Lo Vasto es, por supuesto, el Gurú. Que en la India llamarían el Pesado, no sé, el Destructor de Oscuridad.
Descuiden: no
es mi intención aquí inaugurar un listado dulceiforme de ditirambos en torno a
la preciosa figura del Maestro. Sin contar que estamos hablando de una
categoría de todo punto matizable. Como yo lo veo, Gurús los hay buenos, malos y so so.
Adicionalmente, un Gurú es algo que no se sigue, se sigue
mucho, o se sigue a medias. Krishnamurti, mi primer Gurú, negaba todo Gurú. Y
yo, obediente, le imitaba. Lo seguí lo suficiente como para formularme una
opinión propia, y en mi caso esa opinión propia coincidió con la opinión
genérica de que no es por fuerza criminal enamorarse perdidamente del Mentor
Espiritual –y de ese modo tocar lo intocable.
Dicho esto, se recomienda no acercarse demasiado al fuego
del Benefactor (se quema uno) ni alejarse demasiado (se muere uno de frío). De
un tiempo para acá he venido escribiendo microhagiografías poéticas, que buscan
constituirse como una ofrenda literaria –al Gurú, entonces–. Pero a lo mejor, a
la par de la devoción y trascendencia, puede darse toda vez un poco de maldad–travesura.
Todo sagrado pero fresco.
No por ello
vamos a negar las altas, graves responsabilidades que vienen con un proyecto
como este. Huxley aclara en La filosofía perenne: «La biografía de un santo o avatar es valiosa solamente en
cuanto arroja luz sobre los medios por los que, en las circunstancias de una
determinada vida humana, fue eliminado el “yo”, para hacer sitio para el divino
“no yo”».
Esa fragancia
absoluta quisiéramos de plano que transitase en estos poemillas. Y sin embargo no
quisiéramos que los mismos fueran solo para freaks espirituales. ¿Podrán ser
leídos por un público a la vez específico y universal, beato a la vez que
deliciosamente profano? Ciertamente lo espero. No hay persona, creyente o
escéptica, que no requiera de alguna clase de inspiración o transparencia. Quien
no guste de asomar por el la la land espiritual que lo tome todo como una
fábula psicológica, y a estos personajes como excéntricos de todos modos
notables.
Yo sí soy un
inocente. Eso me separa de otros poetas que pertenecen a una tradición más
crítica y prevenida, sospechosos de las alturas transpersonales. En lo
personal, lo que me gustaría es fusionar la transmisión profunda con la
profunda poesía. Y de este modo, y en esa admiración, alumbrar ese misterio
irreductible llamado consciencia.
Originalmente resolví escribir 108 poemas. ¿Por qué 108? Número
místico. 108 cuentas tiene el rosario, o mala, como se le llama en Oriente. Seguramente terminaré poniendo más, o menos, u otros. El
Satgurú se manifiesta de muchas formas: zanjo la cuestión diciendo que todas
esas formas son la misma, si me perdonan la vulgaridad. Ojalá en todo caso que
el lector encuentre un mandala rico en tonos y energías, suficientes puertas.
Mi promesa inicial era acercarme a tantas mujeres
maestras como hombres, seres míticos como reales, muertos como vivos, cercanos
como desconocidos. Pero dudo que vaya a seguir esquema tan riguroso. Prefiero
que me guíe la borrachera. Las proporciones que las ponga el Desproporcionado.
Una cosa sé: esto
no será un viaje cronológico. La espiritualidad expande y subvierte tiempo y
espacio, narrativa y linealidad, y las trasciende. Estos personajes y sus
ambientes pertenecen a una atmósfera superior, en donde lo objetivo y lo
subjetivo operan ya distinto.
No será un
viaje cronológico, o espacial, pero mi intención es que sea un viaje, cómo no: para
mí y para vos. Todos esos gurús conformarán un rosario que quedará en tu mano.
Tu mano, que será
quemada y sanada al mismo tiempo.
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