Hablemos un tanto de la autenticidad, un rasgo que adquirimos con la realización.
Hay dos autenticidades.
Una autenticidad auténtica.
Y otra apócrifa, artificial.
La autenticidad artificial –que autenticidad no es, evidentemente–nace del ego en contracción, del egusano.
Es decir del ego que cree que su identidad se agota en sí mismo.
La autenticidad real, la autenticidad auténtica, la única autenticidad, nace del ego liberado, es decir del ego fénix.
Dicho sea de paso, solo el ego puede ser liberado, la iluminación no requiere liberación alguna.
Todo este viaje ha sido hecho para el ego, para nadie más.
La iluminación no necesita ser liberada del ego: es el ego el que ha de ser liberado en la iluminación.
Cuando el ego es libre inmediatamente ingresa a una condición que estamos llamando autenticidad.
Cuando hablamos aquí de la autenticidad del ego no hablamos pues de la autenticidad del egusano, que se basa en una idea de lo que es y no verdadero.
El problema, nos damos cuenta, es que el egusano busca hacer de esta supuesta autenticidad una fuente de seguridad, y en el acto cortocircuita su propia frescura.
No estamos hablando de ser original en las redes sociales, de tener una profesión singular; no se trata de sentirse único en el sentido convencional de la expresión.
Hablamos del ego que por fin puede ser sí mismo porque ya no se exige ser especial, ya no tiene la neurosidad de ser único.
El viaje espiritual no se trata de no ser nadie, sino de ser tú mismo completamente, de hacerte uno con tu esencia personal, cosa que nunca podrás lograr paradójicamente mientras estés en el camino.
Por eso la autenticidad solo puede aparecer hasta que el egusano ha sido deconstruido en la singuralidad.
Y rearmado en el descenso como ego sin paredes.
El egusano quiere construirse una autenticidad, una especialidad, que por lo mismo, por ser construida, no es real.
Pero la autenticidad auténtica no es algo que se cultiva, sino que se expresa espontáneamente cuando el yo es liberado.
Cuando el ego se reencuentra, por así decirlo, con su naturaleza verdadera, esa naturaleza brilla en todas sus identidades relativas, sacando sus colores; no los colores de la bandera LGBTQ, por ejemplo, o de cualquier bandera para el caso, sino de tus radicales propios colores.
Cuando vives en la verdad del espíritu, todas tus mentiras se arrodillan ante esa verdad.
Cuando te sitúas en tu valor infinito y tu poder original, tus valores y poderes relativos florecen.
Cuando tu efulgencia inherente es reconocida, una fragancia de superindividuación brota de toda tu personalidad.
Comprendamos que la iluminación anhela expresarse de un modo distintivo.
La singularidad abstracta lujuria bajar y convertirse en singularidad concreta.
El ser, que es profundamente erótico, quiere tocarse a sí mismo en un lugar absolutamente inédito.
El ego fénix es ese punto.
El punto no es convertirse en una plasma de trascendencia indiferenciada.
Sino de prismarse a través de una egoicidad intransferible.
Así pues, el darma no es abstracto y parejo, sino profundamente personal.
La iluminación solo puede ocurrir, no solo en la manifestación, sino en tu drástica manifestación particular.
El ímpetu erógeno y creativo de la vida ama a los iluminados, porque ellos son los mejores vehículos para radiar originalidad y diferencia extremas.
No hay iluminado que no sea singular, que no sea sí mismo.
Todos los maestros realizados son únicos.
Y todos tienen grandes egos.
Grandes egos iluminados.
Poderosas y luminosas idiosincracias.
Es de veras interesante observar a un adepto o adepta iluminada.
Da la impresión que todos sus actos, gestos e intenciones emanan un halo genuino.
Que sus palabras no son aprendidas, sino se revisten de verdad y de continua frescura.
Que no está siguiendo un sendero, sino que lo está creando, con cada uno de sus pasos.
Con cada uno de sus pasos está generando sentido.
El ser que ha sido tocado por el sí mismo, y por lo tanto es auténtico, aborrece de lo falso y lo exhibe y lo quiebra, porque sabe que es ego atrapado.
Simultáneamente, el ser que ha sido tocado por el sí mismo, y por lo tanto es auténtico, es increíblemente solidario con cualquier expresión de autenticidad.
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