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Luces & sombras

Crumb.

Hay valor en reconocer el valor de las distintas expresiones históricas de la espiritualidad. 


Empezando con aquella espiritualidad premoderna, forjada por opacos ancestros, que proclamaron la magia original, el dharma original. Sus formas eran crudas, ciertamente, pero en esa crudeza había intrepidez, entrega, y ya símbolo. Ese tipo de espiritualidad constituye el inceptum de todas las espiritualidades. 

 

Luego también es de agradecer a quienes sistematizaron y refinaron la espiritualidad y la expandieron, gestando una espiritualidad propiamente moderna. 

 

Nunca exenta, aclaremos pronto, de tramas sangrientas y criminales. Tanto abuso y expolio. Tanta hipocresía religiosa. Tantas esquinas tan oscuras para tantos templos tan cainitas. De esos templos centralizados y psicorrígidos muchas personas salieron corriendo, explorando derivas más liminales y seguramente más nutritivas.  


La clase de daño que la monoespiritualidad ha hecho al paisaje y la ecología dármica es incalculable. Es algo así como ver una selva arrasada por palma africana. Frente a esa clase de depredación, se hace preciso defender la vida espiritual en toda su riqueza. Valorar todas las religiones, todos los altares, todas las prácticas. Sobre todo aquellos enfoques que la religión organizada ha negado y aplastado. 

 

Sin por ello negar el propio enfoque monodármico. En efecto, una tentación del pluralismo espiritual podría ser el de quedarse solo con las formas espirituales más primitivas o progresistas o periféricas y prescindir de los dharmas concéntricos de la modernidad. Lo cual termina siendo un pluralismo limitado y resentido. 

 

De hecho, lo que nos enseña el pensador Ken Wilber es que no es cuestión de cancelar ninguna expresión espiritual organizada, como el cristianismo, el judaísmo, el islam o cualquier religión (cosa como yo lo veo imposible). Es más bien un asunto de convertir estas religiones en plenas religiones integrales del siglo XXI, facultando su evolución, bajo el entendido de que las religiones, como todo, también están en tránsito de crecimiento. ¡No tirar el bebé con el agua sucia de la tina! Esto supone migrar tales religiones desde una posición congelada, mítica y prelógica, hasta una expresión transracional completa, colectando de paso todos los insights de la ciencia y de la sociedad pluralista. Modernizar, posmodernizar y transmodernizar la espiritualidad, pues. No es necesario renunciar a las fábulas fundacionales, solo es de entenderlas como lo que son: fábulas, justamente, mitologías, repositorios abiertos de sentido. ¿Es posible? Es totalmente posible, con las herramientas adecuadas, y más que nada es urgente y necesario.

 

 

Ojo con las sombras

 

Hay tres sombras en suma. 

 

La sombra de lo primitivo, por ejemplo. Eso de creer en historias de kindergarten. 

 

La sombra de lo autocrático, luego. Ya sabemos la cantidad de sangre que ha corrido en nombre de la religión: es inacabable. Sin hablar de las roscas abaciales y patriarcales que infiltran los marcos de pensamiento, hiperregulan las costumbres, y cristalizan las instituciones sociales. Más aún, asesinan el medio espiritual. 

 

Miremos el caso de Guatemala. Se considera que Guatemala es un sitio muy religioso, pero eso es algo que definitivamente hay que matizar. Para empezar, la diversidad religiosa es prácticamente inexistente, queriendo esto decir que su rango horizontal –esto es: el que determina su capacidad de intercambio transversal con otras expresiones religiosas– es muy limitado. 

 

Pero además la religión en Guatemala carece de movilidad vertical, y con ello queremos decir que no muestra saltos significativos en una escala de desarrollo transpersonal. Desde un punto de vista místico–cultural, podríamos decir que se encuentra bloqueada. Un problema siendo que, estando ella bloqueada, bloquea además cualquier surgimiento espiritual circundante y creativo. Es una atmósfera religiosa celosa, dominante y devorante. 

                            

Eso explicaría por qué en Guatemala no hay espacios para la espiritualidad libre, la sacralidad progresista, la evolución profunda, la tecnología interior avanzada. 

 

Tal es un ejemplo de sombra autocrática, que no solo se direcciona hacia quienes buscan formas emergentes de espiritualidad, sino por supuesto a los no creyentes y los defensores del Estado Laico en general. 

 

Por cierto, complica más la situación el hecho de que no solo los religiosos en Guatemala tienen una visión estrecha de la religión, también la tienen sus detractores. Ambos están sosteniendo –ya sea desde el consentimiento o la denuncia– el mismo enano paradigma.

 

Lo cual nos lleva a la tercera sombra, que llamo la sombra de lo antagónico. Antagonizar es recomendable, siempre y cuando como ya dijimos no tiremos el bebé con el agua sucia de la tina. Luego no deja de ser cómodo señalar los defectos de la espiritualidades monoculturales desde el privilegio y el superávit cultural, sin conectar además con ciertas funciones valiosas, necesarias o al menos inevitables de tales espiritualidades, que propiamente las tienen, tanto en los cuadrantes interiores como objetivos. Nuestra crítica en tal dirección no puede ser mezquina, ni puede ser majaderamente revisionista.

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