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Los cuatro despertares



El zen habla de cómo al principio hay una montaña, luego la montaña desaparece, y luego vuelve a emerger.

  

Primero está la forma personal, que harta ya de sufrir, decide embarcarse en el viaje espiritual. Ese viaje espiritual la lleva a un punto de disolución, que yo llamo la singularidad. Pero luego, desde dicho estado de disolución, la forma personal reemerge, como una forma iluminada. 

 

Si yo tuviera que describirlo en mis propios términos hablaría, no de tres, sino de cuatro fases: transformación, transmutación, trascendencia y transfiguración.

 

La transformación es cuando la persona se abre al darma y explora las distintas formas de amor personal. Se trata de una iluminación incipiente. Represento esta fase con el color blanco, porque lo que se busca es que el individuo alcance una posición personal limpia y sattvica. 

 

En la trasmutación, los límites entre la realidad personal y la realidad transpersonal empiezan a volverse fluidos y porosos. La persona comienza a morfar hacia la realidad transpersonal. Yo represento esa fase con el color rojo. Para mí el rojo es el tono de los caminos psíquicos, mágicos, herméticos, así como los caminos de la mano izquierda. 

 

La trascendencia supone la superación completa de la persona como locus de identidad. Lo represento con el color negro, que para mí es el color de Shiva, de lo último. 

 

La transfiguración es cuando rehabitamos el mundo y la persona desde la trascendencia, para poder iluminarlo. Lo represento con el color monárquico y dorado y shambaliano del amarillo, el color del sol. 

 

Termino esta pequeña explicación diciendo que cada uno de estos despertares, cada una de estas consciencias, requiere de un sistema operativo distinto, y no podemos aplicar un sistema operativo a una consciencia que no le corresponde. 

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