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Elogio de la desesperanza

Hay belleza en la esperanza, y la esperanza es necesaria, si queremos alguna clase de sentido. 
            
Pero luego también cabe señalar que la esperanza tiene eso de viscoso.
Un problema con las expectativas es que se basan en la comunión espectral con lo que de facto no es. Así pues, en el compulsivo deber ser olvidamos lo que de veras somos, cuando lo que de veras somos es lo más real que tenemos. Visto de tal modo, la esperanza podría ser un verdadero obstáculo a la plenitud. Sin contar que muchas veces ponemos la esperanza en toda clase de tonterías. De la misma manera que se ha hablado ya de una compasión idiota, se podría hablar de una esperanza idiota, de un esperar bestial. Cuántas veces formulamos la esperanza a partir de nuestras interpretaciones torcidas de la realidad –quimeras floreadas de una mente neurótica. Pero más preocupante es que muchas veces estas esperanzas, estos psicodramas infinitos, estas narrativas delirantes, han sido implantadas ahí por una recua de transeros sin escrúpulos, milenaristas del desierto, persuadidos ideológicos y en términos generales por los fascistas de la esperanza, quienes tienen cuánto interés invertido en ello. Por supuesto, donde hay esperanza hay temor –dado que la esperanza y el temor son, como se dice, dos caras de la misma moneda.
            
Quizá la esperanza sea un pésimo punto de apoyo, en este viaje llamado vida. Pareciera ser que la desesperanza es una base mucho más solida y mucho más vigorosa.No nos engañemos: hay batallas que no se ganan. En ese sentido, rendirse es lucidez. Y en vez de sublimar la sed y el sufrimiento, la enfermedad y la muerte, podemos comunicar con estas realidades esenciales y no superadas, sin laminarlas de espejismos. Admito que la palabra desesperanza es torpe: está más cargada de su propia sombra que de su propia luz. Se le asocia a la desesperación y al abandono. Por tanto tiene muy mala prensa. Pero en el contexto de esta columna es importante separarse de ese significado al uso. A lo mejor no debiésemos llamarle desesperanza, sino inesperanza. Como sea, el mensaje es que hay gloria y hay poder en la ausencia de expectación. En cierto modo se puede decir que no hay cruz más pesada que la cruz de la ilusión. Se viaja más ligero sin ese lento fardo de fantasías. Y pasa también que tanta anticipación reticula y aherroja nuestra realidad emergente, tornándola predecible y anorgásmica, destruyendo inclusive su espíritu creativo. Ha dicho Heráclito: “Sin esperanza se encuentra lo inesperado”. Por otro lado la desesperanza trae cinismo, energía crítica, divergencia. La desesperanza es un ingrediente vital del cambio. 
            
Agrego que esta desesperanza no tiene por qué disminuir nuestra seguridad, nuestro sentido de confianza o compromiso. No hay razón para empantanarse entre las voces saduceas. Tenemos dos manos y un corazón, la capacidad de avanzar y hacerle frente a los cien matarifes. Somos perfectamente capaces de desplazarnos por la vida con alguna asertividad, si eso toca. Pero ya no movidos por la zanahoria de la esperanza, sino más bien empujados por nuestro contacto profundo con la realidad, tal cual es. 
            
Sin esperanza y sin abandono, sin expectativa y sin miedo, sin participar en el vertiginoso intercambio dualista, podemos ubicarnos más allá del sentido. O más acá. 

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