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El silencio iluminado


Así como hay una transmisión a través de la acción; una transmisión a través de la palabra; una trasmisión a través del símbolo; también hay una transmisión a través del silencio. 

 

El silencio es la forma más directa de transmisión, por el hecho mismo de que no tiene forma.

 

El silencio es la savia última del espíritu, y su primera radiación. 

 

El silencio no posee contrario, ni sinónimo. 

 

Nada le alcanza. 

 

Hasta los mundos más etéreos siguen siendo bulla, en comparación. 

 

¿Callarse basta? Nunca. 

 

El silencio no es un mero callarse. 

 

Aquí estamos hablando –porque estamos hablando– del silencio que está incluso más allá del silencio. 

 

No estamos hablando del silencio que puede darse en un retiro de meditación. 

 

Ese silencio tendrá un mérito, pero no es, en última instancia, silencio. 

 

No podemos imitar el silencio, solo cerrando la boca. 

 

Eso no sería más que el teatro del silencio. 

 

De hecho el silencio no excluye el ruido.

 

No tiene problema con el ruido. 

 

No es ausencia de ruido. 

 

El ruido bien puede ser silencioso.  

 

Y hay ruidos más silenciosos que cualquier callar.

 

A la vez, callar es a veces como un grito insoportable. 

 

Comprendamos esto: el silencio es la fuente última de donde el ruido y su ausencia manan. 

              

Y la mejor manera de vehicular el silencio es a través del silencio, tal y como lo hemos venido definiendo aquí. 

 

Nomás el silencio traerá la libertad total. 

 

Desde luego, hay muchas formas de propagar bendición espiritual, pero ninguna transmisión es más alta, y ninguna más poderosa, que el silencio mismo. 

 

Mouna.

 

El mismo Ramana Maharshi (¿quién más?) nos explica por qué: «En primer lugar está el conocimiento abstracto, del que surge el ego, que da lugar a la aparición del pensamiento, y el pensamiento a su vez se convierte en palabra hablada. Por lo tanto la palabra es el biznieto de la Fuente original. Si la palabra puede producir efecto, considera hasta qué punto puede ser tanto más poderosa la enseñanza a través del silencio (...)».

 

Otros medios distintos al silencio, necesariamente cuarteados, no pueden medirse con la vanguardia perpetua que es el silencio. 

 

Por muy sutil que sea el medio, si no es silencio, sigue siendo peso, plomo. 

 

Por lo tanto, la única manera de entrar a la libertad auténtica es desnudos. 

 

En este caso, el silencio es tanto su propio medio como su propio fin. 

 

Para dar silencio, hay que estar plenamente establecido en la condición divina. 

 

Está claro que no cualquiera puede dar silencio, emitir y refractar el darshan del silencio. 

 

Eso es el maestro. 

 

Digámoslo otra vez: el maestro es la forma de lo que no tiene forma, el modo de lo que no tiene modo, el mensaje fenoménico del silencio.

 

Así como no cualquiera puede dar el silencio, no cualquiera puede recibirlo. 

 

No cualquiera posee la capacidad de marinarse en el silencio, o de venerarlo. 

 

No es sencillo escuchar en silencio al silencio hablar. 

 

Esta disposición, esta sensibilidad mística, es de unos pocos.

 

(“Raros”, diría Nisargadatta.) 

 

Esta sensibilidad no es una competencia. Es, si algo, una inocencia.

 

El silencio no requiere costumbre, compromiso, comprensión, solo genuina inocencia. 

 

De hecho el silencio es impracticable, inasible, inefable. 

 

Evidentemente no todos los que reciben el silencio podrán establecerse en el silencio. 

 

Para ello van tener que refinarse previamente a través de la palabra y del símbolo. 

 

Sin embargo, el hecho de que no todos puedan captar ahora mismo el silencio, en toda su profundidad, no quiere decir que no todos puedan beneficiarse del mismo. 

 

De hecho, no hay nada más democrático, nada más abierto, que el silencio. 

 

El silencio trabaja a todos de igual manera que el sol calienta a cualquiera. 

 

Realmente, el silencio es universal. 

 

No observa circunstancia o condición. 

 

La luz de la nada trabaja incluso a aquellos sin ninguna voluntad, interés, o entendimiento. 

 

Incluso aquellos con escasas aptitudes espirituales son trabajados por el darshan viril de un gurú silencioso, santo y calificado. 

       

La presencia de esta clase de seres es tan formidable que su silencio funciona inclusive a distancia. 

 

Dicho todo lo anterior, la transmisión del silencio no excluye otros tipos de transmisión. 

 

Un buen maestro sabe no solo cuál tipo de transmisión se requiere en cualquier circunstancia, sino mezclar virtuosamente los tipos de transmisiones y dar las mezclas exactas. 

 

Pero sea cual sea la mezcla, el silencio, es decir el espíritu, siempre tendrá que estar en ella. 

 

Por otro lado hay gurús que han hecho de la transmisión silenciosa su especialidad.

 

Consideremos a Adi Da, que al final abandonó todos los medios de transmisión relativos, y simplemente abogó por la completa rendición a su darshan, al éxtasis de su silencio. 

 

Hace sentido: si el silencio es el poder más alto, el poder de donde nacen todos los poderes, no hay gurú más poderoso que aquel que practica la última transmisión, la transmisión silenciosa. 

 

El silencio del maestro provoca en nosotros toda clase de cambios y aperturas.

 

Nuestro rostro rejuvenece veinte años... en un segundo.  

 

Manifestamos movimientos incontenibles, epilépticos.

 

Reímos o lloramos sin control. 

 

Hablamos en lenguas ignotas. 

 

Nos inundan revelaciones y teofanías increíbles. 

 

O simplemente nos volvemos silenciosos nosotros también. 

 

No solo silenciosos.

 

Nos volvemos silencio. 

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