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El bardo


Hay muchas narrativas de lo que ocurre después de la muerte. Es un tópico fascinante que ha generado no pocas especulaciones.

 

Una narrativa dice que no pasa nada, es decir que cuando morimos, morimos.

 

Es la perspectiva del materialismo espiritual, que dice que la gente se inventa la vida después de la muerte para darse seguridad.

 

A lo mejor los materialistas se inventan la no continuidad de la consciencia para darse seguridad de otra manera. 

 

Una perspectiva así puede ser muy reconfortante. 

 

A mí me parece que si hay un escenario inquietante es más bien el de la vida después de la muerte.

 

Está la idea del cielo, es cierto, pero se nos advierte que entrar en semejante reino no es para nada fácil, es más bien una proeza, una maratón imposible, una cosa para seres extremadamente puros, sutiles, santos y elevados.

 

Hay que estar abiertos a la posibilidad de que no somos material celestial. 

 

Y luego está el infierno, que nunca es una posibilidad agradable. (Ya hablamos de ello en otra entrada.)

 

Más allá, se habla del renacimiento, que trae toda clase de complicaciones. 

 

Aquí la lógica es bien sencilla: voy a vivir esta vida tomando en cuenta la otra; si no hay otra, pues no pasa nada; pero si efectivamente hay otra, más vale estar preparado para ella, especialmente si es tan difícil como esta o más difícil incluso. 

 

No es sabio vivir esta vida como si otra no fuera posible. Esta vida bien puede determinar la calidad de la próxima. 

 

Especialmente, hemos de prepararnos, en esta vida, para la experiencia determinante del estado intermedio, o bardo, como le llaman los tibetanos, ese momento después de esta vida y antes de la próxima.   

 

Los tibetanos por cierto nos han dejado un rico cuerpo teórico y práctico en torno al bardo. Una referencia incircunvalable es la terma llamada Bardo Thödol, que en occidente llaman El Libro Tibetano de los Muertos, y de donde han salido muchas de las cosas de las cuales hablo aquí. 

 

 

El estado intermedio

 

Por supuesto, el bardo no es monopolio de los tibetanos. 

 

Hay muchas versiones del estado intermedio, muchas asociadas a un lugar en donde ocurre alguna suerte de juicio. 

 

La imagen típica es la de los dioses egipcios, pesándote el corazón. 

 

La magia también nos regala increíbles visiones respecto al bardo. 

 

En el cristianismo se habla del limbo o purgatorio, un estado para almas que no están condenadas pero tampoco salvadas, un lugar de expiación, y según el cual el ingrediente de la intercesión es admitido.

 

Para los tibetanos el bardo es un lugar de definición, es decir que la manera en que nos relacionamos con el bardo definirá el destino de nuestra consciencia futura. 

 

 

Muchos bardos

 

Antes de seguir, hay que aclarar que ese momento después de esta vida y antes de la próxima es solo un bardo de muchos. 

 

Hay innumerables bardos, de variable duración. 

 

Podríamos hablar de macrobardos, mesobardos, microbardos, nanobardos. 

       

Técnicamente, los bardos son zonas entre zonas, estados entre estados. 

 

Son entreestados.

 

En tanto que entreestados tienen una cualidad liminal.

 

Y pueden estar ellos mismos estar compuestos de bardos, eleáticamente. 

 

Así pues, cualquier experiencia transicional es un bardo.

 

Y en ese sentido, todo es un bardo, puesto que todo es una transición a otra cosa. 

       

Los tibetanos nos dan una lista básica de seis bardos: el bardo de la vida (esta vida es en sí misma un bardo); el bardo del sueño (en donde yo pondría acaso la experiencia de la droga y los estados alterados); el bardo de la meditación (muy importante para estabilizarse en los demás bardos); luego están el bardo de la muerte (la disolución como tal); el bardo de la luminosidad (la postmuerte); y el bardo del devenir (o la transmigración). 

 

Nos vamos a enfocar en los últimos tres de la lista que acabamos de dar: el bardo de la muerte, el de la luminosidad, el del devenir.

 

Se podría decir que estos tres bardos constituyen un bardo más grande o general, cuya duración, en los términos tibetanos clásicos, es de cuarenta y nueve días. 

 

Describamos brevemente el proceso. 

 

 

El bardo de la muerte

 

Este comienza con los signos anticipatorios de la muerte y desemboca en la disolución de los elementos.

 

Primero la tierra se disuelve en el agua (se pierde la consistencia del cuerpo).

       

Luego el agua se disuelve en el fuego (se pierde la movilidad y la lubricidad del cuerpo, todo se seca).

 

Luego el fuego se disuelve en el aire (se pierde el calor del cuerpo). 

 

Luego el aire se disuelve en el espacio (se pierde la respiración y las facultades mentales del cuerpo).

 

En este momento cesa la respiración y uno está clínicamente muerto. 

 

Mientras esto ocurre hay un repliegue energético hacia los chakras concomitantes de los elementos en el canal central.  

 

Todas esas disoluciones vienen acompañadas de visiones correlativas en la mente.  

 

Al final uno está clínicamente muerto, como ya dije, pero los vientos internos todavía están en el canal central, y tienden a juntarse en el corazón. Es cuando la gota blanca del padre, en la corona, y la gota roja de la madre, en el chakra secreto, se unen creando la total oscuridad. Ese proceso dura aproximadamente media hora. 

 

 

El bardo de la luminosidad

 

Entonces adviene el bardo del dharmata. 

 

Aquí es donde se manifiesta la mente radiante.

 

Si uno ha practicado mucho en vida, entonces uno puede fundirse con la clara luz sin problema. 

 

Pero es difícil: «No pueden mirarse fijamente el sol ni la muerte», nos dice el aforista francés François de La Rochefoucauld.

       

El muerto tiene una oportunidad de unirse con la luz en los próximos tres días. Es por eso que durante ese período de tiempo no se toca el cuerpo de los maestros realizados cuando mueren. 

 

Estos maestros, por medio de un proceso de muerte consciente, pueden trascender completamente a la pura presencia vacía, el dharmakaya, que desde luego es la fuente de toda actividad iluminada. 

 

Pero como ya dijimos para la mayoría de las personas la luz clara es tan brillante que la gente le rehúye, y pierden así la posibilidad de entrar en la esfera pura iluminada. 

 

Pierden la posibilidad de entrar en la esfera pura iluminada, pero aún tienen la posibilidad de migrar a un reino sutil superior, esto entre el tercer y décimo día luego de la muerte. 

 

Dependiendo de nuestra realización vamos a ver formas muy puras o cosas muy poco bonitas. 

 

La cosa es si podemos relacionarnos con las formas puras y auspiciosas (que serán determinadas por nuestros condicionamientos espirituales y experiencias previas) o no. 

 

Estas formas pueden ser budas, seres sutiles, antepasados en forma angelical. 

 

Si no podemos ver estas figuras o conectar con ellas adecuadamente pasaremos, sin más, al reino de la manifestación. 

 

 

El bardo del devenir

 

Después del décimo día hasta el día cuarenta y nueve adviene el bardo del devenir. Decir cuarenta y nueve días es a lo mejor un decir, porque en los bardos el tiempo ocurre de otra manera.

 

Esta es una franja muy confusa del bardo. 

 

Es sabido por demás que muchas personas, estando en este ámbito, creen estar aún en el reino grosero, pero no pueden conectar por supuesto con lo que ahí pasa. 

 

Las personas vivas no los escuchan, los vasos no se dejan agarrar. 

 

Todo lo cual presupone que la mente tiene una forma no sensorial de captar la información del mundo grosero.

 

Por ejemplo podemos sentir muy vívidamente, con una intensidad sin filtros, una intensidad insoportable, el mundo de la manifestación, por ejemplo las lágrimas de tu hijo que está llorando tu muerte.

 

Lo cual reafirma la narrativa falsaria de que estamos vivos. 

 

Sin embargo eventualmente los muertos se dan cuenta que están muertos, y ahí empieza el retorno o renacimiento.  

 

Si no se dan cuenta, se volverán seres bárdicos, justamente, fantasmas, y alguien tendrá que ayudarlos a darse cuenta de su situación para que puedan seguir adelante. 

 

 

La muerte es sueño

 

El bardo es un mundo que puede ser muy onírico.  

 

Un mundo hecho de retazos kármicos e imágenes. 

 

Cuando los tibetanos hablan del bardo nos dan un relato que tiene momentos angelicales e infernales. 

 

A mí recuerda a un viaje en hongos, en donde toda clase de reinados sutiles e inframundanos se están constantemente autocreando, de acuerdo a tus impresiones mentales, tus resistencias e identificaciones. 

 

De hecho en los sesenta Ram Dass y Timothy Leary hicieron una adaptación del Bardo Thödol para experiencias psicodélicas. 

 

Otro libro por cierto fascinante para navegar los malos viajes es el famoso Manual de Iluminación para Holgazanes, de Thaddeus Golas, en donde se nos dio el mejor consejo para salir de un lugar desagradable: «Cuando aprendas a amar al infierno, te encontrarás en el cielo».

 

Aplica a los malos viajes, a la vida en general, y aplica a los bardos. 

 

El bardo no es una experiencia del cuerpo grosero, sino una experiencia del cuerpo sutil, lo cual trae muchas consecuencias.  

 

Para empezar, es un lugar hiperfluido, no tiene la estabilidad del cuerpo grosero.

 

La gente se queja del cuerpo grosero, y lo mira como una prisión densa, pero en realidad es una ventaja estar en un lugar tan estable.

 

El bardo tiene más bien ese sabor incontrolable, hiperveloz e inconexo de un sueño. 

 

La vida es sueño, y también la muerte. 

 

De ahí que el yoga de los sueños sea una herramienta tan importante para navegar el bardo (y añadiría yo el uso consciente de entéogenos). 

 

 

La nube sutil

 

Cuando ingresamos al bardo no nos llevamos el cuerpo grosero con nosotros. 

 

Puede eso sí que la identidad física y el apego a lo material sobrevivan, dado que son en sí fenómenos mentales, y de hecho son estos los que nos hacen compulsivamente buscar un nuevo cuerpo, es decir renacer.  

 

Sin embargo, incluso la persona misma, dependiente de la base fisiológica y cerebral, se pierde en el bardo.         

 

Muchas personas creen que sobrevivirán de alguna forma con la muerte, pero eso no es más que una fantasía espiritual. 

 

Lo que sobrevivirá es un campo de tendencias sutiles e impresiones mentales que puede bajar a un nuevo cuerpo y crear una nueva persona limitada. Pero esa nueva persona no será tú o yo. 

 

Se deriva que la duración de vida de esta nube sutil es más larga que la duración de vida del cuerpo grosero y la personalidad grosera. 

       

Personalmente, tiendo a creer que la nube sutil individual se disuelve en la nube universal, de donde surge un algoritmo totalmente inédito. 

 

Así pues, la diferenciación original se pierde completamente. 

 

A veces, es cierto, la nube del recién fallecido logra mantener un notable grado de cohesión, por la razón que sea. 

 

Hay casos bien documentados de ello: de personas que consiguen trasplantarse de una manera excepcional en la próxima vida, conservando de una manera insólita los rasgos, habilidades y memorias de su vida previa. 

 

Y bueno, está el caso de los tulkus, o maestros reencarnados, que pueden cohesionar lo suficiente su continuo mental e incluso direccionarlo a voluntad a un nuevo cuerpo en el continuo espacio–temporal. 

 

También están los practicantes que consiguen llevar su cuerpo mental a distintos ámbitos, algunos extremadamente sutiles y radiantes. Algunos de estos lugares nos dan la posibilidad de una longevidad extraordinaria, e incluso nos dan la posibilidad de la eternidad. Ciertos practicantes optan por ir a una tierra pura, un lugar en donde las condiciones son excepcionales para practicar el darma. 

 

También están quienes voluntariamente deciden abandonar la forma del todo, grosera o sutil, y se hacen uno con la nube de la iluminación, que está más allá del espacio y del tiempo, incluso de la eternidad.   

 

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