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La separación


La separación es el proceso por medio del cual el ser se aísla del ser. 

 

Al nivel del ser original, no hay separación, no hay división esto/aquello. 

       

La separación se da propiamente en el ámbito de la consciencia.

 

Ocurre que el ser se vuelve consciente del ser. 

 

Al volverse consciente de sí mismo, genera otro sí mismo, se vuelve un fenómeno para sí mismo: se fenomenaliza. 

 

Esta es la separación originaria, que luego dará lugar a un sinnúmero de separaciones. 

 

Así es como el uno migra al dos, y el dos a las diez mil cosas, como dicen los chinos, es decir todas las cosas. 

 

Al nivel de la separación primera el ser es uno y es otro, pero sabe que ese otro es sí mismo. 

 

El problema es cuando empieza a olvidarse que el otro es sí mismo.

 

Esta es la caída, que también podemos llamar la amnesia, la ignorancia, la inconsciencia, como sea.

 

La inconsciencia es el ser que ya no se reconoce a sí mismo en el otro, y se toma a sí mismo por un ser separado y limitado. 

 

En la medida en que el ser va olvidando su condición originaria, baja a niveles más intensos y cristalizados de contracción e inconsciencia, a través del espectro descendente del ser. 

 

La inconsciencia más profunda es la inconsciencia material.  

 

Es un estado de profunda oscuridad. 

 

Todo el universo manifestado nace velado, en un estado de opacamiento. 

 

Es un ser en olvido y un ser olvidado. 

 

¿Por qué se ha dado este olvido? Algunos dicen que el ser está jugando al escondite. Otros dicen que el ser se ha vuelto loco. 

 

Como sea, esta caída se da a través de cuatro posiciones: el ser puro, el testigo, el ego y la inconsciencia. 

 

Al principio, ya lo dijimos, está el ser puro. 

 

Luego el ser puro se hace consciente de sí mismo, y en ese momento ocurre lo que podemos llamar el testigo.  

 

Básicamente el testigo es el ser que se presencia a sí mismo como otro. 

 

El testigo es una suerte de estación intermedia entre el ser puro y el ego. 

 

Digamos que el testigo prefigura la dualidad, como un yo trascendental que observa el mundo desde fuera, pero a la vez sin ningún sentido de aislamiento o alienación respecto a ese mundo. 

 

Claramente no es un ego (atestigua el ego) y sin embargo anticipa al ego.  

 

Siendo una agencia que está desimplicada de la realidad que percibe, puede decirse que el testigo es la vanguardia de la separación.  

 

Al nivel del testigo la otredad no se da como oposición o contraste. De hecho el testigo está en perfecta unidad con lo que atestigua, en unidad con el mundo.  

 

Pero ya hay un dos asomando su cabecita. El ser migra, vía el testigo, de ser uno sin segundo, como se dice en el advaita, a ser una dualidad epistemológica.

 

En la medida en que se reifica esa dualidad, el testigo pierde su omnipresencia. 

 

Un ego no es más que un testigo mental limitado, que se debate entre la inconsciencia y la consciencia. 

 

El ego se observa a veces a sí mismo, pero siempre a través de sus condicionamientos, y con el recurso mental y limitado de la atención. 

 

El ego pone atención y en el acto la pierde. 

 

La atención (incluso la atención refinada del mindfulness) es un atestiguar artificial y dependiente del cuerpo–mente.  

 

El testigo por su lado no es dependiente de nada, y no tiene condicionamientos ni características. 

 

Lo que sucede es que el testigo empieza a olvidarse, como ya dijimos, a olvidar su propia naturaleza, en lo atestiguado, y cae en un estado de confusión, en donde ya no se reconoce a sí mismo, ya no reconoce su privilegiada posición. 

 

Si ya no se reconoce a sí mismo, es porque se ha contraído. 

 

Esta contracción es lo que podemos llamar el ego. 

 

La función del ego es apartarse del mundo, diferenciarse del mundo, es decir reificar el dos.

 

Por supuesto, es un mecanismo ilusorio, porque el ego sigue siendo el ser total, bajo el embrujo o alucinación de que es un ser limitado y apartado. 

 

Es posible hablar de grados egoicos, y en particular dos.

 

Hay un ego general que podemos llamar simplemente yo. Es algo más diferenciado que el testigo, pero todavía no es una persona propiamente. Es un sujeto conocedor. 

 

Ocurre que la cualidad observante o sintiente llamada testigo se va aislando más y más hasta separarse completamente de los fenómenos y tomarse por algo inconexo a ellos.

 

Cuando el testigo se reifica aparece este yo o sujeto limitado. 

 

Una forma de ponerlo es que el ser empieza a identificarse más y más con su forma separada, en una suerte de embrujo: el embrujo de Narciso. Se enamora de su forma separada y centralizante.

 

Con ello el ser no solo es reducido, vía el testigo, a una dualidad sujeto–objeto, además es reducido a una esquina de esta relación, la esquina subjetiva, en oposición al mundo–otro. 

 

En un segundo movimiento dota esta esquina, con la ayuda de la cultura condicionante, de características clausuradas –nombre y forma– y así nace el ego especializado, la persona especializada. 

 

Esta persona busca sentirse más y más especial y única a través de grados más sellados de separación. 

 

Lo cual es una banalidad y una superchería, porque lo único y lo especial no existen, o no existen como el ego nos dice que existen.  

 

Al final terminamos no solo prisioneros de nuestra subjetividad general, sino de nuestra subjetividad específica. 

 

Es una situación muy alienante. 

 

Alienante en el sentido de otrante, pero alienante también en el sentido de que nos vuelve locos. 

 

El ser se vuelve loco, porque empieza a tomarse por alguien substancial con determinados rasgos.

 

Como si el actor olvidase su identidad verdadera y se tomara por Hamlet.   

 

Cuando el ego no logra sostener su posición se pierde en niveles más y más densos e indiferenciados de inconsciencia y de negación.

 

Incluso deja de ser una persona, y se sumerge en una especie de no dualidad, pero no una nodualidad iluminada, sino ignorante, a veces llamada adualidad.

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