Óyeme, Cristo, amor, dime algo tierno al oído. Dame tu coro de células, tu utensilio. Te ofrezco este material completo de sufrimiento, esta simulación de vida, penetra este fuego con tu sombra. Óyeme, Cristo, amor, no seas dócil, no tengas consideración por las ingles de esta angustia. Pon en derredor la mano, clandestinamente. Ven, impío, extrae de mí las vísceras, ven a rozar mis enucleaciones. Seamos la cochambre, y cuando todo esté consumado salgamos juntos al balcón a contemplar los buses interinos, para llorar por aquellos choferes que muertos los conducen.