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El estudiante cabal


Para mí, un buen estudiante espiritual es primariamente un estudiante que conserva la mente del principiante.


El maestro budista Susuki Roshi, en el prólogo de su libro clásico Mente Zen, Mente de Principiante, dice: «En la mente de principiante no surge el pensamiento “he alcanzado algo”. Todos los pensamientos basados en el propio yo tienden a limitar la vasta mente. Cuando no se abriga ningún pensamiento de logro, ningún pensamiento del propio yo, es cuando uno llega a ser verdadero principiante. Entonces es cuando se puede aprender algo realmente. La mente de principiante es compasiva. Y cuando la mente es compasiva, es infinita. Dogen-zenji, el fundador de nuestra escuela, recalcaba siempre la importancia de recobrar la mente original infinita. Con ella somos siempre sinceros para con nosotros mismos, resonamos simpáticamente con todos los seres, y verdaderamente podemos practicar.» 

       

¿Qué es un mal estudiante espiritual, por otro lado? El que está pero no está. El que carece de motivación, de fuego interior. El que le huye a la disciplina, al trabajo, a la responsabilidad. Sin duda el que no sabe mantener una conexión limpia con su maestro. Si hay ruido en la relación, ambigüedad, aflictividad, ya no digamos rencor, todo se va al caño. Entre tener un vínculo ambiguo con tu maestro y no tener maestro alguno, lo mejor es esto último. No tengo ánimo de ponerme demasiado esotérico, pero lo cierto es que cuando no hay una relación clara con el maestro vienen un montón de obstáculos, para el estudiante y para el maestro. De ahí que lo primero sea establecer una conexión clara con el mentor: con su esencia, su mandala y su actividad. Y presentar un cuenco digno. ¿Han escuchado eso de los tres cuencos? Primero está el cuenco lleno, representando el alumno que ya lo sabe todo, sin la humildad del no saber. Ya saben, el alumno–maestro, que quiere enseñar antes que aprender. Yo les digo a estos personajes: si vas a hablar como un maestro, más te vale serlo. Luego está el cuenco rajado: todo lo que se vierte en esta categoría de alumno se sale, no es retenido ni absorbido. Finalmente está el cuenco sucio: no se puede poner una enseñanza ahí sin que se contamine, sin que se fecalice. De más decir que hay alumnos lentos, pasivos y directamente brutos. Como los hay indiferentes, sin deferencia o respeto o gratitud. Los rígidos también sacan un poco de onda. 

 

Algunos parecen buenos estudiantes pero en el fondo no lo son. Tengo en mente al discípulo beato, el de la devoción idiota, el dependiente. Los maestros, o al menos algunos maestros, no queremos discípulos dependientes: queremos discípulos libres. El discípulo debería seguir al maestro como un gesto de libertad, no de esclavitud. Con frecuencia he dicho que yo no sigo a un maestro porque soy parte de su patrimonio espiritual semoviente: lo sigo porque estoy enamorado de su libertad.

 

Correlativamente, está el estudiante que parece un mal estudiante y medio brincón, pero de hecho es un elemento afilado. Se sabe mantener crítico (aunque no compulsivamente crítico, por favor) y manteniéndose crítico mantiene al maestro despierto. Los mejores discípulos, agregaría yo, conservan su individualidad, su toque personal. Son ellos mismos. 

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