La Singularidad es una suerte de quiebre o apertura.
Ese quiebre es simultáneamente el surgimiento de una nueva modalidad ontológica, de una nueva forma de ser.
Cuando la gente dice prosaicamente «Se iluminó», generalmente sin saber de lo que está hablando, se refiere a eso.
La Singularidad no es una mera anticipación del estado trascendente.
En la experiencia del kensho, visitamos provisionalmente el cielo del nirvana, pero nuestra base o casa sigue siendo nuestra naturaleza convencional.
Tras la visita, volvemos al orden usual de las cosas.
El kensho te da acceso a un estado profundo, pero ese estado se pierde.
(Lo bonito del kensho empero es que te da esperanza, puesto que te permite vislumbrar un orden ulterior.)
El satori, a diferencia del kensho, no es una mera apertura a algo extraño o ajeno, sino un encuentro profundo con nosotros mismos.
Aquí ya la iluminación cesa de ser esa inagotable otredad y se torna, si cabe decirlo así, lo que siempre hemos sido.
Nuestra condición original.
Nuestro rostro auténtico.
El satori, de otra parte, y a diferencia del kensho, es algo más que un acercamiento, un destello o vislumbre.
Es más bien una traslación radical hacia una naturaleza propia, aunque ignorada.
La realización es cuando la realización pasa a ser tu modo default, tu sistema operativo primario, por así decirlo.
Se puede decir que adoptamos de manera permanente el estilo del infinito.
Y para ello tenemos que morir.
Entre el kensho y el satori, hay por lo general una fase en la cual el aspirante espiritualvacila, oscila.
Hay una vacilación y una oscilación entre el ego y la condición transcendente.
El síndrome de “lo tengo, lo he perdido”.
En efecto, oscilamos entre ser persona y ser todo.
Vamos y volvemos.
Y vamos y volvemos porque deseamos ambas realidades, que aún para nosotros son excluyentes (puesto que todavía no hemos llegado a la no dualidad inmanente del regreso, de la cual ya hemos hablado o ya hablaremos en otro lado).
La oscilación es como una suerte de bardo o entreestado entre la persona y la nueva identidad.
Yo a veces comparo el proceso de iluminarse al proceso de transgénero que ha optado por transicionar del todo.
Un proceso a la vez, supongo, difícil y estimulante.
Salvo que aquí no estamos transicionando de una identidad a otra, sino más bien de una identidad a una identidad radicalmente abierta, es decir a una no identidad.
Así como para el transgénero debe de existir un momento esquizoide en su transición en donde asume su género plenamente pero luego vuelve regresivamente a cierta referencialidad de su antiguo género, aquí también se da una suerte de ir y venir entre el estado egoico y el estado profundo.
Es como el adolescente que aún es un poco niño, y siente de pronto ganas de volver a jugar son sus juguetes, y en otro momento le parece ridículo seguir haciéndolo.
Cuando se re–identifica con su ego siente que ha perdido la experiencia transcendental.
Cuando se mueve a Presencia siente que está reconquistando la realización.
Esa oscilación es muy irritante.
Es una suerte de ambigüedad entre lo dual y no dual.
Desde luego la duplicidad como tal es ilusoria: no podemos perder la naturaleza profunda, pues es nuestro fundamento.
Si consideramos la singularidad como un evento repertoriable en el tiempo, podemos hablar de tres fases temporales: la presingularidad; la singularidad como tal; la postsingularidad.
La presingularidad es como estar preñado.
Todo empieza como un presagio, una sospecha.
Es como cuando uno se ha tomado una droga química y uno no sabe si ya hizo efecto o no.
En un momento empiezan a darse ciertas insinuaciones más prominentes de la Singularidad.
Hay un momento cuando lo que era una sola sospecha se transforma en una inminencia.
De pronto uno se da cuenta que la cosa es real, que la inseminación ha tomado lugar.
El test da positivo.
Esta inseminación empieza a formularse como una presencia, una invasión de nuestro sistema.
Y es tan fuerte dicha invasión, que uno puede tomarla por la singularidad en pleno.
Pero a estas alturas se trata todavía de una presingularidad.
Esta presencia va creciendo en nosotros, como una especie de saturación o desmesura.
Algo empieza a desequilibrarse.
De hecho es una fase que puede vivirse como una especie de locura o exaltación presingular.
La inspiración es tan grande que tiene algo de mánico.
Después viene el parto, que no es otra cosa que eso que llaman la Noche Oscura del Alma, y que yo llamo la Noche Oscura del Ego.
Primero viene en forma de contracciones.
Se trata de una zona muy incómoda, en donde se da una suerte de vaivén entre el orden anterior y la demanda del nacimiento.
Es una situación muy esquizoide.
Es como que estamos siendo jaloneados por dos identidades distintas.
Pronto el proceso sufre una especie de aceleración.
Nos vamos acercando a lo que en física se llama horizonte de sucesos, esa franja liminal del agujero negro.
Es un punto de no retorno.
Pero hay resistencia, y por eso es tan doloroso.
Terminada la Noche, empieza la Singularidad.
Con la Singularidad pasas de ser una persona en proceso de iluminarse a ser la iluminación misma, fluyendo hacia todo.
Tal es tu nuevo locus.
Es como darle la vuelta al guante.
La Singularidad es algo de lo cual lamentablemente no se puede hablar mucho, más allá de cierto límite.
Es un misterio que se vive.
Solo diré que en la Singularidad se da una decontracción obvia.
El nivel fundamental de la pálida recede.
El nivel fundamental del miedo recede.
El nivel fundamental de la neurosis recede.
Por supuesto, las pálidas, miedos y neurosis humanos siguen, pero sin afectar nuestra serenidad y nuestro gozo profundos.
Una vez ocurrida la Singularidad, generalmente viene acompañada de un período en que nos marinamos en esa modalidad de ser.
Es lo que yo llamo la desconexión.
La singularidad por demás es algo irreversible.
La verdad de nuestra naturaleza profunda se ha vuelto no solo una información casual o meramente mental sino un modo evidente de ser.
De igual manera que no puedes olvidar tu nombre, una vez lo has aprendido, no puedes olvidar tu naturaleza profunda.
Se trata de un cambio de identidad en donde un modo que antes era conseguido y sostenido desde afuera y por el esfuerzo ahora está constantemente online.
Puesto así, la singularidad es la capacidad indeleble de reconocer la singularidad en cualquier momento dado.
Ya no podemos no ser el espíritu.
Antes tampoco, pero ahora ya no podemos no darnos cuenta de ello.
Somos el espíritu como espíritu, el ser como ser.
Puede que el dolor, la fatiga, la condicionalidad disminuyan la intensidad del reconocimiento, pero este siempre sigue ahí.
Incluso parece ser que los retos de la existencia condicionada ayudan a que la condición sea más evidente.
De hecho, si quisieras volver a tu condición convencional ya no podrías.
Volver es una imposibilidad, porque el ser–sin–duda es tu nueva condición.
Antes tu condición era el ser–con–duda.
A veces me he obligado a volver al ámbito presingular, sobre todo para comunicar con otros seres que aún no han tenido su propia singularidad.
Pero no puedo residir mucho en ese lugar.
En primer lugar porque no soporto el olor de ese lugar, particularmente el olor a miedo.
A mí la Singularidad me liberó de un miedo nuclear.
Por supuesto tengo miedos, de hecho soy seis en el eneagrama, soy profundamente miedoso y aprensivo, pero ese miedo basal en cambio ya no lo tengo.
Cuando dije que a veces vuelvo al ámbito presingular, mentí.
Con la Singularidad ya no se puede volver a la orientación anterior, ni siquiera provisionalmente.
Sería como si un adulto quisiera volver a su infancia.
Otra cosa que quería agregar es que la Singularidad es un evento nuclear, pero eso no quiere decir que va a necesariamente verse desde fuera.
Muchas veces la singularidad es evidente para uno, pero no necesariamente para los demás.
Puede que uno despierte, y nadie se de cuenta de ello, ya sea porque uno no muestracaracterísticas evidentes de iluminación, ya sea porque las oculta, ya sea porque la sociedad no pueda verlas.
Bien puede que el despierto no se acople a las convenciones de lo que es ser un despierto y por tanto no sea considerado tal –y sin embargo lo sea.
Yo escribí alguna vez:
«Es extremadamente difícil determinar el grado de realización espiritual de una persona.
Los puntos de referencia externos son más que engañosos.
Muchas personas de aspecto muy santo y armonioso, con toda suerte de seguidores, y mucha información y capacidad de transmitirla, luego resulta que son unos cabrones involucionados buenos para nada.
Algunos hasta pueden hacer milagros, y eso no significa mayor cosa.
De modo similar, personas de lo más viciosas y caóticas, nada beatas, de dudosa, arrogante o torpe presencia, sucede que están viviendo a un nivel de verdad, autenticidad y conexión muy superior.»
Tampoco sugiero descartar la moral o conducta externa y visible como indicador de lo iluminado.
Sin duda el aura, el nivel de actividad y la capacidad de catalizar aperturas en otros, sí traducen un estado interior avanzado.
La calidad de los seguidores del iluminado dice por supuesto bastante.
O como dice la famosa frase: por sus frutos los conoceréis.
Esto incluye su actividad y la resonancia que tienen estos mismos seguidores en otras personas.
Luego a veces hay ciertos fenómenos de la Singularidad, que pueden ser acaso detectados y apreciados.
Se dan incluso al nivel de la carne profunda.
Mi impresión es que las células se vuelven células numinosas. Los genes genes numinosos.
La neuroteología nos confirma que hay una reconfiguración cerebral, como lo prueban los tests realizados a meditadores maduros.
Sus ondas ciertamente sugieren un estado especial.
Ciertos signos corporales pueden darse, como los que ocurrieron a UG Krishnamurti a la hora de su calamidad (la piel se le puso suave como la de un bebé, se le hincharon las áreas de los chakras, etcétera).
La Singularidad también ocasiona una apertura energética, que se da a un nivel muy fundamental.
Es una apertura incerrable.
Los flujos energéticos coalescen en el canal central.
También se la funcionalización de ciertos ductos energéticos especiales, como el amrita nadi.
A nivel mental algo simplemente se detiene.
En mi caso las obsesiones se quitaron.
No puedo decir que ya no soy un ser neurótico, cosa que sería mentir, pero en mi caso las horribles obsesiones dejaron de guiar mi vida.
Eso es factual.
Supongo que lo último que me interesa decir es que muchos de los síntomas de la singularidad son síntomas que podrían encontrarse en una persona mentalmente desequilibrada.
Pero resulta que no son desequilibrios mentales, sino simplemente cosas que vienen luego del parto de la singularidad.
Por otro lado, a veces la Singularidad sí que desata desequilibros psicosomáticos no resueltos, y entonces hay que abordarlos.
Alguna clase de gestión y ayuda son necesarias.
Pero eso es aparte.
A diferencia de las psicopatologías, los síntomas postsingulares son estados de hecho muy luminosos y visionarios.
Y valiosos, agregaría.
Por tanto hay que cuidarlos.
Si no sabés reconocerlos por lo que son, los vas a tomar por cosas malas, innaturales, y tratarlos como tales.
O puede que otros los interpreten como cosas malas.
El problema es que si se toman como cosas malas, vamos a procurar arreglarlas, y en ello no solo vamos a mancillar sus efectos, sino vamos a crear otros problemas, que esta vez no serán naturales.
Problemas físicos, psicológicos y espirituales.
Se ha sabido de personas que han terminado medicados o hasta encerrados en el manicomio.
Es muy frecuente tomar a una persona que está en un estado de
postsingularidad por un loco.
Por ejemplo un típico síntoma postsingular es que nos volvemos negligentes con el cuerpo.
O sumamente indulgentes con el mismo.
De igual manera puede que caigamos en una suerte de aislamiento, o por el contrario entremos en una fase de hipersocialización (que puede incluir deseos de convertir a todo el mundo a la espiritualidad).
Con la Singularidad advienen estados psíquicos radicales, algunos muy sellados, y otros muy vehementes.
Claro, nunca falta quien decide tomar sus estados de desbalance convencional y sublimarlos en iluminación.
Es una farsa.
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