A veces decimos que el ser en sí es más fundamental que la manifestación, y el vacío más fundamental que el ser en sí.
De esta manera establecemos niveles de fundamentalidad o esencialidad para los estados del ser, una jerarquía.
Es una forma posible de hablar de ello.
También cabe decir que todo es igual de fundamental.
En ese sentido, a lo mejor conviene hablar de facetas del espíritu, en lugar de hablar de niveles.
El espíritu es como un diamante, con distintas caras, de las cuales no es distinto.
Esas caras solo son distintas formas de ver lo mismo.
En este caso estamos hablando de tres caras, llamadas nada, ser y todo.
Bajo el riesgo de caer en una generalización idiota, podríamos decir que los budistas le dan mucho énfasis a la nada, los hinduistas al ser, y los cristianos hablan mucho del espíritu hecho carne.
Sea como sea, está claro que las tres caras son igual de importantes.
Hablo de tres caras porque he partido el pastel en tres, pero podría fácilmente partirlo en más pedazos, en más caras o cualidades.
Podría hablar de la nada, del ser, de la apertura, de la consciencia, del conocimiento, de la belleza, del amor, de la energía, del gozo, del poder...
Todas estas son facetas del espíritu, y funcionan asimismo como sus nombres.
Así pues, podemos hablar, por ejemplificar, del Poder Superior, o del Ser Supremo, etcétera.
Yo veo cada cualidad como la cuenta en un collar o rosario, y el espíritu el
hilo que une todas las cuentas.
Aunque en realidad no hay un hilo detrás de las cuentas.
Las cuentas son el hilo.
Y las cuentas, siendo distintas, son una sola, una sola gema indivisa, que
tiene en todos sus lados y puntos el mismo valor y la misma primordialidad.
Terminemos diciendo que el espíritu es la totalidad de las facetas del
espíritu, en donde cada faceta es además el espíritu en su totalidad.
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