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Morir o matar


He hablado ya en otra entrada de la muerte, pero poco de dar muerte, de matar pues.

 

Me limito a decir que yo, desde siempre, desde chiquito, tuve la intuición de que matar era una abominación. 

 

Un punto de no retorno. 

 

Podemos equivocarnos de toda suerte de maneras, pero asesinar es otra historia. 

 

Y sin embargo, vivimos asesinando todo el tiempo. 

 

Desde esa cucaracha que merodea en nuestra cocina, hasta la tierra de donde extrajeron el níquel de tu celular, ya no digamos el steak que te comerás hoy por la noche. 

 

No hace falta ser un asesino serial para ser un asesino.  

 

Y no se puede vivir sin matar. 

 

Si quieres estar vivo, necesitas consumir otro ser, de alguna forma. Tu vida está hecha de incontables cadáveres. 

 

Uno puede aplicar toda clase de criterios respecto a qué es y no aceptable, o qué es menos o más aceptable, en términos de matar, pero de que matamos, matamos. 

 

Somos, en este momento, un Caín para algún Abel. 

 

Lo cual es muy poco elegante de nuestra parte. 

 

El koan es: ¿cómo matar con nobleza (o dejarse con nobleza matar)? 

 

Sin contar que a veces matar es verídicamente lo más sabio que podemos hacer. 

 

Trungpa dice en algún lugar de su vasta bibliografía que un bodhisattva habrá de matar a alguien cada mil años.

 

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