiosas para darse cuenta de ello.
           
¿Qué pasaría si el reino kármico fuera mostrable, siluetable? ¿Si en algún momento nuestros índices y sistemas de data se volvieran tan sofisticados que pudieran medir incluso los movimientos causativos más sutiles, sensorear y revelar con precisión latencias y devenires potenciales? ¿Que pudiéramos, por así decirlo, convertirnos en administradores o gestores o remitentes de karma limpio, ya no solo a nivel individual sino además colectivo?
           
Hoy nos encontramos en un lugar muy interesante para encontrar patrones que antes era impensable rastrear. No es inconcebible que en el futuro esta capacidad crezca de una manera exponencial, y podamos aplicarla al misterioso y fractal ámbito del karma, con sus innumerables causas y condiciones. Lo que hoy es meramente dogmático o intuitivo, puede que mañana sea evidente.


(Buscando a Syd publicada el 17 de agosto de 2017 en El Periódico.)

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