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La libertad


El fruto de la práctica del camino de la realidad es la libertad. 

 

1. 

 

El enemigo de la libertad es la limitación. 

 

El enemigo cercano es el libertinaje –y la pseudolibertad. 

 

El amigo lejano es la constricción creativa o alineación virtuosa.

 

(Hay formas de alineación que no son tóxicas, que no responden a la opresión. 

 

La alineación sin alienación es posible. 

 

Incluso podemos hablar aquí de una obediencia sagrada, lo que en el antiguo lenguaje se llamaba temor de Dios.  

 

Es necesaria la obediencia, puesto que solo el que sabe obedecer sabe ser libre.)

 

 

2. 

 

Hay dos tipos de libertad: la libertad relativa, la libertad absoluta.

 

La libertad relativa está asociada a la autodeterminación propia de una persona o colectivo. 

 

Existen múltiples libertades relativas: desde la libertad de locomoción a la libertad religiosa; desde la libertad sexual a la libertad de expresión; desde la libertad económica a la libertad de pensamiento.

 

Etc. 

 

Por libertad entendemos, ahora, no la libertad de orden relativo, sino la última libertad, la libertad completa, absoluta, prístina y sin mácula. 

 

No la libertad que es libertad de algo (de una camisa de fuerza, del patriarcado, de lo que sea) sino libertad que es libertad en sí misma. 

 

De ser libertad de algo, la libertad absoluta es en todo caso libertad de la identidad limitada, personal. 

 

En este último sentido la experiencia de la libertad puede entenderse como una experiencia, conocimiento y posición transpersonal. 

 

Aquí hay que tener cuidado porque a veces se utiliza el término transpersonal para designar realidades que aún pertenecen al ámbito de lo limitado, manifestado y conocido.

 

En cuyo caso transpersonal solo quiere decir más allá de la persona o individuo en el sentido ordinario de la palabra. 

 

Pero al utilizar transpersonal en el presente texto, queremos ir más allá, no meramente de la persona ordinaria, sino más allá incluso de la persona del universo, la persona universal. 

 

La libertad, como la entendemos aquí, no es localizable, es libre de localización y referencia: es arreferencial. 

 

Devora toda coordenada. 

 

Es pura indeterminación. 

 

Es un viaje a ninguna parte. 

 

Mientras no tengamos acceso a la libertad incondicional siempre estaremos encadenados a las libertades provisionales, finitas.

 

Libertades que no son tales, o no del todo, dado que siempre están subordinadas a lo relativo, libertades que siempre requieren condiciones. 

 

No es que despreciemos las libertades relativas. 

 

No. 

 

No es que despreciemos las libertades del sendero relacional. 

 

Esas libertades son indispensables.       

 

De hecho, la libertad absoluta no nos dispensa de cultivarlas, como expresiones de amor. 

       

 

3. 

 

Pero ninguna de esas libertades se compara con la libertad suprema que es incondicional, que no requiere de condiciones.

 

Ni de causas, para el caso. 

 

Esta libertad siendo causa de sí misma. 

 

Tampoco precisa ser manufacturada. 

 

No se puede crear o conseguir. 

 

Es Para Siempre Conseguida. 

 

Ni siquiera requiere de nosotros, de nuestra existencia, consciencia o consentimiento para actualizarse. 

 

Nuestra percepción de esclavitud no puede mancillar su esencia, que es la nuestra. 

 

Dicho de otro modo, somos irrevocablemente libres, aún cuando pensamos que somos esclavos. 

 

La libertad es nuestra naturaleza de base.

 

 

4.

 

Se podría decir, poéticamente, que esta naturaleza es ilimitada, pero en realidad carece, no solo de límites, sino incluso de dimensiones. 

 

Es transdimensional. 

 

Esto es: está más allá del tiempoespacio.  

 

Cuando decimos que la libertad está más allá del tiempoespacio no queremos decir que ocurre a una distancia del tiempoespacio. 

 

Más bien estamos diciendo lo contrario. 

 

Coemerge con el tiempoespacio, en perfecta y misteriosa intimidad, pero sin depender del mismo.

 

No solo eso: sin la libertad de base, el tiempoespacio no podría existir. 

 

El tiempoespacio es vástago de la libertad, pero no puede participar en ella. 

 

Esta libertad está por encima de toda extensión. 

 

Y no nace, subsiste o muere. Ni siquiera es dependiente de la eternidad, si entendemos la eternidad como el tiempo sin límites. Para ser la libertad que yo soy no tengo que hacer nada y particularmente no tengo que hacer nada en el tiempo. Esta libertad es ajena al devenir y no requiere proceso o acumulación de ninguna clase.

 

Ni el tiempoespacio ni la causalidad, ni cualquiera de las categorías de lo relativo, pueden tocar mi libertad ingénita. 

       

 

5.

 

Como ya fue explicado, yo, como ente particular, no tengo que hacer nada por ser libre. 

 

Toda libertad que se adquiere termina perdiéndose.

 

Si soy libre no es porque he forjado mi libertad en una cima gloriosa. 

 

Soy libre simplemente porque soy libre, porque mi ser es libertad. 

 

En dicho sentido, ser libre no es más que conocer la libertad que ya soy, es realizar la verdad de mi naturaleza. 

 

Así pues, libertad y conocimiento de la libertad son una misma cosa.

 

Por eso se dice: la verdad os hará libres. 

 

Correlativamente, la ignorancia es la esclavitud.  

 

Esa ignorancia se condensa–cristaliza como identidad limitada. 

 

El problema aquí es cómo la persona vela la libertad trascendental. 

       

Desde esta lógica ser libre quiere decir ser libre del ente particular que sacrifica la libertad auténtica por una libertad mezquina, menor y relativa. 

 

Esta libertad menor es una que siempre exige opciones, que tiene sed de alternativas.  

 

Cuando lo cierto es que la libertad auténtica no es más que la ausencia de opciones, es un constante sí a lo que es, un consentir la realidad que uno ya de facto es. 

 

La libertad, que es apertura incondicional, no tiene ningún problema con la esclavitud, la necesidad o el condicionamiento íntimo o colectivo. 

 

Soy yo, en tanto que ente, quien quiere ser libre de todo ello. 

 

El espacio es libre con o sin paredes. 

 

No puede ser obstruido o bloqueado. 

 

Un jnani, un maestro de la realidad, es libre en una cárcel. 

 

La libertad es ulterior a cualquier noción de esclavitud y libertad. 

 

Es libre incluso de sí misma. 

 

 

6.

 

La práctica de la libertad supone familiarizarse, por medio de la investigación, la devoción y el entrenamiento meditativo, con la verdad, que como ya establecimos es la puerta a la libertad. 

 

Vamos a hablar un poco de cada uno de estos términos en relación al sendero de la realidad. 

 

Empezando con la investigación, que tiene que ver con pensar la verdad.

 

Hay múltiples formas de investigación.

 

El estudio conceptual de libros podría ser una de ellas.

 

Hacerse preguntas, inquirir. 

 

El ejercicio dialógico entre dos o más personas es muy valioso.

 

Así en el satsang, que es una reunión espiritual en donde se discuten, y debaten, estos contenidos espirituales. 

 

Además de la investigación, también está la devoción, que nos impele a sentir la verdad.

 

La devoción en este contexto no es exactamente como la devoción en el sendero de la relación. 

 

Aquí devoción es devoción a la verdad. 

 

Es un enfoque distinto a la investigación, no se trata de indagar e inspeccionar.

 

Se trata más bien de establecer un asombro y una fascinación respecto a la verdad. 

 

De esta manera el sendero bháktico se pone al servicio del discernimiento trascendente. 

 

Lo que usualmente ocurre es que la verdad nos mueve y sentimos una atracción hacia ella, una atracción que cada vez se va volviendo más profunda. 

 

La verdad nos inspira, y se vuelve fuente de inspiración.

 

Además de la verdad como campo bháktico primario, hay una gama de campos secundarios de devoción que pueden despertar en nosotros esa pasión, esa lujuria perfecta por la verdad.

 

Y es que para facilitar su contemplación, el Misterio Último, en su inagotable habilidad, se dualiza y manifiesta creando formas que funcionan como atractores y puentes al Sí Mismo.               

 

Muchos de las mismas formas de devoción que se presentan en el sendero de la relación servirán en el sendero de la realidad, pero ya no solo para generar amor y plenitud en nosotros, que ya es cosa grande, sino adicionalmente entendimiento y libertad. 

 

Es un tema largo, así que nos limitaremos a hablar aquí de una de esas formas: el maestro.

 

La devoción al maestro es lo que típicamente se llama yoga del gurú, y que puede darse de variadas maneras.  

 

El yoga del gurú es una práctica extremadamente eficaz, si la devoción es genuina, y el maestro real.  

 

Estamos hablando de un maestro liberado, un despierto.

 

Digamos que esta clase de maestro es un campo de refugio muy especial, porque es precisamente y sobre todo el maestro quien crea en nosotros ese interés profundo por el conocimiento.

 

Cosa que hace de tres maneras. 

 

Por medio de su capacidad clarificadora. 

 

Inspirando al alumno con la atmósfera devocional que él mismo profesa hacia la verdad.

 

Por su propio estado liberado, de naturaleza transfigurante. 

 

Así pues, la idea es colocarse continuamente en su presencia o campo de poder de una manera entregada y receptiva, para recibir el efecto total de su darshan o bendición liberadora.  

 

El maestro es sobre todo digno de adoración porque nos muestra directamente nuestra naturaleza suprema.   

 

Lo hace por virtud de lo que se llama la indicación esencial. 

 

La indicación esencial es una transferencia contundente y muy formal de la verdad en el discípulo. 

 

El maestro básicamente crea una apertura en nosotros. 

 

La indicación esencial establece un primer contacto contemplativo con nuestra condición auténtica

 

Corresponde a un destello preliminar de nuestra libertad. 

 

El equivalente a probar una exquisita muestra de helado en la gelateria.

 

A partir de ese primer destello, de esa semilla primera, podremos ahondar en la experiencia liberada, hasta eventualmente actualizarla, por virtud de la investigación y la devoción. 

 

Y por virtud de la meditación, claro.

 

La meditación tiene que ver con vivir la verdad.

 

Si la verdad no se vive, no sirve de nada. 

 

Si no es una cosa experiencial, es inútil. 

 

Al final, lo que queremos es pensar, sentir y vivir la verdad, todo a un tiempo.

 

Ello nos permitirá evitar tres trampas o riesgos nucleares.  

 

La primera trampa: si se piensa demasiado la verdad, esta se vuelve conceptual, cerebral, árida; le termina faltando el jugo del corazón; y eso que estamos buscando, esa experiencia celular de la libertad, se nos escapará continuamente. 

 

La segunda trampa: si se siente demasiado la verdad, esta se torna excesivamente sentimental o se da solo en dependencia de nuestro objeto devocional; puede que le falte claridad; puede que no se estabilice genuinamente en nosotros. 

 

La tercera trampa: si se vive demasiado la verdad, se volverá dura; una disciplina voluntariosa y remachante sin gozo y sin gracia; además no tendrá contexto, y no podrá autoentenderse. 

 

Lo ideal pues es crear alguna clase de programa espiritual que nos permita abordar la verdad desde la tripa, desde el corazón y desde el cerebro. 

 

 

7.

 

Hay tres grandes movimientos meditacionales, en el sendero de la realidad: la meditación afirmativa o catafática; la meditacion negativa o apofática; y la meditación que llamaremos simplemente del camino medio. 

 

La meditación afirmativa nos liga a la totalidad de la existencia fenoménica; la claridad, plenitud y entrega del ser.  

 

La meditación apofática es lo que se llama la via negativa en el cristianismo, y que tiene un equivalente en el neti neti hindú; nos permite llegar a la arreferencialidad o vacío último del ser, que está incluso vacío de sí mismo.  

 

Puede que algunos maestros y tradiciones enfaticen más el camino de la plenitud, otros más el camino del vacío

 

Otros combinan ambos caminos, una estrategia hábil.

 

Hábil porque al final del día el camino de la plenitud y el camino del vacío son dos caras de una misma moneda. 

 

Y al final del día lo que queremos es una práctica que nos permita reconocer de manera simultánea, instantánea y espontáneamente la naturaleza sensible, luminosa y vacía del Espíritu.