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El símbolo iluminado


Ya hablamos en otro lugar de la “palabra iluminada”.

 

Esta vez nos gustaría hablar del “símbolo iluminado”.

 

La manera en que vamos a entender la propagación por vía de la mente es por medio de lo que podemos llamar la “transmisión simbólica”. 

 

El Buda Gautama levanta una flor y sonríe levemente. Solo su discípulo Mahakasyapa pudo captar la profundidad del ademán. Se dice que de ese mero ademán partió todo el linaje del chan. 

 

Así como hay maestros que dan enseñanzas por medio de su ejemplo y conducta; así como hay maestros que dan enseñanzas por medio de la palabra; también hay maestros que enseñan o transmiten por medio del símbolo.  

 

Llamemos maestro simbólico a quien da la transmisión simbólica.

 

Es un experto en manifestar gestos, eventos y situaciones simbólicas; en crear atmósferas simbólicas; en accesar y revelar los simbólicos mundos.

 

Hay maestros realmente virtuosos en manifestar actividad simbólica.

 

La transmisión simbólica está situada entre la transmisión oral y la transmisión directa.

 

Es decir, está situada más allá de la palabra, del mundo de los meros signos, sean verbales o de cualquier otra naturaleza. 

 

Pero aún no posee la contundencia de la transmisión directa, que en verdad es la más alta de todas las transmisiones, y no requiere ninguna clase de comunicación, por muy sutil que sea. 

 

Aún sin ser la última forma de transmisión, la transmisión simbólica es muy respetable. 

 

Este tipo de transmisión, que está muy presente en todo ritual y en cada liturgia, utiliza pues el lenguaje de los símbolos, utiliza el símbolo como forma de vehicular verdad. 

 

Al simbolizar la verdad, la revela y manifiesta. 

 

De hecho no solo la revela y manifiesta, es la verdad misma como tal. 

 

Lo es en términos de ser una verdad simbólica, claro.

 

Pero más allá lo es en términos de ser la verdad última, en la forma de un símbolo, en no dualidad con el símbolo. 

 

Es decir que el símbolo y lo simbolizado son aquí una cosa y lo mismo. 

 

Se podría decir que hay dos transmisiones simbólicas: formal e informal. 

 

La transmisión simbólica formal reúne un vocabulario emblemático que ha sido consensuado por una tradición. 

 

Un cetro simboliza poder, por ejemplo. 

 

Una espada discriminación y sabiduría. 

 

El negro de la sotana de un padre significa que su portador ha muerto al mundo. Es, pues, un símbolo de renuncia. 

 

Un mago goético trabaja con toda suerte de insignias mágicas, con el fin de invocar entidades demoniacas. 

 

La transmisión simbólica informal por su lado no apela a estos símbolos y sistemas de símbolos prefabricados.

 

Más bien improvisa con la realidad disponible y circundante, una fuente inagotable y espontánea de efigies, divisas y metáforas vivas.

 

La forma en que el maestro toma su taza de té puede volverse una entera transmisión en sí misma. 

       

Una de los distintivos de la transmisión simbólica es cómo logra crear un puente entre el mundo sutil y el mundo externo. 

 

Por virtud del símbolo el mundo concreto y ordinario se transforma en un universo parafísico, y pasa a ser un mundo extraordinario, comunicante y esotérico. 

 

De pronto la realidad es la misma pero es otra, está saturada de misterio y de mensaje: todas las cosas se vuelven indicativas de algo, no necesariamente de algo concreto o cerrado, muchas veces es algo abierto y sin significado fijo, pero igualmente significativo. 

 

El maestro simbólico es un experto en generar atmósferas altamente reveladoras, densas de sentido, que llevan al alumno o sujeto que las recibe a reinados muy oníricos, arquetipos y sutiles, e incluso al mundo de los principios radiantes. 

 

Una iniciación simbólica es verdaderamente una raja, un portal a un mundo superior, a una Tierra Pura.

        

La transmisión simbólica funciona mejor que la transmisión oral, en tanto que opera en un nivel más puro, más allá de los conceptos y las discriminaciones de la mente gramatical y racional, con sus filtros absurdos y limitantes. 

 

Funciona particularmente bien con el inconsciente, que como ha dicho una y otra vez Jodorowsky, no distingue entre lo real y lo simbólico. El símbolo toca nuestros depósitos profundos con mucha eficacia. 

 

Si esta transmisión significativa es porque nos revela el mundo como un ámbito visionario, marcado por una simbología profunda.

 

Es una pena que vivamos en una cultura que no sea simbólicamente sensible.

 

Incluso se puede decir que somos simbólicamente subdesarrollados, alegóricamente analfabetas. 

 

El maestro facilita un símbolo –toma una pluma y la pasa de su mano izquierda a su mano derecha– y los alumnos no pueden ver en ello nada especial. 

 

Y sin embargo hay ahí un poderoso mensaje.

 

La propia realidad nos facilita toda clase de símbolos todo el tiempo, pero no los podemos apreciar en todo su rango. 

 

Nuevamente, somos miopes simbólicos. No sabemos leer simbólicamente la realidad. 

 

Un insecto se para en la mesa y no le damos mayor importancia.

 

Empero, para el que está despierto simbólicamente, toda la realidad empieza a comportarse simbólicamente. 

 

Es como vivir en una película de Sorrentino. 

 

Una vez estamos familiarizados con el universo simbólico podemos usarlo para nosotros mismos cifrar y comunicar el darma simbólicamente. 

 

Es crucial familiarizarse con este mundo blasonado y visionario para entonces aprender a manifestarlo. 

 

Luego la transmisión simbólica es importante porque nos abre a las puertas a la transmisión silenciosa. 

 

El símbolo nos refina y prepara para el silencio. 

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