La niña, la gruta. El aura y el rezo. Bernadette y la benedicción, dieciocho veces consumada. Que la Divina Virgen apareciera a mujer tan humilde no fue ignorado por la Iglesia. Tampoco fue ignorado el hecho de que, desde el más allá, un brote de agua, acá, surgiera, limpio, balsámico, y compasivo. Nació la capilla fluida, ante los tumores de este mundo, donde las lágrimas nacen enfermas, y los músculos caen, negrísimos, por los caminos amargos, y las paredes lloran. Pero en Lourdes hasta las paredes se restablecen, hasta las piedras y los dioses heridos de muerte. Y los seres van con sus vientres tan turgentes, cancerados, con sus sufrimientos, sus fiebres, sus patrones malignos, a tomar la medicina. Cojos y tullidos, beban lo radiante. Tísicos y sidosos, beban lo sagrado. Lo inmaculado, lo inconcebible, beban ustedes, los del alzhéimer, así encriptado. Sanen invidentes: vean a ese Dios entre las formas. ¿Quién puede habl