día tras día, mes tras mes, y año tras año.
Nadie aún le llama Eckhart, nadie aún le llama
como a ese otro místico famoso del siglo XVIII,
a quien la Santa –y la feroz– acusó de herético.
Lo cierto es que ahora estamos en el siglo XX,
la apostasía ya no concierne a los corredores,
a los niños, a las parejas, que van en el parque,
y los despiertos se sientan en las bancas vacías,
sin porvenir y sin pasado, en el poderoso ahora.
Echkart apenas come, pero irradia honda presencia,
observando uno a uno los pensamientos, esos perros.
El mundo es la paz simple en donde ocurre el mundo.
La mirada de Eckhart es puro gozo, sin interrupción.
Es cuando alguien se acerca, y le hace una
pregunta.
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