Se ha visto cómo la espiritualidad congelada ha secuestrado a lo largo de las centurias la honda mística, viva y directa.
Para mí que es la hora de dar lugar a una espiritualidad más aérea, menos convencional, más autoorganizada y más delirante. A nadie escapa el hecho de que la espiritualidad ha sido domesticada, cuando no aprisionada, en las religiones, y que resulta preciso liberarla cada cierto tiempo de ellas, para devolverle su frescura, su cualidad salvaje.
¿No están ustedes hartos de la espiritualidad de las buenas maneras, la espiritualidad del statu quo? Y sin embargo son tantos los formidables ejemplos en la historia de la espiritualidad que sobrepasan esta raquítica manera de entender la espiritualidad, tan tibia como un vómito. Bastaría con echar un vistazo al canon zen. En lo que a mí respecta, la clase de espiritualidad que aprecio es la que tiene dientes.
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