La realidad puede ser comprendida como una suerte de espectro.Este espectro lo podemos dividir en un millón de pedazos, pero para fines prácticos lo vamos a dividir en tres: la realidad de la manifestación, la realidad de la consciencia, la realidad del vacío.
La realidad de la manifestación es la parte dinámica del espíritu; la realidad del vacío es su parte inasible y potencial; entre ambos media el espíritu radiante de la consciencia. Consciencia no es acaso la mejor palabra, dado que puede prestarse a toda suerte de malentendidos. Es no obstante la que elegimos usar.
Las tres realidades por aparte
La realidad de la manifestación es la región de lo condicionado, de lo fenoménico, de la separación sujeto–objeto. Esa separación se va volviendo más obvia en la medida en que bajamos a lo largo de sus tres regiones: causal, sutil y grosera. Realizamos la realidad de la manifestación por virtud de la via positiva o catafática, esencialmente vinculante. En lo manifiesto, por demás, solo nos podemos liberar a través del cambio. Uno se libera pasando de un punto a otro punto, de una identidad a otra identidad, de un estado a otro estado. Uno se libera literalmente pasando a otra cosa. Es una forma muy rudimentaria de liberación. La realidad de la manifestación es dual, es dos.
La consciencia por su lado alude llanamente a nuestra capacidad de darnos cuenta. Es la puerta o transición entre la manifestación y el vacío. Cuando la consciencia no se ha sumergido en sí misma, no se ha sumergido en su propia capacidad de captar, sino está enfocada en algo externo entonces presencia, atestigua. El testigo no se identifica con ningún fenómeno, por muy sutil que sea. Por un lado el testigo nos sirve para tomar distancia del mundo de la dualidad (y en ese movimiento nos permite trascender la dualidad justamente) pero sigue siendo dual en esencia. Cuando la presencia observante del testigo se hace consciente de sí misma se autoquema y deviene presencia pura. Cuando el testigo se identifica con lo observado ingresa plenamente en el reino de la dualidad, la manifestación y la forma. Esta última es una situación muy peligrosa, pues la forma es perfectamente capaz de experimentarse sin experimentar la consciencia y el vacío, en una suerte de amnesia que podemos llamar la ilusión o la caída. A la consciencia se accede tanto por la via negativa como por la via positiva. La liberación en la consciencia se da en virtud de que nos separamos de toda identidad limitada. La realidad de la consciencia es unitiva, es uno.
La realidad primordial y absoluta del vacío es la región de la potencialidad y la inasibilidad. Es imposible hablar de ella, salvo en términos negativos. Es pura arreferencialidad y puro misterio. El vacío o shuniata está vacío incluso de sí mismo. Se accede por lo que hemos llamado la via negativa, o apofática. Constituye la forma más completa de liberación en tanto que nos extrae por completo del juego de la identidad. La realidad del vacío es, sin más, cero.
Las tres realidades en conjunto
Si algo podemos decir de estas tres realidades es que son distintas y discretas pero a la vez no son aparte. En el budismo indotibetano, la realidad de la manifestación corresponde al nirmanakaya, la realidad de la consciencia al sambhogakaya, y la realidad última al dharmakaya. La unión de todos esos aspectos es el svabhavikakaya.
Podemos utilizar la palabra unión o podemos hablar de nodualidad. La nodualidad es una manera de hablar de la inseparabilidad de las realidades. Por ejemplo, hay una inseparabilidad del vacío y la sintiencia–consciencia. Dicho de otra manera, el vacío es toda vez vacío sintiente. El vacío no existe sin el darse cuenta. Desde luego podemos poner el énfasis en el vacío o en la sintiencia, pero es imposible escapar al hecho de que la sintiencia carece de sustancia y de que el vacío está siempre despierto.
Entre la consciencia y la forma también hay una nodualidad operando. Los seres sintientes son sintientes después de todo. La consciencia no es aparte de la manifestación, como lo sugiere la trampa cartesiana.
Así pues hay una suerte de nodualidad afirmativa entre la manifestación y la sintiencia, y luego una suerte de nodualidad negativa entre la sintiencia y el vacío. La auténtica nodualidad, empero, la más completa, digamos, es la que simultaneiza ambas nodualidades en una tercera ulterior: la nodualidad de la forma, la presencia y el vacío. Decir que estas tres realidades son noduales no quiere decir que son lo mismo, ojo. ¡Por favor no confundamos el no dos con el uno! Esto es muy difícil de entender para la mente, que solo puede ordenar las cosas en un continúo o en un discontínuo, y por tanto realmente es incapaz de penetrar el misterio trinitario del hijo, el padre y el espíritu santo. Tal misterio tiene que ser capturado con una facultad por encima de la mente, una sabiduría, no mental: trascendental.
Dejar atrás o ir a través
El camino gradual nos dice que tenemos que pasar de la realidad manifestada a la realidad de la consciencia, y luego de la realidad de la consciencia a la realidad del vacío, y ello nos abrirá finalmente la puerta a la no dual. Como si fuera una montaña que estuviésemos subiendo. Tal sería el enfoque o mapa vertical de la realidad.
Y sí, en cierto modo podemos decir que la realidad del vacío y la realidad de la consciencia están arriba de la manifestación y existen al margen de ella, pero de otra parte la consciencia y el vacío coemergen con la realidad. En el mapa horizontal de la realidad no vemos la consciencia y el vacío como algo que está por encima de la manifestación.
Si nos guiasemos solamente por el mapa vertical de la realidad podríamos pensar que solo podemos llegar a la realización de la nodualidad agotando las posiciones o bases ontológicas previas. Hay personas por ejemplo que dicen que solo habiendo realizado el viaje interior hasta el séptimo chakra podemos pasar a la consciencia pura y al vacío. Practican un camino gradual, ascensional. Si es un camino, es uno extremadamente largo. Lo cierto es que podemos pasar al camino directo de la realidad sin agotar el camino de la relación. Lo cual quiere decir que podemos entrar a la realidad trascendente por cualquier punto de la manifestación (y ni siquiera tiene que ser un lugar particularmente puro o santo). Por ejemplo podemos entrar a lo trascendente por el cuerpo grosero (como en el tantra). En este caso, la trascendencia no es un dejar atrás, sino un ir a través. Como siempre, nos parece que lo mejor es combinar ambos enfoques. Siendo mientras llegando, nos dice el aforismo espiritual.
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