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Regresar al otro


El Titanic se está hundiendo. ¿Y qué es el Titanic? El Titanic es la cárcel de la dualidad. 

 

Para escapar de la cárcel de la dualidad, el practicante obtiene el despertar trascendente. 

 

Cuando obtiene el despertar trascendente, sin embargo, el practicante se ve en una encrucijada: ¿le corresponde disolverse completamente en la libertad trascendente, o le corresponde por el contrario permanecer en el mundo, para de esa cuenta salvarlo? La primera es una opción tentadora, pero incompleta. Ya he dicho en otro sitio que la libertad trascendente es una suerte de libertad de probeta: si queremos saber si es real, hay que probarla en el mundo. Solo en la cárcel podremos probar si somos efectivamente libres. 

 

Pero más aún creo que hay un problema cuando entendemos el despertar como una especie de retiro a una suerte de isla privada llamada nirvana. El despertar no es para nosotros solamente. El despertar del ser es un pan que hay que dar a los seres sintientes. No a unos: a la totalidad. Como se dice, no llegará nadie hasta que todos lleguen. Lo que no podemos hacer es saltar a la balsa y ver cómo el Titanic se hunde con tantos todavía dentro. De igual manera que tengo que salvar a todos mis yos personales, y no dejar ni uno atrás, también tengo que salvar a todos mis otros yos, y no dejar a ninguno atrás. No solo clareamos nuestro infierno perimetrado, clareamos el infierno colectivo. El voto zen nos dice: los seres sintientes son incontables, tomo el voto de salvarlos a todos. 

 

Por demás, si nuestra liberación personal ha sido auténtica, nos ha liberado, no solo de nuestra persona, sino de la ilusión de lo personal, de la persona separada. Eso quiere decir que ya no hay separación entre nosotros y los otros seres discretos. Si realmente hemos comprendido que mi ser y el ser del otro no son dos seres, sino uno mismo, entonces, la liberación no puede reducirse a uno mismo: ha de incluir al resto. 

 

Por supuesto, es problemático cuando alguien decide liberar a otros sin estar él mismo liberado. ¿Cómo voy a sacar a alguien del lodo si el lodo todavía me atrapa? 

 

Para liberar al otro, y convertirlo en liberador, hay que estar uno liberado. Solo alguien que está más allá de la necesidad de salvación puede salvar a otro, lo cual ciertamente no es el caso del activista convencional, del salvador convencional. Solo al realizarse el yo, al convertirse en realizado, este adquiere las capacidades reales que necesita para llevar adelante el proyecto redentorial, sin que éste sea limitado por los límites y delirios del ego. 

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