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La realidad causal


La realidad causal es la tercera (o primera, depndiendo de como se mire) realidad de la manifestación, con la sutil y la grosera. 

 

La realidad causal es uno de los aspectos –el más denso, si cabe– de la consciencia eterna.

 

El aspecto condensificado de la consciencia. 

 

Cuando el ser se hace autoconsciente, entra en un relación de conocimiento consigo mismo.

 

Y eso da lugar a un encuentro amoroso del ser con el ser, de la consciencia con la consciencia. 

 

Con ese encuentro viene una magnetización o atracción profunda. 

 

Que a su vez crea una suerte de unificación infinita, una condensación infinita, una contracción infinita del tejido infinito de la consciencia. 

 

Y esa contracción –que es poder ilimitado en estado latente– es el causal. 

 

Es pura potencialidad ilimitada. 

 

Visto así, el causal es el aspecto último de la eternidad.

 

Es antes de la manifestación. 

 

Precede a la forma. 

 

Visto de otra manera, es una metaforma.

 

Sigue siendo consciencia abierta, pero en forma condensada. 

 

Por tanto la suya es una densidad hipersutil, una oscuridad luminosa, una contracción abierta.              

 

Sin esta contracción espaciosa no podría haber manifestación alguna. 

 

El causal no es una forma convencional, pero es el espacio o matriz de donde surgen todas las formas. 

 

La realidad causal es el ámbito que origina o causa todas las manifestaciones (de ahí su nombre, presumiblemente). 

 

El causal manifiesta el universo.

 

De hecho, esa es su función: manifestar. 

 

Causalizar.

 

El causal es el espacio tupido y opaco de donde surgen y parten todas las causalidades. 

 

Está por encima de las regiones del efecto, pero las provoca.

       

Tiene esa cualidad híbrida o conectora entre la eternidad y la manifestación. 

 

Simultáneamente, es ya manifestación. 

 

Aún siendo el ámbito que causa y antecede la manifestación, es parte ya de la manifestación. 

 

Es el primer aspecto de la manifestación. 

 

No es una forma convencional, pues, pero es ya algo. 

 

Una densidad. 

 

Densidad no en un sentido material, ni energético, ni siquiera mental. 

 

Evidentemente nos encontramos describiendo un proceso no material utilizando términos materiales, para que los entienda la mente. 

 

Por tanto decimos que el causal es denso, increíblemente denso: es el petróleo de la eternidad. 

 

Esa densidad suya es la plasticidad primaria de donde las formas surgen. 

 

Es la plasticidad de la consciencia. 

 

Sin esa plasticidad, no habría posibilidad de manifestar nada. 

 

Sin esa densidad, no habría mundo. 

 

Ahora bien, esta densidad no es terrenal, sino celestial. 

 

En efecto, el causal es como una tierra en el cielo. 

 

Y de esta tierra nace el árbol inverso de la manifestación. 

 

De ese mismo campo de plasticidad es de donde surgen las estructuras primordiales de la realidad, los arquetipos descendentes fundamentales de la región sutil superior. 

 

Y seguidamente las geometrías luminosas y vibraciones primarias. 

 

Mismas que irán cristalizándose en formas mentales.

 

En pranas.

 

En cosas. 

 

Tal es el poder creador del causal. 

 

Aclaremos que, una vez algo se ha manifestado, no pierde su contacto con el causal. 

 

El causal sigue dándole poder formal a ese algo. 

 

Recordemos que el causal es una suerte de potenciador de la forma. 

 

Lo que ocurre es que la forma manifestada siembra impresiones en el campo denso del causal. 

 

Que rehace la forma de acuerdo a esas impresiones. 

 

Una entidad kármica convencional, ignorante del funcionamiento del cuerpo causal, seguirá creando configuraciones samsáricas compulsivas y estúpidas. 

 

Desde nuestra forma y manifestación presente, proyectamos continuamente las semillas de lo que serán nuestras formas y manifestaciones futuras. 

 

Queda claro que jamás podremos dominar el karma sin entender el causal. 

 

Como ya dimos a entender, el causal es la tierra densa en donde sembramos nuestros porvenires.  

 

El causal es una tierra que estando en el cielo crea en esta tierra un cielo o un infierno. 

 

Si sembramos juiciosamente nuestras semillas kármicas, podremos manifestar un paraíso. 

 

Lamentablemente, lo único que sembramos son semillas idióticas y deseos ya sea contradictorios o asténicos, sin fuerza. 

 

El ente samsárico no solo no sabe utilizar el causal como el canvas kármico que es, tampoco sabe beneficiarse de su calma extraordinaria. 

 

Cuando el individuo no entrenado se aproxima al causal, se sumerge en un estado de sopor inoperante.  

 

Entre más se acerca al causal, más dormido queda. 

 

Como no hay formas, el sueño es profundo, y la inconsciencia también. 

 

Ahora bien, el causal como tal no es inconsciente. 

 

Es la persona la que pierde toda consciencia cuando entra en el causal, no el causal como tal. 

 

El causal de hecho es siempre pura consciencia despierta.

 

Pasa que esa consciencia no tiene ningón objeto o forma en dónde reflejarse. 

 

El causal es un lugar donde no hay formas y no hay estímulos. 

 

Y eso es muy aburrido para un ente samsárico convencional. 

 

Para un yogui entrenado, la historia es otra.  

 

El yogui entrenado encuentra en este mar indiferenciado de consciencia, sin fricción u obstáculos, la paz más alta, el silencio más nutritivo. 

 

Para el yogui el cuerpo causal no es sopor oscuro y tamásico, sino relajación perpetua.

 

Tomemos en cuenta que el causal es el mismo ámbito al cual entramos cada noche durante la fase de sueño sin sueños, y el efecto de entrar ahí es profundamente reparador y regenerador. 

 

Cuando hemos dormido bien, es porque visitamos la comarca del causal, y somos beneficiados por sus cualidades. 

 

Pero así como nos podemos beneficiar de sus cualidades inconscientemente, también nos podemos beneficiar de sus cualidades estando despiertos. 

 

Y eso es lo que hace el yogui: vivir el causal conscientemente.

 

Y no solo durante el sueño profundo, sino en el sueño con sueños, y en la vigilia también.

 

Cuando vivimos el causal despiertos, experimentamos dicha infinita. 

 

Es la dicha superior del séptimo chakra, a la cual podemos llegar a través de la meditación profunda. 

 

Lo importante empero es que no quedemos atrapados en esa dicha, que siendo un estado místico muy agradable, es un estado por lo mismo muy peligroso.  

 

No olvidemos que todavía estamos en la región de la manifestación y por tanto del karma. 

 

Siendo la idea trascender el karma. 

 

Para trascender el karma es preciso salir del cuerpo causal y de la manifestación en general, en búsqueda de la consciencia inmanifesta, el ser trascendental y el vacío verdadero. Aún más: del despertar.  

 

Y el causal bien puede ser la puerta a todo eso. 

 

En efecto, así como el causal es el lugar donde nace toda la manifestación, también es el lugar donde toda la manifestación cesa.

 

Si el causal es el origen de la manifestación también es su final. 

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