Hablemos de la irradiación.
Una vez la iluminación ya ha tomado posesión del ego, por así decirlo, una vez lo ha puesto en estado de exaltación y de gozo, entonces lo usa como medio para propagarse, extenderse y multiplicarse.
Así pues, la irradiación es la tendencia de la iluminación a viralizarse.
La iluminación aborrece del aíslamiento.
En efecto, el propósito de todo este viaje que el espíritu ha emprendido a través de nosotros no es el retiro ni el egoísmo.
La iluminación ama la individualidad, ama ser sí misma en una forma singular.
Pero no en una forma singular exclusiva, sino en muchas.
Por lo tanto utiliza la individualidad para accesar otras individualidades, a las cuales revela asimismo el sí mismo, despertándolas a su identidad profunda, y transformándolas a ellas también en vehículos o agentes de iluminación.
Visto muy superficialmente, parece como si la iluminación fuera este virus maligno, y tuviera esta agenda oscura, y talvez lo es y quizá la tiene.
Pero esa perspectiva será siempre la del ego.
La iluminación usa el ego, sí.
Pero usar en este contexto no quiere decir explotar.
No es una manera de aprovecharse del ego.
No es como una minera, que extrae el niquel y deja la tierra vacante y envenenada.
Cuando la iluminación usa el ego, lo ilumina.
La iluminación enriquece la tierra que toca.
Y no engaña a nadie.
No engatusa a nadie.
No está en un trip evangelista.
La irradiación de la iluminación no es evangelismo aprendido y programático.
Es el ego el que, cuando quiere propagar un mensaje salvador, cae en propaganda.
Es todo muy dirigido y orwelliano.
Pero en el caso de la iluminación es todo más bien espontáneo.
Digamos que el gozo de la iluminación se transforma espontáneamente en el gozo de compartir la iluminación.
Toda iluminación tiende orgánicamente a autocompartirse.
Y es que no puede haber iluminación sin irradiación de la iluminación, como no puede haber fuego sin calor.
El iluminado es como el fuego.
Y más aún es como sol.
El sol brilla y calienta.
¿Por qué lo hace? Simplemente lo hace.
El sol brilla y calienta y hace posible la vida porque tal es su naturaleza.
Su naturaleza, su felicidad, es brillar y calentar.
Lo hace todo el tiempo, sin pausa, incesantemente.
Por demás, no mide lo que da.
No se retiene, no se guarda, y no se calcula.
Se da sin reservas y sin excepciones.
Se extiende a todos los lugares sin discriminar.
Su generosidad y ecuanimidad son perfectas.
No niega su luz a nadie, y sin embargo no privilegia a ninguno.
Calienta a todos íntimamemente, pero no calienta a nadie en particular.
No tiene preferencias.
Esta cualidad radiante e irradiante de la iluminación es muy atractiva y magnética.
Es por lo mismo que no requiere promocionarse artificialmente, burdamente.
Su única publicidad es su misma bendición.
En torno a esta bendición, las personas empiezan a concentrarse automáticamente.
Tal es su poder.
Ni siquiera requiere moverse, aunque a veces se mueve.
Quieto o no, el iluminado siempre está irradiando, propagando.
Hemos visto cómo distintos iluminados propagan de diferentes maneras.
Con frecuencia la iluminación utiliza las propensiones y entrenamientos del mismo ego para propagarse.
¿Que quiere decir esto?
Quiere decir que si yo era ingeniero antes de iluminarme es muy posible que la iluminación utilice mis aptitudes ingenieras para viralizarse.
La iluminación es muy práctica en ese sentido.
Por otro lado no tiene por qué ser así y puede que la iluminación rinda muy y más sorpresivas rutas y nos use de maneras más y muy imprevistas.
En este caso el ego fénix se manifiesta fuera de los patrones previamente adquiridos.
La iluminación hace siempre lo que tiene que hacer para mostrar a los seres el mundo sagrado en el cual viven.