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Cambio en la aceptación


1.

 

Yo aprendí mucho respecto de las dinámicas de cambio a través del Programa de Doce Pasos, que es un poderoso, sensible, inteligente protocolo de cambio. 

 

El Programa trabaja con sistemas completamente bloqueados, por ejemplo un adicto, un codependiente. 

 

Y para ello nos da muchas herramientas y nos abre a muchos principios, siendo uno de ellos la aceptación.

 

De hecho, el primer paso en este protocolo de cambio llamado Doce Pasos es siempre la aceptación. 

 

 

2.

 

Antes de explicar cómo funciona la aceptación en el Programa, me gustaría aclarar que la aceptación de la cual nos habla es una aceptación que empodera, no una desempoderante resignación.

 

Si la aceptación está emplazada en el Programa es justamente para generar movimiento y traslación. 

 

De hecho, cualquiera que haya leído la segunda parte de la Oración de la Serenidad –la oración estándar en los grupos de Doce Pasos– sabe que es una oración que no niega la acción dinámica.

 

La oración dice: «Señor, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar aquellas que puedo, y sabiduría para conocer la diferencia». 

 

Esta oración unifica, por medio de la discriminación, la pasividad reposada con la actividad intrépida.

 

 

3.

 

La pregunta ahora es: ¿qué es lo que tenemos que aceptar? 

 

Varias cosas.

       

Lo primero es aceptar nuestra situación particular, que en toda evidencia es difícil, por no decir imposible. 

 

Como bien dijo Jung, no puedes cambiar nada a menos que lo aceptes.

 

Aceptamos nuestra situación particular, y aceptamos la necesidad y urgencia de cambiarla. 

 

Con ello aceptamos la posibilidad de cambio de la misma. 

 

Aceptamos pues que es cambiable.  

 

Aceptar la necesidad del cambio de nuestra situación particular presupone en cierta medida reconocer la necesidad y posibilidad del cambio en general. 

 

Dicho de otra manera, es porque el cambio en general existe que nosotros en específico podemos cambiar. 

 

 

4.

 

Ahora bien, que el individuo pueda cambiar no quiere decir que sea el agente exclusivo de este cambio. 

 

El problema aquí es que no tenemos el poder de cambiar nuestra situación particular: somos impotentes, diría el Programa. 

 

En realidad, somos impotentes en soledad. 

 

Aisladamente, no podemos cambiar, no podemos autodesbloquearnos.  

 

Si pudiéramos cambiar por cuenta propia, no seríamos el sistema bloqueado que somos y que seguimos siendo.

 

Así que además de aceptar nuestra difícil situación; además de aceptar la necesidad, urgencia y posibilidad de cambiar nuestra difícil situación; además de aceptar el cambio propiamente como tal; adicionalmente tenemos que aceptar que solos no podemos cambiar, que solos no podemos.

 

Lo cual es extremadamente difícil para un adicto, que está enfermo de aislamiento. 

 

De hecho, es esa autosuficiencia la que lo tiene bloqueado para empezar. 

 

El problema es que no solo tenemos un problema: tenemos dos. 

 

El primer problema es que no tenemos el poder de cambiar, que nuestro poder personal no es suficiente para originar un cambio; el problema ulterior es que estamos en negación al respecto. 

 

Es de suma importancia, por lo tanto, que aceptemos, con la ayuda de principios como la honestidad, la receptividad y la buena voluntad, nuestra poderosa impotencia. 

 

Solo cuando tengamos la humildad de aceptar nuestra incapacidad personal de cambio, solo así y solo entonces, podremos salir de la patética situación en la cual nos encontramos, transformarla y resolverla. 

 

Se deriva que para poder cambiar vamos a tener que renunciar al cambio promovido estrictamente por nosotros mismos. 

 

Ya intentamos salir, por nuestras propias pistolas, y en nuestros propios términos, de este triste estado de ingobernabilidad en el cual nos hallamos. 

 

Neciamente y de mil maneras, procuramos salir victoriosos. 

 

¿No fracasamos siempre? 

 

Una de las grandes sabidurías del Programa es que para ganar la batalla se precisa aceptar la derrota. 

 

Es así de paradójico. 

 

Aceptar la derrota significa rendirnos y rendir nuestro poder personal.

 

Este poder personal no solo no funciona, está enfermo. 

                     

Nuestra voluntad está enferma y enferma nuestro proceso de cambio. 

 

No es buena voluntad, no es voluntad sabia, no es voluntad funcional. 

 

Es voluntad, como ya dijimos, enferma.  

 

Esta voluntad enferma hay que sanarla, sacándola de su lamentable estado de autosuficiencia. 

       

Para poder sanar nuestra voluntad, y así cambiar, vamos a tener que abrirnos a otros poderes y aprender a apoyarnos en ellos.

 

El cambio no vendrá en este caso de nuestra habilidad, voluntad o sabiduría ordinaria. 

 

Vendrá de un lugar más hondo de nosotros mismos, vendrá de nuestro otro yo. 

 

Vendrá además de algo que rebasa nuestra persona, algo de carácter interpersonal que demanda conexión, comunicación y colaboración conscientes: que requiere comunidad. 

 

Más allá, el cambio vendrá sobre todo de eso que en la jerga de los Doce Pasos llamamos Poder Superior. 

 

Resumiendo: el cambio vendrá del Otro Yo, del Otro A Secas, y de la Otredad Misma. 

 

El cambio vendrá esos tres poderes expansivos, que a lo mejor son uno solo, y en todo caso han de operar conjuntamente. 

 

De donde no vendrá el cambio es de nuestro ego. 

 

Eso es porque el ego, al cerrarse al carácter profundo, comunitario y transpersonal del cambio, se priva de las energías, encuentros y claridades que podrían redimirlo. 

 

Esta naturaleza implosiva del ego será pues otra cosa que tendremos que aceptar, otra cosa que agregaremos a nuestra lista de aceptaciones.  

 

Solo cumplida esa específica aceptación, puedo abrirme a otras posibilidades. 

 

No es que vamos a renunciar, aclaro, a nuestra agencialidad personal; lo vamos a complementarlo con otros poderes. 

 

Pero complementarlo es la palabra equivocada. 

 

Se trata más bien de poner el ego al servicio de estos otros poderes.

 

De poner el ego bajo la tutela radiante de estos otros poderes.

 

Nuestro poder egoico está enfermo, como ya se explicó. 

 

Por tanto no podemos dar precedencia al ego sobre tales poderes.

 

Siempre que el ego busca precedencia de poder, se enferma. 

 

El orden sano es cuando esos poderes tienen precedencia sobre nuestro ego. 

 

Lo cual supone un cambio de locus. 

                     

Ese cambio de locus es seminal. 

 

Para poder cambiar tenemos que cambiar el locus del poder del cambio. 

 

Paradójicamente, en la medida en que cambie el locus del poder del cambio, en la medida en que pongamos nuestro poder personal al servicio de un poder otro, nuestro poder egoico sanará y crecerá. 

 

Y entonces podremos por fin desbloquearnos. 

 

 

5. 

 

Por virtud del proceso mismo de aceptación, la aceptación misma es aceptada sin reservas. 

 

En lo que a mí respecta, confío plenamente en la aceptación.

 

No hay sistema más sellado, más crónicamente incapaz en términos de cambio, que un alcohólico, un sexólico o un comedor compulsivo. 

 

Y sin embargo he visto a no pocos de estos sistemas transformarse profundamente, mediante un itinerario interior que incluye la honda aceptación, el trabajo de sombra y el accionar virtuoso. 

 

Me pregunto si ese mismo itinerario no es aplicable a sistemas colectivos que también han entrado en una fase de obturación patológica. 

 

Dejo el tema abierto, o lo dejo para otra vez. 

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