Se puede decir que Merton fue
fundamentalmente un ser de Cristo. Aún habiendo conversado con –e incluso
participado en– otras formas de religión, Merton fue esencial y radicalmente
cristiano, intransferiblemente cristiano.
Todo lo que hizo fue propulsado
por esta identidad y vocación inexpugnable, y por eso es que Merton puede –como
quizá ninguno– hacernos ver su belleza y su exclusividad espiritual.
Para mí es
una de las figuras estelares del catolicismo contemporáneo, una de las más
importantes, junto a un Theilard de Chardin.
A la vez, es una de las figuras
estelares de la interespiritualidad, que es mucho más que ecumenismo. Todas las religiones tienen aguas meritorias y
calman la sed. Todas los senderos de la montaña llevan a la cumbre de la
montaña, y son montañas, por derecho propio.
La Contemplación fue la Madre de Merton, pero
antes conoció la luz de la soledad, el hermano nihilismo de las cosas sin
centro, los caballos irascibles de la insatisfacción. Y bebió en una recámara
de cráneos, y conoció el pecado y sus innumerables testículos, y una espina de
canícula lo atravesó profundamente.
Todo ello lo llevó al esplendor simple de la
Fe. La Fe, ese ganglio infinito, sobrenatural, entró en su desierto. Entre
ángeles degenerados, entendió su vocación. Jesucristo superpuso su gracia, de
su mismísimo hígado le dio de comer.
Convertirse no es fácil. Podemos ver a ese
joven Merton rechazado, sin orden, abolido. Pero Gethsemani vino a darle la
anhelada consolación. Allí fue la feliz teología, la humildad monástica, la
dulce disciplina lacerante, el espejo de la verdad religiosa. Esa jeta suya, y
esas suyas manos, pasaron a ser de Dios, y de su rosa. En la Liturgia todo sapo
se despudre. En el Corazón toda tos cesa. En la aridez surge Presencia.
La introversión, el camino contemplativo, la
vida de plegaria, la recolección profunda, iluminaron sus costillas. Merton registró
la voz innegable del Abismo. Las piedras, con él, meditaron.
En la ballena de la escritura encontró algo.
Conoció la arboleda y aleluya de la palabra respirante. Se puede ser poeta y se
puede ser nada. Se puede ser nada y se puede ser canción. Canción fraternal y
humana, como humano fue Cristo. Cristo tomaba whisky y tomaba fotos, por las
calles radiantes de Jerusalén, la futura.
Padre tremendo, gigante contemplativo, monje
de todos: Merton. Nunca olvidaste la eternidad del otro. Comprendiste que los
muros de la Iglesia tenían que ser muros de caridad, muros abiertos,
antimuros.
La resonancia de Merton es
invaluable. Y lo sería más si no hubiera muerto en un lamentable accidente.
Esta columna es una plegaria y esta plegaria
es para el Trapense, porque nos explicó que Jesucristo es de aquí y es de allá,
es aparte y es perro (y es fuego y es fervor y es corriente eléctrica). Porque
nos enseño que Dios reza en nosotros, cuando no sabemos rezar.
Así me arrancaran las uñas, yo seré siempre del Amor. Nada sé.
Comments
Post a Comment