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El archipiélago infernal



Para el mal el paraíso es el infierno. 

 

Y el infierno un lugar en donde la desconexión, la dispersión o el aislamiento es total. 

                      

La característica del infierno es que está sellado. Como ya he dicho en otros lados, es una zona de la cual no podés, querés o sabés salir.

 

El aislamiento infernal es físico, psicológico o espiritual. 

 

El infierno físico es una cárcel física; el infierno psicológico es un laberinto mental; y el infierno espiritual es cuando no podemos experimentar otra posibilidad que no sea el infierno mismo. 

 

Cuando solo podemos sentir el éxtasis del infierno.

 

Claro, todo infierno posee, en algún grado, esos tres planos activos, simultáneamente. 

 

Dijimos que el infierno es estar aislado, pero más precisamente el infierno es aislarse. 

 

Cuando algo, por miedo, decide aislarse de otra cosa, ahí se crea un infierno. 

 

El aislamiento ocurre por una decisión del ego enfermo, que es pura demanda de seguridad, terror inmaculado. 

 

Desde luego es más fácil aislarse si uno está aislado. Nadie lo discute. El aislamiento crea aislamiento. 

 

Pero la propiedad carcelaria necesita alguna clase de consentimiento. 

 

Uno puede estar en una cárcel y no sentirse aislado y por tanto la cárcel podrá ser un lugar difícil pero no un infierno. Yo no creo que la cárcel haya sido un infierno para Mandela o Gandhi. Hay personas libres en las cárceles.  

 

Sabemos de personas que han pasado por experiencias horribles en la cárcel y han mantenido no obstante algo intacto en ellos. Pienso en Demian Echols, el mago. 

 

El problema es cuando te tomás por la cárcel en la cual estás. 

 

El aislamiento se da porque el ego quiere mantener un status de agencialidad y autonomía que no le corresponde.

 

El ego cree que va a poder darse esa autonomía si corta la conexión con cualquier cosa que no sea sí mismo. 

 

Por tanto, en vez de conectar con el otro, lo absorbe, lo rechaza o lo niega.  

 

Así es como se garantiza no tener que abrirse al otro. 

 

Ni decir que ello le hace vivir en perpetua alienación. 

 

Y se trata de una alienación cada vez más demónica.

 

Al que reside en el infierno exactamente todo le parece demónico. 

 

En verdad la misión del mal es blindar completamente el ego, eternizarlo en su individualidad.  

 

Y eso supone aislarlo, y sobre todo aislarlo en dolor, puesto que el dolor creará la última contracción. 

 

El aislamiento produce inconcebible dolor, y el inconcebible dolor produce aislamiento. 

 

El dolor es el factor aislante total, por lo mismo el dolor es llevado a las últimas consecuencias. 

 

De ahí que el infierno sea un lugar en donde siempre estás siendo cercado y atravesado por el sufrimiento, por un sufrimiento tupido, irreferenciable, compuesto de innumerables sufrimientos, como en un cuadro del Bosco. 

 

Todos esos sufrimientos se combinan para crear sufrimientos innombrables y desconocidos, un carnaval de suplicios, una sinfonía de martirios.

 

Una máquina de tortura extremadamente rica y eficiente.  

 

Quisiera decir, antes de que se me olvide, que blindaje es distinto a encierro.

 

El encierro por sí solo no garantiza un infierno. Un grupo de personas pueden vivir encerradas en un lugar, por ejemplo en un monasterio, en un ashram, en un retiro, y ser relativamente felices, en armonía colectiva, en un sistema celestial de confianza, sensibilidad y amor.

 

Otras personas pueden vivir encerradas en un lugar, por ejemplo una cárcel de alta seguridad, y ser completamente, fecundamente infelices, en dogmática, en invernal paranoia. 

 

La diferencia, me parece, es que viven en aislamiento, aún viviendo en comunidad. 

 

Todo infierno es un infierno hecho de individuos que se rechazan y se explotan y se anulan. 

 

El otro es siempre percibido como amenaza a la propia seguridad egoica, directamente como una fuente de agresión y hostilidad.

 

El otro y lo otro son un verduguillo constante. 

 

Se dice que con frecuencia que ahí dónde hay otro hay miedo.

 

Así como el otro nos da miedo, el miedo nos da un otro. 

 

El miedo crea otredad, crea separación. 

 

El demonio aquí es todo eso, y todo aquel, que te provoca inseguridad y que tu inseguridad provoca, en el doble sentido de causar y desafiar. 

 

Mientras nuestro miedo no sea debidamente procesado, seguirá creando situaciones demoniacas y atrayendo demonios de toda clase. 

 

Cuando tenemos miedo, todos son demonios tras nosotros. 

 

Lo cual no es una mera alucinación: los otros de veras quieren hacernos daño y nos hacen factualmente daño así como nosotros hacemos factualmente daño a ellos.  

 

Los otros de veras son demonios y nosotros demonios somos sin duda. 

 

Y eso funciona engarzado. Un demonio lo es en virtud de que está continuamente demonizando al otro.

 

Y hay una co–demonización ocurriendo, y esa co–demonización es el llamado infierno. 

 

Todo eso del demonio trae consigo una sofisticada psicología. 

 

Al demonizar al otro, le condenás al infierno. Si sos un demonio, ahí pertenecés. 

 

Esa parece ser la lógica. 

 

Para crear un infierno solo se necesita de alguien que crea que alguien más merece un infierno. 

 

Te aseguro que en este momento hay alguien creyendo que merecés el infierno, alguien que te ha maldecido, que incluso ha puesto sobre tu ser un maleficio consciente o inconsciente. 

 

Pero ni siquiera necesitás de otro: con que vos mismo creás que merecés el infierno es más que suficiente. 

 

En resumen, el infierno es creer que merezco el infierno o creer que alguien más lo merece.

 

De hecho, creer que alguien cree que merezco el infierno basta para entrar en lo infernal, en lo condenado. 

 

Para entrar a un infierno, yo solo tengo que creer que alguien más cree que soy digno del infierno. 

 

El infierno tiene siempre eso de juego fantasmagórico de proyecciones imparables. 

 

Una alucinación, privada o social, sin embargo con consecuencias muy reales. 

 

Todas estas distorsiones intrasubjetivas, que además se amplifican mutuamente, son socializadas en la cultura y eso crea una cultura infernal, tan simple como eso. 

 

En verdad, todos los infiernos tienen un componente intersocial.        

 

Como bien dijera Sartre: el infierno son los otros.

 

Todo infierno es una sociedad. 

 

Empezando por la sociedad interior.  

 

En el infierno intraegoico hay partes de nosotros que se aíslan de otras partes a través de la agresión, la explotación y la gelidez, creando un ambiente insostenible. 

 

Después del infierno intraegoico viene el infierno propiamente egoico. En el infierno egoico somos nosotros quienes nos aislamos de otros. El ego se aísla de otros egos. Sabemos que el ego se ha convertido al mal cuando ya no está dispuesto a comunicar con otra cosa que sí mismo. 

 

El infierno colectivo es una sociedad o despensa de seres que se aíslan entre ellos. Partes del colectivo se aíslan de otras partes. La cohabitación es un insularización y un rechazo. El infierno aquí supone una cohabitación claustrofóbica y paranoica, es decir imposible, con otras personas. 

 

Los propios infiernos se atomizan entre ellos, creando una suerte de metacaos. 

 

El metacaos es el anticosmos. 

 

Aquí nada comunica ya con nada a ningún nivel. 

 

No habiendo conexión posible en ningún grado, no hay redención. Ni siquiera hay la posibilidad de mancomunar con lo inférnico. 

 

El aislamiento del fulgurante Espíritu es total.

 

Ese es en todo caso el programa del Infierno, que no solo es producto del aislamiento, produce aislamiento. 

 

Y no solo produce aislamiento, es aislamiento. 

 

No solo estamos aislados en una isla aislada: nosotros somos la isla.

 

No solo estamos en el campo de concentración: nosotros somos el campo de concentración. 

 

Más que estar aislados somos el aislamiento mismo, la incomunicación misma, la división como tal. 

 

La división es nuestra condición ontológica. 

 

Esta división, sin embargo, no es pura. 

 

No es pura división. 

 

Lo que se está diciendo es que el mal no desprecia del todo la unión. 

 

Se podría decir en todo caso que el infierno es la unión en pugna, la unión oportunista, la unión paranoica. 

 

El infierno es alguna clase de unión distorsionada.

 

Esta es la gran ironía del infierno: que siendo un lugar donde la conexión no es posible, continúa siendo un fenómeno intersocial.

 

Todos esos fragmentos o mónadas infernales paradójicamente socializan sus tendencias antisociales y de esa manera crean su infierno.

 

Y luego socializan el infierno creado.

 

Este infierno es un cosmos de miedo y desconfianza, pero es un cosmos al fin. 

 

Un sistema. 

 

Podríamos compararlo con un archipiélago, una colección de innumerables soledades e incomunicaciones. 

 

En este caso es un archipiélago demente. Un sistema de pánico, indiferencia y agresión. 

 

¿Cómo es posible semejante sistema de aislamiento?  

 

Una explicación es que el mal es realmente un virus. Un virus se adapta, esa es su creatividad, pero la suya es una creatividad para siempre vicaria. 

 

Todo virus vive vicariamente de un orden dado, de un orden ya existente, que en este caso es la majestuosa y florida holoarquía divina. 

 

Sin ese orden original, el virus no podría sobrevivir. 

 

Así pues, el infierno quisiera ser un anticosmos, pero es más un cosmos enfermo. 

 

A veces me gusta decir que el infierno no es el cosmos sino su sombra, que el infierno es la sombra del cosmos. La sombra requiere del cosmos, vive del cosmos, se parece al cosmos, pero no es propiamente el cosmos.

 

Una explicación quizá más simple es que el infierno vive de uniones provisionales al servicio del ego sellado. 

 

En efecto, el mal solo puede extenderse a través de pactos y entendimientos. Pero son pactos que buscan al final no la cooperación y la sinergia de perspectivas sino el triunfo perpetuo de lo separado. 

 

¿Es por eso que la fuerza del mal no termina nunca de triunfar? 

 

El mal o se fagocita a sí mismo o termina redimiéndose en la cooperación trascendente. 

 

La sola cosa que puede hacer el mal ante tan triste destino es continuar haciendo pactos. Pactos y más pactos. Es la manera que ha hallado de eternizarse. Pero, como ya dijimos, son pactos oportunistas, provisionales, así que tiene que seguir buscando nuevos pactos, por siempre, por siempre.

 

Por otro lado, no deja de obtenerlos, puesto que hordas de ego hacen pactos con el mal porque quieren ser intocables: eternos e intocables. 

 

Como en la película de Polanski, The Ninth Gate, quieren rociarse de gasolina, prenderse fuego, y no quemarse. 

 

Al final todos se queman. 

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