En el principio, sí, está el ser, que es pura presencia vacía: noche.
Cuando el ser toma consciencia de sí mismo, se parte en dos, y esta dualidad primigenia crea un hiato o brecha fundamental que es eterna y sin fin. Tal es la apertura primordial de la consciencia, el espacio primordial de la consciencia.
Luego este espacio empieza a conocerse a sí mismo; este conocerse a sí mismo es la claridad fundamental. Podríamos decir que el espacio de la consciencia se llena de luz, se satura de conocimiento.
Como producto de este conocimiento, surge un profundo amor por lo conocido, por lo otro.
Este amor produce una energía infinita que aumenta y aumenta: la relación del ser consigo mismo se magnetiza, se sexualiza.
La atracción es tan poderosa que crea una densidad infinita.
Resumiendo: el ser da lugar a la consciencia que da lugar al conocimiento que da lugar a la devoción que da lugar a la fascinación que da lugar a la concentración primordial.
Esta concentración desata un orgasmo de magnas dimensiones –el orgasmo descendente– que produce la manifestación tal como la conocemos.
En nuestra jerga contemporánea le llamaríamos a este orgasmo big bang.
Es una secreción, una de muchas que ocurren simultánea y sucesivamente.
Dicho orgasmo libera metaformas tales como el tiempo y el espacio y la materia con sus principios, elementos y leyes.
De esta manera el poder creacional del ser se hace explicito.
De la misma forma buscará explicitar su vitalidad, su amor, su verdad, su consciencia y su ser mismo, cualidades todas que están ímplicitas en la “prima materia”.
La materia no es aparte de estas cualidades. Sobre todo, la materia no es aparte del ser, sino es en el ser y por el ser.
Así pues, la creación, la vitalidad, el amor, el conocimiento y la consciencia ya están latentes en la materia, de un modo primitivo.
Por ejemplo, toda la materia es consciente, si bien protoconsciente. No es que la materia produzca la consciencia como dicen los científicos. La consciencia no es un epifenómeno de la materia. Pero la materia es una condición fundamental para que la consciencia se explicite en el plano de la forma.
Y así con las demás cualidades.
Este proceso de explicitación es una suerte de viaje o narrativa evolucionaria cósmica, que termina cuando el ser, que ha descendido de sí, se reune ascencionalmente consigo mismo.
Lo cual nos lleva al tema del ascenso.
Entendamos que el universo creado por el orgasmo no es un universo ya pulido y terminado. Es sustancia pura y dura. Sin embargo siendo sustancia pura y dura, contiene en sí misma el ser del cual es producto, que ya dijimos es un ser consciente, inteligente, amoroso, vital y creador.
Empujado por la energía del ser, las formas discretas de la materia empiezan a organizarse, pasando de lo meramente material a lo vital, dando nacimiento pues a la vida.
La vida, empujada por el amor del ser, se combina consigo misma, dando formas más y más complejas, que van acumulando grados más sofisticados de realidad.
Esta sofisticación termina gestando toda suerte de seres deliberadamente cognitivos e inteligentes.
Con dicha inteligencia, estos seres están en posición de generar modos de consciencia muy sutiles, y todavía más: de ser conscientes de la consciencia misma.
Cuando el ser en ascenso es consciente de la consciencia, ello da lugar a una singularidad, que a su modo también es un orgasmo.
Este orgasmo hacia arriba es el que hace que el ser por fin se reuna consigo mismo, con su propia realidad trascendente.
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