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La ignorancia




Este es un viaje de la esclavitud a la libertad, de la oscuridad a la luz, de la ignorancia al conocimiento.

 

Nuestro punto de partida es la ignorancia. 

 

Es el punto de partida de todo el mundo. 

 

Todos nacemos en un estado de ignorancia.

 

Es nuestra posición default. 

               

Realmente, somos seres ignorantes. 

 

Cuando uno se toma por un ser limitado uno es ignorante. 

       

Cuando uno desconoce su ser amplio y profundo uno es ignorante. 

 

Técnicamente el ignorante es el ser, que se ignora a sí mismo. 

 

Otra forma de ponerlo es que el ser en ignorancia es el ser limitado. 

 

La ignorancia, como la estoy presentando aquí, es un estado o posición del ser en donde el ser no sabe lo que es, en donde no sabemos lo que somos. 

        

La ignorancia nace de un olvido. 

        

Miremos este proceso en mayor detalle.

 

Todo empieza con el ser.

 

El ser se mira a sí mismo.

 

Al mirarse a sí mismo crea la consciencia. 

 

Luego pone atención a la consciencia.

 

Al punto de identificarse con y como la consciencia, es decir hace de la consciencia su nueva base o posición de realidad. 

 

Y en el acto olvida su antigua posición como ser: se pierde a sí mismo en la consciencia. 

 

Luego de que el ser se degrada en consciencia, ocurre otro olvido de identidad. 

 

La consciencia se relaciona consigo misma. 

 

Al relacionarse con sí misma, al copular consigo misma, crea el universo. 

 

Y pone atención a ese universo que ha creado. 

 

Al punto de identificarse con y como el universo, es decir hace del universo su nueva base o posición de realidad. 

 

Y en el acto olvida su antigua posición como consciencia: se pierde a sí misma en el universo.  

 

Luego de que la consciencia se degrada en universo, ocurre incluso otro olvido de identidad.

 

El universo se experimenta a sí mismo. 

 

Para experimentarse a sí mismo, faculta la perspectiva individual, el ojo individual. 

 

Y pone atención al individuo.

 

Al punto de identificarse con y como el individuo, es decir hace del individuo su nueva base o posición de realidad. 

 

Y en el acto olvida su antigua posición como universo: se pierde a sí mismo en el individuo. 

       

Nos damos cuenta que la ignorancia es progresiva y acumulativa.    

 

Entre más nos diferenciamos ontológicamente, más ignorancia hay. 

 

Al nivel del individuo, la ignorancia es ya gigantesca, apabullante. 

 

Como individuos no solo somos ignorantes de buena parte de nuestra experiencia incluso individual e inmediata, somos ignorantes de nuestra realidad universal, de nuestra consciencia profunda, de nuestro ser mismo. 

 

Como vemos estamos hablando de no una sino de múltiples ignorancias.

 

Todas estas ignorancias se han ido anidando en esta ignorancia individual y egoica. 

 

Es como un círculo que se fuese cerrando. 

 

Entre más nos dualizamos, más nos comprimimos en nuestra ignorancia. 

 

La ignorancia es esencialmente contracción. 

 

Y esa contracción es un estado muy opaco. 

 

Es todo lo contrario a la iluminación.

 

Es contrailuminación. 

 

Dicho todo lo anterior, tampoco es de satanizar la ignorancia. 

 

A veces se mira esta ignorancia, esta inconsciencia, como una cosa demónica y maligna. 

 

Pero de veras no es así.       

 

Atendamos por favor el hecho que sin el olvido o la ignorancia del ser, no habría manifestación universal o individual. 

       

Adicionalmente la ignorancia tiene otro sentido luminoso: no solo nos crea, además nos protege.

 

En efecto, si los velos de la ignorancia fueran removidos, seríamos en el acto quemados por la radiación de la verdad. 

 

Cuando Krishna enseña su forma universal a Arjuna, Arjuna frikea, derrapa. 

 

Incluso aquellos que hemos cultivado la consciencia, no estamos listos para ser conscientes de todo. 

 

Ya no digamos alguien que acaba de iniciar viaje individual. 

 

Sin la ignorancia, sin duda no podríamos soportar el shock de la separación.

        

Hay otro aspecto positivo de la ignorancia: la ignorancia es la manera en que descansamos del conocimiento y la consciencia. 

 

Lo cierto es que la consciencia demanda una cantidad descomunal de energía. 

 

Como nuestra energía es limitada, dado que somos seres limitados, la ignorancia nos da, por así decirlo, un respiro. 

 

Para alguien como nosotros, no es bueno estar todo el tiempo en un estado de atención, si la misma aún no está perfectamente emplazada.  

 

La atención, la consciencia, es algo que se va cultivando gradualmente. 

 

Demandar atención por encima la propia capacidad es detrimental. 

 

La distracción es recomendable y reparadora, para nada un crimen. 

 

Todos los estados elevados de consciencia requieren retracción, down time. 

       

Cada vez que hemos querido ser conscientes más allá de nuestra capacidad real de consciencia, hemos terminado con el sistema físico y nervioso reventado.

 

Podría decirse, y estamos diciendo, que hay una ignorancia natural, buena y sana. 

 

La ignorancia maligna en todo caso es la de aquel que pudiendo saber se niega a saber.

 

Aquel que pudiendo conocer prefiere cocoonizarse en la ignorancia, porque gusta de su entorno tibio y decadente. 

 

No hay sin duda peor ignorante que aquel que lo es por conveniencia y por pereza.

 

El conocimiento es una cosa que requiere trabajo. 

 

Para ser ignorante en cambio no hay que hacer nada. 

 

La ignorancia es automática.         

 

De hecho es nuestro estado de fábrica. 

 

Venimos con ella. 

 

La adquirimos cuando bebimos en las aguas del olvido, antes de nuestra presente encarnación. 

 

Nos reformatearon y volvimos al square one, a la pura inconsciencia.  

 

Y ahora toca el arduo trabajo de transformar la inconsciencia en consciencia. 

 

Algunas partes de la inconsciencia son fáciles de acceder: no están tan sumergidas. 

 

Pero luego otras están muy sumergidas, de hecho ni siquiera podemos verlas, están completamente ocultas.  

 

Que estén así de sumergidas no nos exime de conscienciarlas. 

 

Así como fuimos olvidando nuestro ser, hay que recordarlo de nuevo. 

 

Regresamos a la fuente divina, y desde ahí resurgimos, a través de los ámbitos del ser, la sintiencia y la sustancia, hasta habitar nuestra posición individual nuevamente, pero ahora conscientemente. 

 

Con una individualidad despierta podemos despertar a otros y despertar al universo todo.