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Mooji


1. Eres de la sequía. Escribes cartas que son largos viajes a ninguna parte. Trabajas en negros horarios y, en tus momentos libres, restañas, como puedes, las heridas, y rascas las membranas blancas del insomnio. Esta es la humillación de la cual te hablaron de niño. Y resultó ser todo cierto. Cierto el cáncer tejido a la espuma. Ciertas las preguntas como innumerables gorgojos. Ciertas las provincias quemadas por el sol. Los periódicos te transmiten su hipotermia, la lunas te enredan en supersticiones, las pistolas quieren entrar en tu boca, las repúblicas darte genocidios. Tu esposa, cuyos pómulos se pudren, extiende ambas manos, y en ellas el bebé muerto reposa, te mira con su ojito hermético. Y ahora has botado otra semilla de sufrimiento en el mar, asesinando otra vez su belleza.

2. Harto ya, buscas. Procuras. De hotel en hotel, te mueves. Metes tu mano por centésima vez en el cadáver: quieres el tibio órgano luminoso. Salvar el hombre y el puente. Unir las espinas y construir un ángel. Convertir el frío en algo útil y partidario. Vas de templo en templo, y cada templo es como un gran oso de peluche, que reparte dulces y arsénicos. Consideras que esta alfombra roja en la cual crees caminar tendrá su término, y que al final te recibirán los anfitriones a puros gritos y con exaltados aplausos. Eres tan diligente; tu codicia tan pura; no te contentarás con nada menos que una porción de eternidad. Has aprendido las nociones. Te has sentado un millón de veces en el viejo cojín de meditación. Sé que has dicho un millón de mantras. Has servido a los seres y puesto, obediente, tu propia cabeza cercenada a los pies del Maestro. Este camino –este otro, este nuevo, este más– será el que te lleve lejos, en definitiva, de los reptiles y las nieves. Gobernarás.
        
3. Gobiernas: eres infeliz. Y sin embargo le cortaste la cabellera a todos tus enemigos, y sin embargo conquistaste todas las naciones. Comienzas a sospechar que este es un nuevo laberinto y que tus amigos de hecho están enfermos. Pronto estás escuchando con más atención las palabras del Jamaiquino, que habla y sigue hablando de algo que reside previo a todos los inventarios. Ya las habías escuchado antes, estas palabras. Pero ahora es como si ellas, tan lentas, tan profundamente quietas, no fueran palabras del todo, no sabes bien qué son. El Jamaiquino dice: serás amputado, y con tu mano ausente tomarás el vaso sin nada, y te beberás a ti mismo. No comprendes, algo comprendes, lloras, el Jamaiquino está y no está allí, es un hombre, pero a la vez es Otra Cosa, es fuego y único y carne y aire, completamente aire. En ciertas mañanas te sientes levantado por su presencia, hasta el último espacio, y otras veces no puedes dejar de ver tu reloj y no puedes dejar de odiar al Jamaiquino y sus tribunos charlatanes. Unos días te sientes como una isla y otros como el mismo océano. ¿Pero no es el océano una isla, a su modo? Y pontificas otro poco, y te pones la máscara que no tiene rasgos. Pero aún sin rasgos sigue siendo máscara.
       

4. No correrás más a tu fatiga. Ya tu lengua ha sido cortada. Desaparecieron los yunques ominosos, los pesos en la noche. El árbol se hizo sol. Llueve, pero nadie es mojado. ¿En este amplia alcoba, ya sin paredes, en esta vasta risa, nunca adivinada, quién contará las lombrices, quién los Budas y quién los espejos? Los espejos son de nadie. Las torres son inútiles. Aún si crecieran hasta el infinito, nunca te alcanzarían. Solo en su vacío íntimo sabrían encontrarte. E incluso si cayeras al abismo, ese abismo serías tú mismo, ¡tú!, abrazando tiernamente tu caída. Por tanto, la jaula es libre en el espacio y es espacio propiamente. Y el espacio una dulce, dulce herida, sangrando universos.

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