El mundo está lleno de sitios de poder.
A esas provincias y territorios van los seres humanos en gran romería y peregrinación. A veces en grupo, con lo cual la experiencia, siendo íntima, es colectiva y conectiva (así el ouroboros de gente y carne que se forma tantálicamente en la Meca). A veces estos peregrinos operan solos, y eso implica introspección. Podemos imaginar al caminante, penitente, a la vez exaltado y derruido, con su cayado, recorriendo regiones misteriosas, liminales y entornadas. Un extranjero transido al servicio de una devoción extraña. Esa imagen es una imagen que nos ha herededado la Edad Media, ese ayer. Desde luego, la peregrinación viene incluso de más atrás. Es una costumbre ancestral. Un río.
El diccionario define el peregrinaje como: “Viajar a un lugar por motivos religiosos, generalmente caminando”. Caminar el lugar es importante, porque nos permite tener una experiencia real del mismo, no abstracta y no mental: vibrátil. El misterio es algo que se recorre. Luego ha dicho el diccionario “por motivos religiosos”. Aunque se podría objetar que hay peregrinaciones seculares, como cuando las personas van a visitar a Elvis, o la tumba de Lenin. Así pues, el concepto de peregrinaje se extiende a cualquier comarca o taberna que sea más o menos especial. Pero aún el más laico de los peregrinajes cuenta con alguna modalidad de retiro. En efecto, toda peregrinación es un viaje externo que es un viaje interno. De hecho hay peregrinaciones que son estrictamente interiores.
Todas las tradiciones religiosas prescriben la peregrinación como un ejercicio espiritual muy poderoso. Los fines varían. Algunos peregrinan para sanar o extender la vida, por ejemplo. A menudo para aliviar angustias y calamidades de hierro. Para purgar un demonio, vicio o manía: exorcismo y purificación. A lo mejor la cosa es hacer soul searching. O simplemente apetece una aventura religiosa. Peregrinan –los hay quienes– por penitencia. Para cumplir una promesa. Para restablecer o empoderar votos y compromisos religiosos. El objetivo puede ser religar con una deidad, llevando entonces lo de siempre: adoración, respeto y homenaje. Puede ser una deidad o una figura santa, a saber: un profeta, un sabio, un santo, un yogui. Algún vivo o algún muerto que pueda concedernos alguna enseñanza o bendición. A Esquipulas van por ejemplo a que les santifiquen la moto. Es la moto, el niño o el rosario. A veces no es tanto de llevar un objeto como de visitarlo. Sea una estructura arquitectónica, alguna reliquia, unos huesos, un elemento bendito (pongamos un agua) que en ocasiones venden y los otros compran. Viajamos hasta esos lugares en busca del darshan nacarado, para sumirnos en el relámpago del éxtasis o la quietud de la contemplación. Para acelerar el proceso espiritual o reencauzarlo. Muchos de nosotros requerimos de un milagro, y hemos escuchado algún rumor. En general estamos ahí para alinearnos y alienarnos de alguna forma misteriosa. Notamos que no falta quien está cazando indulgencias o redenciones o salvaciones o liberaciones de algún tipo. Y también se peregrina con el objetivo llano de dar las gracias.
¿Cómo se hace un peregrinaje? Primero hay que generar la intención crepuscular de dejarlo todo. Y sin duda prepararse: armar la logística, avisar al trabajo, hacer las abstinencias y rezos del caso. Luego se consuma el desplazo, en avión, en auto, pero incluso a pie, se ha dicho, y hasta de rodillas o haciendo postraciones. Los más densos se someten acondiciones especialmente hostiles, incluso flagelantes. Llegados al recinto mágico, se procede a hacer las prácticas devocionales del caso y los protocolos propios del lugar. Cantar, circunvalar o lo que sea. El numinoso puede que presencie cosas fuera de lo ordinario, sobrenaturales. Y aunque no, volverá a casa con un eco de armonía, una flor de fortaleza, una claridad.
Hemos venido hablando de la peregrinación sin hablar del sitio de peregrinación, que es desde luego central. ¿A dónde peregrinamos? Peregrinamos a lugares sacros, espacios excepcionales del espacio, centros que emanan una onda especial (se habla de vórtices) o donde se dio un evento pretendidamente sobrenatural o fuera habitado por un ser sublime. Desde luego tantas de estas coordenadas empezaron con visiones o apariciones más que dudosas, y mejor dicho falsas. Fueron diseñadas por buitres para manipular –religiosa, económica y políticamente– a los fúlgidos incautos. Y aún así lo curioso es que después estos mismos reductos se convirtieran en umbrales angelicales sin serlo para empezar. Es decir que se fueron magnetizando con la sola fe de las personas. Otras partes, quisieramos decir, sí tuvieron propiedades purísimas desde un mero inicio. Y todavía se fueron densificando más, con la presencia de inocentes y doradas personas, que llegaron allí con una intención sátvica y reverente. A veces se hacen “palimpsestos”. Construyen un lugar sagrado sobre uno previo, perteneciente a otra religión o visión del mundo. Como sea, estos ámbitos físicos nos transportan –portales– a ámbitos no físicos, esparciendo una experiencia sutil o extrafísica. Son pues significativos terrenos de mediación entre nuestro mundo convencional y el mundo superior. Y uno siente estando en ellos que la energía, la atmósfera, el fluido es diferente. La corriente se siente de un modo muy vívido. Cuevas, templos, tumbas, cementerios, ashrams, estupas, altares. Santuarios divinos, naturales o construidos, pero en todo caso relevantes. Y no solo estos puestos son singulares, sino los caminos y espacios conectores que hay entre ellos. Existen muchos lugares de peregrinación famosos (Vaticano, Dharamsala, Ganges, Machu Picchu, entre ellos). ¿Saben ustedes lo que es ver caer el sol en Stonehenge, en pleno solsticio de invierno? Desde luego los lugares no tienen por qué ser famosos para ser eternos. Incluso se podría decir que algunos sitios pierden su poder en su fama.
Seamos peregrinos formales o no, todos somos de hecho peregrinos, en tanto la vida es una forma de peregrinaje.
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