Skip to main content

Rostro en tierra



Los enfermos están postrados. No pueden pararse. No tienen ese poder. Son diamantes rotos. 

 

Los practicantes espirituales también están enfermos, a su manera. 

 

A su manera la postración espiritual es análoga a la postración de los enfermos, en cuanto a que el practicante espiritual está herido y en su debilidad se postra. 

 

Es una cosa muy natural. La realidad pone naturalmente al practicante espiritual en el suelo, rostro en tierra, a morder los polvos.

 

Pero postrarse no es solo ceder a la gravedad y dejarse caer. 

 

En el caso del practicante espiritual, requiere un compromiso, es algo que se hace conscientemente, afirmativamente, litúrgicamente y elevadamente.  

 

El practicante espiritual se postra en consciencia y de buena gana.  

 

La postración es en este caso una práctica, una posición deliberada. 

 

Deliberadamente asumimos y expresamos nuestra vulnerabilidad profunda en la postración. 

 

Se trata de una posición que encarna la fragilidad, pero paradójicamente vehicula fortaleza y dignidad. 

 

Así es como el postrado espiritual encuentra vigor en la delicadeza, salud en el abatimiento, victoria en la rendición. 

 

Un postrado es alguien que se ha rendido, que ya no pretende salir triunfante en la batalla de las máscaras.

 

De hecho, nada es más destruible y acabable que alguien postrado.  

 

En la postración hay sumisión. 

 

En la entrega hay expectativa. 

 

En la expectativa alguna clase de confianza. 

 

Y en la confianza reconocimiento. 

 

Reconocemos nuestra propia debilidad mientras simultáneamente reconocemos la autoridad y fuerza de otra cosa. 

 

La vulnerabilidad ha dejado de ser una carencia para tornarse algo afirmativo: reverencia. 

 

Nos postramos cuando necesitamos honrar el poder de algo mejor que nosotros. 

       

Nuestra postración contrasta con la superioridad de algo y de esa manera lo enmarca.  

 

La postración no es la respuesta aprendida de un perro hambriento, sino una forma exaltada de respeto y admiración. 

 

Por otra parte la postración es protectiva. 

 

La postración es enlodarse, sí, pero a la vez nos salvaguarda de lo inmundo, nos protege de los ejércitos del ego. 

 

Para un ego pretencioso, la postración es puro arsénico. 

 

Nada asesina mejor la egoespiritualidad que una postración transparente. 

 

¿Y qué es una postración transparente? Es una postración que ha encontrado su nivel en la tierra. 

 

La tierra es el reino de los gusanos. Al postrarnos no somos mejor que ellos. Confraternizamos. 

 

Esa verdad nos eleva. Cuando nos postramos en la tierra alcanzamos el cielo, aullamos con los ángeles. 

 

Siempre y cuando la postración sea genuina, claro está. 

 

Está claro que uno puede imitar la postración, uno puede convertir la postración en un orgullo, en una antipostración. 

 

Las religiones del mundo están cundidas de antipostraciones. 

 

Aunque también contienen postraciones sinceras, inocentes, humildes, hechas en cuerpo, habla y mente, los tres niveles de la postración. 

 

Hablemos de hecho un poco de ellos. 

 

Está el nivel corporal, la postración directamente física. Uno puede hacerla ligeramente, juntando las manos y bajando un poco la cabeza. O puede uno hacerla más dramática, poniendo ya la frente al suelo. O, si la idea es tirar la casa por la ventana, podemos realizar una postración total, de cuerpo completo, en donde ya no hay rastro de pudor o rostro de orgullo. 

 

Una postración total humilla cualquier genuflexión, cualquier arrodillamiento.

 

Además de lo físico, uno dice su postración y la postración es plegaria. 

 

Y luego uno se postra con la mente, en entrega–devoción.

 

Esta devoción debería ser igual a un rapto, debería llevarnos a las lágrimas. Una lágrima postrada tiene el poder de derretir cinco mil egos, está probado y es científico. 

       

Hay muchos tipos de postraciones, en técnica y en espíritu. 

 

Baste mencionar la postración del Salat, o la del sacerdote católico en Viernes Santo. 

 

Pero no me voy a detener a explorar todas las postraciones del mundo. 

 

Me limitaré a hablar de la postración como yo la aprendí en el contexto del budismo tibetano, en donde es una de las llamadas preliminares (ngöndro).

 

Es una práctica muy sofisticada que mezcla el poderoso ademán físico (en este caso de cuerpo entero) con la recitación y la visualización.

 

Este tipo de postración nos purifica en todos los niveles.

 

Limpia nuestro cuerpo y lo vuelve un instrumento muy sensible e inteligente. 

 

Desbloquea los canales energéticos. 

 

Pero sobre todo eleva la mente. 

 

Este aspecto, el de la mente, es capital. 

 

Me refiero al comportamiento interno por virtud del cual yo significo la toma de refugio, honro los objetos de refugio. 

 

El postrante se imagina delante del árbol del refugio rodeado de todos los seres sintientes, y todos se postran con uno. En una gran postración cósmica, digamos. 

 

Sin la intención de refugio, la postración es cosa fraudulenta, es un fiasco. 

 

Esto no lo puedo enfatizar lo suficiente: la postración física sin la postración interior no es ni media postración ni postración alguna. 

 

¿De qué puede servirnos postrarnos físicamente, si nuestra película samsárica mental continúa idéntica, intocada? Una soberana pérdida de tiempo. 

 

Por lo tanto, lo importante es no insultar esta práctica sublime trocándola por una pueril calistenia. 

 

Dicho esto, la postración es un poderoso ejercicio, especialmente en el contexto del mencionado ngöndro, que nos pide juntar, de entradita, cien mil de estas postraciones. No es poca cosa. 

 

Lectores, budas: me postro ante ustedes. 

Comments