En medio de esta ciudad tan descarriada,
donde los dados ruedan sobre la sangre,
hay no obstante un lugar de paz,
el Jardín Botánico.
Es un lugar muy discreto,
pleno de toda suerte
de sustancias vegetales
y líquenes viscosos.
Han sido días de ir
al Jardín Botánico,
porque estoy enfermo, extraenfermo,
y necesito un poco
de su energía
vivificante.
Debajo de sus árboles,
de hojas delicadísimas,
qué serenidad
aún encuentro.
En esta condición en que me hallo,
tan cerrado a los poderes de la vida,
solo el Jardín Botánico,
callado entre pájaros que gritan,
me ofrece
entonces
el principio de un despertar,
y una saliva de esperanza.
Hoy también he venido:
con un libro de Thoreau.
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