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Devocional

 

1.

 

A la devoción llegué gradualmente. 

 

Sé que, en mi caso, el skate, la literatura o los Doce Pasos fueron formas importantes de protoveneración a las cuales me di sin reservas, y que yo no subestimo, puesto que me prepararon para la entrega última al Espíritu, que por supuesto las contiene todas. 

 

Estas formas preliminares de devoción dieron lugar a etapas y derivas y experimentaciones devocionales ulteriores. 

 

 

2. 

 

Recuerdo que en un momento fui muy devoto de la "magia".

 

También lo fui de algo que simplemente llamaba "vida".

 

Luego pasé a ser un devoto de "Dios". 

 

También experimenté con la devoción no teísta: fui devoto del "Buda". 

 

Eventualmente la devoción fue creciendo en mí y madurando, hasta convertirse algo muy estable, muy continuo, muy poderoso y muy integral.

 

Integral en el sentido de reunir y cohesionar en sí las múltiples formas de devoción. 

 

Todas las devociones tienen lugar en mi altar.

 

Como me enseñó Papus, un iniciado es capaz de orar en todos los templos. 

 

 

3. 

 

La devoción es la llave que abre las puertas del cielo... y el fuego que las hace arder. 

 

 

4. 

 

 

A través de la devoción amarramos lo divino. 

 

Lo divino es capaz de todo, pero es incapaz de no asistir a quien le invoca. 

 

Con nuestra plegaria, nuestra lágrima y nuestro llamado, galvanizamos la compasión de lo alto. 

 

La devoción abre un canal hacia los mundos superiores, por medio del cual suben nuestros deseos y las magias descienden. 

 

Formando así una circularidad, una órbita entre el mundo concreto y el mundo abierto, entre el mundo profano y el mundo sagrado.

 

 

5. 

 

Nos guste o no, hay algo por encima de nuestra propia cabeza. 

 

No somos lo más alto y central del cosmos. 

 

Hay algo que claramente nos excede. 

 

Lo cual en todo caso debería facilitarnos alguna clase de maldita humildad.

 

Ya lo he dicho otras veces: un ser sin un principio ascendente es un ser enfermo. 

 

Un ser que no puede reconocer que hay algo más poderoso, complejo y sintiente que sí mismo es, sin más, una cucaracha narcisista. 

 

De hecho, la única forma de curarse de ese narcisismo es ponerse a la altura de las cucarachas y los gusanos. 

 

En este caso nos ponemos a la altura del suelo para honrar el cielo, nos ponemos en lo bajo para enmarcar lo alto. 

 

Arrodillarse y postrarse es una práctica excelente para purgar nuestra soberbia, la marcada tendencia a creer que somos más de lo que realmente somos. 

 

Y lo somos, pero no de la manera que creemos. 

 

A veces le damos tanta importancia a nuestra propia persona, a nuestro poder personal, que se nos olvida que en realidad estamos muy necesitados de ayuda, que somos impotentes. 

 

Necesitamos de todas las ayudas posibles, de hecho, y muy sobre todo necesitamos de la ayuda de un poder más grande que nosotros, de un poder superior. 

 

De un poder superior, de un querer superior, de un saber superior, porque nuestro propio poder, querer y saber simplemente no dan la talla, y no son suficientes, en su autosuficiencia.

 

 

6. 

 

Sin devoción no hay apertura; sin apertura no hay posibilidad. 

 

Pero devoción no es sumisión.

 

Cerrada, fanática, obcecada, remachona, beata, ignorante, débil y temerosa sumisión.

 

La religión que viene del temor y no del amor no puede ser verdadera. 

 

Sin contar que esa sumisión extrema es otra forma de querer manipular y chaquetear la experiencia divina. 

 

Nos presentamos como seres domesticados para domesticar a nuestros dioses y nuestras diosas, convirtiéndolos en bancos de seguridad y pertenencia. 

 

Es abyecto. 

 

Semejante teatro es diseñado y puesto en marcha por parte de la religión coactiva, controladora, legalista, dogmática, moralista, reductora, sospechosa, farisea y falsaria. 

 

Si vamos a desconfiar de algo, desconfiemos de la religión tóxica.

 

La religión que se pretende mediadora de lo numinoso castiga la devoción mística y experiencial, convirtiendo lo supremo es algo indirecto, de segunda mano. 

 

Una religión así solo mata el misterio. 

       

En lo que a mí respecta, detesto la religión que usa la devoción como forma de extractivismo y explotación, ya sea de lo sagrado o de lo terrenal. 

 

Como siempre, la independencia crítica es el factor inteligente. 

 

A lo sutil le gusta la compañía sensible y no pendeja.  

 

No serán los rebaños programados los que alcanzarán las regiones más profundas del templo. 

 

La inocencia, una cualidad muy profunda, no ha de confundirse con el fervor idiota. 

 

Y mucho menos con el pietismo agresivo.  

 

Eso quiere decir, entre otras cosas, que tenemos que ir más allá del campo de las meras convicciones. 

 

En Hebreos 11:1 se dice eso de que: “Es pues, la fe la certeza de lo se espera, la convicción de lo que no se ve”. 

 

Es una definición suficientemente hermosa siempre y cuando no limite nuestra devoción a una mera expectativa sin resolución, a una creencia ciega.

 

 

7. 

 

Desde luego hay cegueras inversas: el deconstructivismo plano, el igualitarismo sin jerarquía, el escepticismo sellado, por ejemplo cientificista. 

 

 

Desconfiar de la confianza, qué horror. Qué horror desconfiar de la fe. 

 

 

8.

 

En realidad todos confiamos, aunque pretendamos lo contrario. 

 

Confío en que si prendo el interruptor de luz, la luz va a inundar el cuarto. 

 

Confío en que, mientras duermo y ronco, nadie me va a apuñalar veintisiete veces. 

 

Tengo confianza en la gravedad. 

 

Confiar es natural.

 

Y es bueno. 

 

Salvo claro cuando no lo es. 

 

Es decir cuando ponemos todo nuestro dinero en el caballo equivocado.

 

O hacemos de la metanfetamina un refugio.

 

O nos sometemos a un arconte de dudosa reputación. 

 

Hay que confiar en lo confiable, dicho de otro modo. 

 

Hay que confiar bien en lo bueno. 

 

 

9. 

 

Así como hay innumerables objetos de devoción, hay innumerables practicas de devoción, todas destinadas a encender nuestro entusiasmo espiritual y nuestra conexión vertical.  

 

Desde un sacrificio simple y concreto como lo puede ser un ayuno hasta la meditación más esotérica y crepuscular, pasando por todo el hangar de ejercicios que la tradición nos ha regalado –ofrenda, postración, peregrinaje, ritual, servicio, satsang, estudio, confesión, sacramento, contemplación, ceremonia, grimorio, sadhana, protocolo, qué sé yo.  

 

Todas estas son rutas estándar de acceso a la inspiración espiritual. 

 

Desde luego las hay más espontáneas e instantáneas, menos grabadas por el convencionalismo. 

 

Sea cual sea el medio específico elegido, lo importante es reconocer que para que cualquiera de estas prácticas funcione tiene que estar cargada de abnegación profunda, de abnegación qué se entiende. 

 

Uno puede practicar hasta vomitar. 

 

Si no hay abnegación y sentimiento no hay nada. 

 

En ese poema de Rumi del jeque deudor se aclara que es el llanto del niño el que desata la compasiva generosidad de Dios. 

 

Es así. 

 

 

10.

 

En mi caso personal, devoción es entregarme al Poder Superior, aceptando con humildad y convicción su dirección y voluntad. 

 

Confiar en el medio divino, la pasión mística, el orden mágico, la sabiduría loca.

 

Hacerme uno con el principio del Maestro. 

 

Entablar una conversación espiritual a la vez vasta y penetrante. 

 

Saturarme de entusiasmo interior. 

 

Adentrarme en la plegaria y la energía atómica de la intención. 

 

Sanar en la luz el dolor universal. 

 

Invocar el poder de la palabra. 

 

Guardar una disciplina de retiro, quietud y contemplación formal. 

 

Transfigurarme.

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