Skip to main content

108


Lo Vasto es, por supuesto, el Gurú. Que en la India llamarían el Pesado, no sé, el Destructor de Oscuridad.
        
Descuiden: no es mi intención aquí inaugurar un listado dulceiforme de ditirambos en torno a la preciosa figura del Maestro. Sin contar que estamos hablando de una categoría de todo punto matizable. Como yo lo veo, Gurús los hay buenos, malos y so so.
        
Adicionalmente, un Gurú es algo que no se sigue, se sigue mucho, o se sigue a medias. Krishnamurti, mi primer Gurú, negaba todo Gurú. Y yo, obediente, le imitaba. Lo seguí lo suficiente como para formularme una opinión propia, y en mi caso esa opinión propia coincidió con la opinión genérica de que no es por fuerza criminal enamorarse perdidamente del Mentor Espiritual –y de ese modo tocar lo intocable.
        
Dicho esto, se recomienda no acercarse demasiado al fuego del Benefactor (se quema uno) ni alejarse demasiado (se muere uno de frío). De un tiempo para acá he venido escribiendo microhagiografías poéticas, que buscan constituirse como una ofrenda literaria –al Gurú, entonces–. Pero a lo mejor, a la par de la devoción y trascendencia, puede darse toda vez un poco de maldad–travesura.

Todo sagrado pero fresco.
        
No por ello vamos a negar las altas, graves responsabilidades que vienen con un proyecto como este. Huxley aclara en La filosofía perenne: «La biografía de un santo o avatar es valiosa solamente en cuanto arroja luz sobre los medios por los que, en las circunstancias de una determinada vida humana, fue eliminado el “yo”, para hacer sitio para el divino “no yo”».

Esa fragancia absoluta quisiéramos de plano que transitase en estos poemillas. Y sin embargo no quisiéramos que los mismos fueran solo para freaks espirituales. ¿Podrán ser leídos por un público a la vez específico y universal, beato a la vez que deliciosamente profano? Ciertamente lo espero. No hay persona, creyente o escéptica, que no requiera de alguna clase de inspiración o transparencia. Quien no guste de asomar por el la la land espiritual que lo tome todo como una fábula psicológica, y a estos personajes como excéntricos de todos modos notables.
        
Yo sí soy un inocente. Eso me separa de otros poetas que pertenecen a una tradición más crítica y prevenida, sospechosos de las alturas transpersonales. En lo personal, lo que me gustaría es fusionar la transmisión profunda con la profunda poesía. Y de este modo, y en esa admiración, alumbrar ese misterio irreductible llamado consciencia.
        
Originalmente resolví escribir 108 poemas. ¿Por qué 108? Número místico. 108 cuentas tiene el rosario, o mala, como se le llama en Oriente. Seguramente terminaré poniendo más, o menos, u otros. El Satgurú se manifiesta de muchas formas: zanjo la cuestión diciendo que todas esas formas son la misma, si me perdonan la vulgaridad. Ojalá en todo caso que el lector encuentre un mandala rico en tonos y energías, suficientes puertas.
        
Mi promesa inicial era acercarme a tantas mujeres maestras como hombres, seres míticos como reales, muertos como vivos, cercanos como desconocidos. Pero dudo que vaya a seguir esquema tan riguroso. Prefiero que me guíe la borrachera. Las proporciones que las ponga el Desproporcionado.
        
Una cosa sé: esto no será un viaje cronológico. La espiritualidad expande y subvierte tiempo y espacio, narrativa y linealidad, y las trasciende. Estos personajes y sus ambientes pertenecen a una atmósfera superior, en donde lo objetivo y lo subjetivo operan ya distinto.
        
No será un viaje cronológico, o espacial, pero mi intención es que sea un viaje, cómo no: para mí y para vos. Todos esos gurús conformarán un rosario que quedará en tu mano.

Tu mano, que será quemada y sanada al mismo tiempo.

Comments