maestros supracelestes,
tan sonrientes y etéreos,
Krishnamurti era medio bravo,
y nos hacía sentir a todos
muy avergonzados
por no entender
lo que estaba
diciendo.
Todavía le recuerdo en su última charla.
Cuervos lúcidos brotaban
de su corazón ochentón,
y del cáncer de su cuerpo.
En cierto momento dijo, despectivamente:
«Dios, ¿qué clase de gente son ustedes?»
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