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La práctica de la no dualidad


El zen ha producido tantas sabidurías.

 

Como esa que nos dice que antes del despertar, la montaña estaba ahí; con el despertar, ya no podemos encontrar la montaña; y tras el despertar, la montaña vueve, monumental y sublime.

   

Antes del despertar, estamos identificados con la forma. 

 

Con el despertar, la forma se disuelve en el vacío.

 

Luego del despertar, la forma regresa, sin dejar por ello de ser esencia y vacío. 

 

Son tres fases, pues.

 

La fase de identificación con la forma, en donde aprendemos a cohabitar completamente con la misma. 

 

Luego adviene la fase de desidentificación con la forma, que presupone una identificación con la realidad trascendental (lo cual más bien supone una pérdida de todas las identificaciones). 

 

Y una nueva fase en donde nos reidentificamos con la forma, sin perder por ello la realidad trascendental y vacía. 

 

 

El método de la identificación con la forma

       

El método de la identificación con la forma, o del reconocimiento de la montaña, incluye lo que podemos llamar el camino positivo.

 

La idea consiste en fundar un nexo de atención con los objetos del mundo formal; con los sujetos del mundo formal; y con las interacciones entre los objetos y los sujetos del mundo formal. 

 

Una manera de hacerlo es de manera secuenciada, como será presentado a continuación. 

 

Primero reconocemos conscientemente los objetos del mundo de la forma, que son básicamente de tres tipos: corporales, mentales o causales (también podemos llamarlos groseros, sutiles e hipersutiles).  

 

Entre los objetos del cuerpo encontramos los objetos táctiles, gustativos, olfativos, visuales, auditivos, y todas las posibles combinaciones que entre estos objetos existan. 

 

Entre los objetos de la mente encontramos los objetos de la sensación, de la volición, de la emoción, de la intelección, de la imaginación, y todas las posibles combinaciones que entre estos objetos existan. 

 

Entre los objetos de la consciencia encontramos los objetos de la creación, de la energía, del amor, de la claridad y de la apertura, y todas las posibles combinaciones que entre estos objetos existan. 

       

El segundo movimiento de la práctica nos pide que nos familiaricemos con los sujetos conocedores. 

 

Tengamos en cuenta que estos sujetos conocedores también son corporales, mentales y causales. 

 

Y también lo son las experiencias, que reconocemos en un tercer movimiento (la experiencia siendo el intercambio o relación que se da entre el sujeto y el objeto, es decir el conocimiento). 

 

El cuarto movimiento de la práctica de la forma es no menos crucial, no menos importante, quizá es más importante: en donde reconocemos conscientemente la continuidad inquebrantable que se da entre el conocedor, el conocimiento y lo conocido.

 

Para ello nos tenemos que preguntar donde termina el conocedor y empieza el conocimiento, o viceversa. 

 

Nos tenemos que preguntar donde termina lo conocido y empieza el conocimiento, o viceversa. 

 

Y nos tenemos que preguntar en donde termina el conocedor y empieza lo conocido, o viceversa. 

 

Una vez hemos reconocido la continuidad o unidad entre estos tres términos epistemológicos (el sujeto, el objeto y la relación) moramos en esta unidad irrompible, mística y unitiva como puede darse en el reino de la forma. 

 

El resultado de todo este trabajo en el ámbito formal es que vamos a poder aprehender las unidades experienciales, sin partirlas artificialmente en el conocedor, lo conocido o el conocimiento, es decir el experimentador, lo experimentado y la experiencia. 

 

Cuando esto ocurre deja de haber automáticamente alguien experimentando la realidad, perteneciendo a la realidad o participando en la realidad. 

 

Fuera del experimentar no hay experiencia, ni experimentador, ni nada en realidad que está siendo experimentado. 

 

Dicho de otra manera, no hay dos experiencias ocurriendo en paralelo y relacionándose entre ellas.  

 

No hay división. 

 

No hay separación. 

 

Lo que hay, apenas, es la experiencia única (aunque dualizadora) de imaginar que otra experiencia está transcurriendo simultáneamente, creando un efecto esto/aquello.

 

Lo cual tiene implicaciones psicoespirituales serias. 

 

Mientras se tenga esta noción de que la vida es algo que le está ocurriendo a uno, esto es, que uno y la vida son dos esferas distintas, nunca vamos a confiar del todo en ella y a la vez siempre vamos a desearla como objeto imposible.

 

 

El método de la desidentificación con la forma

 

El método de la desidentificación con la forma –o la cesasión de la montaña– incluye lo que podemos llamar el camino intermedio y el camino negativo. 

 

El camino intermedio alude a la exploración del sujeto trascendental, que constituye la bisagra entre la forma y la nada.  

 

Y el camino negativo alude a a la exploración del vacío, que es el ser en su negatividad o arreferencialidad.   

 

Empecemos explicando la práctica del camino intermedio.

 

Aquí reconocemos nuestra presencia consciente en toda su pureza.  

 

Lo primero es captar con la atención cualquier unidad experiencial (y por unidad experiencial nos referimos a cualquier unidad indivisible de un experienciador, un experimentado y una experiencia).

 

Seguidamente, aislamos la consciencia pura, la consciencia en sí, de la unidad experiencial. 

       

Esta consciencia o sintiencia pura es, llanamente, el ser, que podemos llamar sí mismo, lo que es, el que se da cuenta, o simplemente el conocer, puesto que ser y conocer son en efecto lo mismo. 

 

Demarcamos así el conocer de la triada conocido–conocedor–conocimiento (que juntos, ya lo dijimos, constituyen la unidad experiencial). 

 

Y moramos en este conocer, en esta presencia lucida. 

 

Más allá, está la práctica del camino propiamente negativo, el camino del vacío. 

 

Ya reconocimos la unidad experiencial. 

 

Ya disolvimos la unidad experiencial en el principio que se da cuenta de ella, en la lucidez en sí.  

 

Seguidamente, disolvemos el principio que se da cuenta en su nada, en la nada del principio que se da cuenta. 

 

Esto quiere decir discernir la insondabilidad y la inasibilidad del conocer: el ámbito de lo desconocido.

 

En realidad hablar de lo desconocido es hablar mal, puesto que lo desconocido es una categoría de lo conocido. 

 

Mejor es hablar de un desconocer.

 

Finalmente disolvemos la nada en la nada misma, en el ya mencionado desconocer, una zona que rechaza toda referencialidad. 

 

Es un abismarse. 

 

El misterio tal cual. 

 

Y moramos en este vacío. 

 

El resultado de estas operaciones, el resultado de establecernos en lo innacido y lo incondicionado, es muy simplemente la libertad. 

 

       

El método de la reidentificación con la forma

 

A estas alturas del proceso ya somos técnicamente libres. 

 

Ahora bien, esta libertad es una libertad de probeta, en el sentido de que está disociada de la forma. 

 

En efecto, no se trata de ser libre de la forma sino en la forma.

 

No es cuestión solamente de apartarse del mundo e ir a refugiarse en la nada, sino de entender que el mundo y la nada no son dos cosas aparte. 

 

No es meramente cuestión pues de despertar hacia arriba sino de despertar hacia abajo también (y en un trayecto ulterior de despertar hacia afuera, lamentablemente eso queda fuera del alcance de este texto). 

 

Así pues, luego de un progresivo proceso de desidentificación del mundo formal procedemos a rehabitar todo eso, a reidentificarnos con la forma desde la trascendencia absoluta.

 

Es el resurgimiento de la montaña. 

 

Antes de eso teníamos la unidad (camino intermedio) y la ceroidad (camino negativo). 

 

A veces llaman a la unidad o a la ceroidad no dualidad. 

 

Pero en rigor la no dualidad en su forma consumada es el método de la reidentificación con la forma. 

 

Es el camino de la simultaneidad. 

 

Ya establecimos que la realidad es tres cosas: forma, presencia y vacío. 

 

Sin embargo el punto es que no son tres cosas.

 

Forma, presencia y vacío coemergen. 

 

Esto quiere decir que:        

 

El vacío es consciente y manifiesto. 

 

La consciencia es vacía y manifesta. 

       

La manifestación es consciente y vacía. 

 

Con lo cual hemos de esta manera restablecido las relaciones ontológicas entre el vacío, la consciencia en sí y la manifestación (que también podemos llamar dualidad u otredad). 

 

Ahora la práctica. 

 

Lo primero es reconocer la no dualidad.

 

Reconocemos, en un primer movimiento, la no dualidad que se da entre el ser y la forma.

 

Nos fijamos en la forma, es decir en las olas.  

 

Nos fijamos en el ser, es decir en el oceáno. 

 

Nos fijamos en la inseparabilidad de la forma y el ser, en la inseparabilidad de las olas y el océano. 

 

Con ello, desarrollamos el entendimiento directo y yóguico de que las formas son como olas que surgen del océano del ser, sin ser aparte de este. 

 

Son modulaciones del oceáno. 

 

Las olas y el océano constituyen una solo totalidad.

       

En un segundo movimiento, reconocemos conscientemente la no dualidad que se da entre el ser y el vacío.

 

Nos fijamos en el ser, que ya dijimos es oceáno.

 

Y nos fijamos en el vacío del ser, sin identidad o cualidades.

 

El vacío en sí no es la ola, ni el oceáno, sino la humedad del océano.

 

¿Puede decirse que la humedad es profunda o extensa? No.

 

Más aún, nos fijamos en la inseparabilidad de la nada y el ser. 

       

Nos damos cuenta que es imposible separar el océano de su humedad. 

 

Tal es el segundo movimiento, en la práctica precisa de la simultaneidad. 

 

En un tercer movimiento, reconocemos conscientemente la no dualidad que se da entre el vacío y la forma.

 

Nos fijamos en el vacío. 

       

(Como ya dijimos, la humedad del océano.)

 

Y nos fijamos en la forma. 

 

(Las olas, las producciones fenomenológicas.)  

 

Y nos fijamos en la inseparabilidad del vacío y la forma.  

 

(Nos damos cuenta que es imposible separar las olas de su humedad fundamental.) 

 

Con ello, ya podemos establecer el cuarto y último movimiento: reconocer la no dualidad entre la forma, el ser y el vacío.

 

Nos fijamos en la forma–ola (que puede ser una forma consciente o principio; una forma mental o pensamiento; una forma afectiva o emoción; una forma sensible o sensación; una forma grosera o percepción).          

 

Nos fijamos en el ser–oceáno, el principio que se da cuenta de la forma, y que es su fuente. 

 

Nos fijamos en el vacío–humedad, la nada del principio que se da cuenta de la forma. 

 

Nos fijamos en la inseparabilidad de la forma–ola, el ser–oceáno y el vacío–humedad.  

 

Es imposible separar ola, oceáno y humedad. 

       

Llegados a este punto, hemos reconocido la llamada no dualidad (y no triplidad) y moramos en este reconocimiento.

 

Morar en la no dualidad significa descansar en la naturaleza sensible, luminosa y vacía del espíritu. 

 

La idea es que el reconocimiento de la no dualidad y el morar en la no dualidad se conviertan en una sola cosa, que la investigación y la estabilización se ofrezcan conjuntamente de manera natural y fluida.  

                            

Este tipo de meditación es lo que en HALO llamos la Atención Simultánea, que no es otra cosa que la suma de la Atención Plena (estabilización) y la Atención Profunda (investigación). 

 

Cada vez que captamos un fenómeno penetramos en el acto en su naturaleza no dual. 

 

En las fases incipientes de la Atención Simultánea, se usa un enfoque progresivo, secuencial y esquemático de no dualidad; el reconocimiento se da por etapas, digamos. 

 

Pero cuando nos volvemos adeptos de la Atención Simultánea, podemos reconocer simultáneamente, espontáneamente e instantáneamente la naturaleza profunda de la realidad en cualquier superficie fenoménica.

 

¿Qué quiere decir simultáneamente? 

 

Quiere decir que una vez nos hemos vuelto proeficientes en la meditación progresiva de la no dualidad, somos capaces de captar las tres realidades –es decir el vacío, la lucidez y la otredad– en un solo relámpago, en un solo sabor. 

 

¿Qué quiere decir espontáneamente? 

En el método gradual, nosotros seleccionamos la forma y la trascendemos. 

 

Lo cual es poderoso pero muy programático. 

 

En el método espontáneo vamos liberando las formas que la realidad nos presenta naturalmente en el campo de la    experiencia. 

 

Cualquiera que sea la forma que aparezca orgánicamente en nuestra consciencia –sea una expresión grosera, sutil o muy sutil– es reconocida en su triple esencia. 

 

Desde luego, al principio nos costará un poco seguirle el ritmo a la realidad, pero con el tiempo el reconocimiento se irá haciendo más y más líquido. 

 

El secreto está en trabajar interrumpidamente. 

 

Poco a poco sentiremos que el esfuerzo es cada vez más y más innecesario, o podríamos decir más natural.

 

¿Qué quiere decir instantáneamente?

 

Ya vimos que el método gradual es secuencial. 

 

Pero eventualmente todo se vuelve instantáneo: quiere decir que no hay distancia, lapso o esfuerzo entre la verdad y el reconocimiento de la verdad. 

 

Añadase que para un adepto en la Atención Simultánea todos los fenómenos se autoliberan sin esfuerzo y por su propia cuenta. 

 

El sufrimiento se disuelve automáticamente en gozo y vacío. 

 

La realidad ya no es pesada y samsárica, sino translúcida y bella, como un arcoiris. 

 

Una vez establecidos en ese estado, podemos decir que estamos realmente liberados. 

 

Desde luego, este camino, el camino de la realidad, no es sencillo. 

 

Pero para el que practicante diligente llegará el momento cuando pueda relajarse naturalmente y sin esfuerzo en su condición no dual.