El arte –que no es otra cosa que el darma de la belleza– implica tres cualidades: apertura, inspiración y expresión.
Estas tres cualidades son los tres movimientos del proceso artístico. En realidad constituyen un solo movimiento, una sola herida brillante, pero estoy partiendo un poco artificialmente el proceso en tres, para entenderlo mejor.
Por medio de estas tres cualidades, el arte recibe, celebra y eleva la armonía carismática del ser.
Partimos de un estado de apertura, en donde recibimos la belleza, en contemplación pasiva. El artista se vacía en la contemplación o aprecio de la belleza del ser. Se vacía hacia el esplendor del ser, en una suerte de kenosis estética. Correlativamente, la belleza del ser llena ese vacío, saturando al artista. El esplendor es asumido.
Recibida la belleza, eso crea un estado de exaltación o inspiración. Nos encendemos. Otra manera de ponerlo es que la apertura se transforma en amor o devoción estética y extática. El artista se encuentra en una fase de contenimiento de la belleza, que necesita ser liberada.
Y entonces hay una emisión de la energía estética. La exaltación, ya en desborde, busca expresarse o refractarse. Se transforma en participación creadora. La brasa ha de ser activamente propagada a través de un gesto artístico. Respondemos a la belleza generando belleza. Sacamos a luz la belleza que hay en nosotros.
De esta manera se consuma el proceso tripartita de la revelación, la elevación, y la develación de la belleza.
Comments
Post a Comment