Hablemos un poco del amor propio.
El amor propio es importante para empezar porque yo merezco amor; porque sin amarme a mí no puedo amar al otro; y porque no hay modo de trascender el ego con un ego débil, y un ego débil no es otra cosa que un ego sin amor.
En ciertos círculos espirituales se dice, todavía hoy, que darse atención a uno mismo es antiespiritual, pero yo estoy brutalmente en desacuerdo.
Y el Buda me daría la razón.
Dice el Buda: «Puedes buscar en todo el universo a alguien que merezca más tu afecto y amor que tú mismo; pero no encontrarás a esa persona en ninguna parte».
Tenemos una responsabilidad universal; tenemos una responsabilidad sobre todos los seres;pero tenemos responsabilidad y jurisdicción sobre un ser en especial y ese ser es uno mismo.
El amor propio es una forma hipervalida de altruismo.
Pero es que además no puedo amar al otro sin amarme a mí.
Parte del problema es ver el amor a uno y el amor al otro como dos amores exclusivos, en competencia, cuando realmente se necesitan y se expanden mutuamente.
En un sentido último, el Sí mismo de uno y el Sí mismo del otro son lo mismo.
En un nivel relativo esa unidad se expresa como un bucle virtuoso en donde el amor propio nutre el amor ajeno y el amor ajeno nutre el amor propio.
Entre más amor me doy, más y mejor amor doy al otro, y viceversa.
Amor al otro sin amor propio es altruismo enfermo.
Tengamos eso en mente cuando digamos: «Ama al otro como a ti mismo».
A veces se cree que demasiado amor propio nos llevará a descuidar nuestras otras relaciones. Pero el amor propio es el fundamento de la intimidad, y se desborda, se trasvasa naturalmente hacia el prójimo.
Por eso es que la práctica budista de amor (metta) o compasión (karuna) empiezan siempre con uno mismo.
Y desde ahí, desde esa plataforma solida, avanzan hacia un altruismo universal.
Paradójicamente sin ego no hay desapego.
Se requiere de un ego sano y fuerte para trascender el ego.
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