El Nilo llevó la cesta, y el tierno profeta,
este fue rescatado por manos delicadas.
Moisés creció como egipcio, hasta el día
que sintió el olor de la fatiga encarcelada.
El origen, que no finge, hizo lo que tenía que hacer.
Ya fuera de la Ciudad, conoció los cantares del pastor,
y contempló, en una jornada particularmente solitaria,
la zarza insurrecta, y puede ser que estuviera descalzo.
¿Liberar un pueblo? Los dientes de Moisés dudaban.
Pero el Distinto, un eficaz negociante,
parece ser que lo terminó convenciendo.
No la ambición, no la revancha, lo llevaron
de vuelta a la ciudad maldita, más maldita aún
después de las plagas, que fueron once o ya diez.
Era tarde para extrañar la vida entre los egipcios:
el manantial de destrucciones había comenzado.
Al Este fueron esos varones y fueron sus hijas,
y no los detuvo ni muy siquiera el Mar aquel;
y claro los egipcios no habrían de salvarse.
No todo sería miel y dulzura, sin embargo.
También estaban el sol, la sed, la sangre.
¿Hemos de seguir penando, se preguntaba la caravana,
servidos por la esquizofrenia o grandeza de este sujeto?
La vara fue utilizada consignadas veces.
En esos días Moisés ascendió
por la divina encomienda.
Y no fue, de más está decirlo, para nada grato regresar:
difícil guiar a un pueblo que aquerencia becerros de oro.
No sería correcto hablar de lo que aconteció después.
Baste decir que la caminata continuó,
con el refulgente Arca incuestionable,
al sonido mudo de un tambor enterrado.
Realmente, todo pudo ser de otra manera.
no es altamente cotizada
en las regiones divinas.
El castigo: cuarenta años de vagancia.
Todos esos muertos, sobre ellos Moisés,
y Moisés debajo de todos esos muertos,
que continúan apilándose hasta la fecha.
Sería justo decir que no todo lo que se le atribuye
a Moisés es real, pero en todo caso, algo nos dio:
la Ley y la Memoria, un Cayado y Cinco Libros.
El desierto como una fragua
hirviente, en donde se fabrica
una espada, llamada religión.
una espada, llamada religión.
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