En la fase de madurez espiritual, comienza para nosotros una nueva vida, que es realmente una vida visionaria.
Esta alta vida visionaria está marcada por un enorme interés en todas las cosas y seres.
Hemos vivido ya muchas fases de desinterés, por ejemplo durante el período, por demás necesario, del desencanto, sin el cual no hay apertura a la posibilidad dármica.
O, más adelante, en la propia singularidad, en donde nos encontrábamos en un estado como de abstracción y retraímiento trascendental de lo ordinario.
Con la fase de descenso e integración el interés en lo relativo retorna.
Y retorna de una forma incandescente.
Es lo que estamos llamando el asombro.
Parece ser que después de la integración post–satori un nuevo interés surge en nosotros por las cosas del mundo.
Mundo que es explorado con cierta vehemencia, con pasión infinita.
Es una pasión efulgente, tántrica.
No es ya el viejo interés samsárico de cuando buscábamos cosas, seres y estrategias para satisfacer las continuas demandas, y paliar las incesantes inseguridades, del ego.
No es por ejemplo el interés o curiosidad que surgió en nosotros durante la fase de inocencia.
No es para nada un interés infantil.
Hay una suerte de inocencia, sí, pero no corresponde a ninguna ingenuidad egoica, podría decirse.
Es una inocencia que no es ignorancia, en tanto que no olvida o pierde contacto con la libertad primigenia y la gnosis fundamental.
Si el mundo renace en toda su pureza es justamente porque ya no lo vemos con los ojos limitados de la mente condicionada.
Lo vemos con los ojos del espíritu.
Y los ojos del espíritu nunca se cansan.
No están atrapados en las agendas repetitivas del ego, cuya capacidad de asombro es necesariamente limitada y mezquina.
Como sabemos, el ego siempre procura dirigir los flujos de interés de acuerdo a sus agendas diminutas.
Pero cuando el ego deja de tener la autoridad última, el asombro se libera y se distribuye de una manera libre y expansiva.
Encontrando fuentes siempre frescas de fascinación.
Todo nos fascina.
Desde lo más ordinario y anodino, como el motor de un carro, hasta los temas más sutiles y profundos, como el tiempo y el espacio, el karma y la causalidad, el amor y la muerte.
Algunos intereses ya estaban ahí de antes, y son expandidos y renovados y vistos desde nuevos niveles y facetas.
Otros se agregan.
Temas que nunca en la vida nos hubieran interesado previamente de pronto se vuelven irresistibles.
Este asombro luminiscente se manifiesta como gratitud, curiosidad y solución.
Para empezar como gratitud, que no es ya una práctica de reafirmación, sino una expresión genuina de la humildad de la iluminación.
Luego el asombro es curiosidad activa, exploración: le gusta jugar con la realidad; desarmarla y volverla a armar.
Luego se diría que el asombro tiene una tendencia a resolver, hallando soluciones singulares, creando mandalas y mosaicos vivos de fluidez, belleza y armonía.
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